El vientre del monstruo

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
1 mayo, 2018
Editorial: 198
Fecha de publicación original: 18 enero, 2000

No hay cielo sin nubes, ni paraíso sin serpiente

La gran compra de este fin de siglo, el megabocado de America Online (AOL) a Time Warner, ha hecho aflorar a la superficie de nuestra sociedad la visión más madura de la cultura industrial. Plasmada con una cierta nostalgia trágica por los medios de comunicación, el encuentro de estos dos grupos ha servido para manifestar desde el desconcierto supino ante lo que está ocurriendo, hasta el terror por lo desconocido que se avecina a pasos agigantados. Habría bastado, quizá, una buena visita al vientre de AOL para desmontar gran parte de las metáforas cataclísmicas que nos han tirado a la cabeza con una generosidad digna de encomio. Los medios de comunicación habrían descubierto que el verdadero suministrador de contenidos en este nuevo matrimonio no es Time Warner –no sólo–, sino AOL gracias a la actividad sostenida de sus 20 millones de suscriptores.

Pero eso hubiera supuesto una incursión en la otra cara de la moneda, un impensable viaje hacia el lado oscuro de esa cosa que se llama «lo virtual» y, reconozcámoslo, los medios de comunicación tradicionales no están para esos trotes. Mejor procurarse unas cuantas definiciones más o menos truculentas, media docena de referencias a las «corporaciones todopoderosas que se alzan frente al poder político» y un saludo amedrentado a los nuevos tiempos que se avecinan, para dar por cumplida la jornada. Así, lo importante de AOL es que es el principal proveedor de acceso a Internet en EEUU y la primera empresa de la Red que se come a uno de los grandes. Así de sencillo.

¿Y qué habrían encontrado en la panza del monstruo? Pues lo dicho: que AOL es una de las mayores fábricas de contenidos de todo tipo en Internet. Con una diferencia sustancial con respecto a su nuevo socio. Mientras en Time Warner los contenidos los ponen sus redacciones, en AOL esta tarea corre a cargo fundamentalmente de sus propios suscriptores, unos 20 millones de internautas. En el cuidado y exclusivo espacio diseñado por AOL, estos navegantes se conocen, se informan e informan, sostienen miles de foros sobre lo humano y lo divino, acceden a servicios de todo tipo, hacen teatro, literatura, se divierten y, además, compran. Se gastan miles de dólares al mes en tiendas reales y virtuales a través de AOL. La empresa es, efectivamente, un proveedor de acceso a Internet, pero sobre todo es un espacio protegido donde los usuarios pueden hacer de «casi» todo, «como si estuvieran en Internet», por cuya red pueden navegar cuando les venga en gana. Nos guste o no esta modalidad de ciberespacio, es sin duda una parte del mundo virtual.

La fusión ha actualizado la pesadilla del poder en la era de Internet. Deberíamos preguntarnos: ¿podrá AOL convertirse en el futuro en un Time Warner del pasado? ¿Qué pasillos han transitado sus respectivos mandamases, Steve Case y Gerald Levin? El primero, lo sabemos, los de su empresa, que los ha visto poblarse rápidamente de gente a mucha de la cual le crecía la barba por primera vez después de recibir su primer sueldo. El otro conoce perfectamente los entresijos de la Casa Blanca, el Departamento de Defensa y otros rincones del poder político y económico a través de sus medios, como la revista Time o la CNN. Pero Case se comió a Levin. Menudo choque de culturas. ¿Cuánto tiempo le tomará al dueño de AOL enterarse de que, según los agoreros pegatítulos, ahora le toca ser el malo de la película durante todo el siglo que viene, la hidra multimedia que todo lo puede? ¿Lo conseguirá?

Y no será el único conflicto cultural que deberá resolver. Time Warner y AOL se parecen entre sí tanto como un camello a una medusa. Encontrar el punto de equilibrio entre el último innovador de la comunicación industrial, Ted Turner, a la cabeza de medios preparados para ofrecer una visión clara y definitiva del mundo, y los medios virtuales construidos por los suscriptores de AOL no va a ser un paseo por el borde de un lago. Si el negocio está en lo que hacen los internautas, no en lo que se hace para ellos como si fueran ciudadanos incapacitados de asumir algún tipo de responsabilidad, el choque entre el talento y la subrogación está servido.

Finalmente, para no alargar la lista, tenemos otra de las grandes preguntas de este fin de siglo que los medios nos colocan ante los ojos cada vez que se produce un encuentro de gigantes: La fusión de AOL y Time Warner ¿amenazará la libertad de expresión en la Red? ¿no podremos decir lo que nos de la gana? La respuesta, en primer término, es sencilla y la tenemos con nosotros desde hace tiempo: los que no podrán decir lo que quieran son los medios comprendidos en esa fusión, que ahora tendrán un nuevo mesías en las redacciones y otra empresa para convertir en sacrosanta iglesia. Time Warner ya es el producto de una serie de importantes fusiones, tanto en su grupo como entre sus competidores, las cuales han contribuido a reducir sensiblemente la libertad de expresión en sus propios medios al someterlos a la lógica corporativa, reducir la calidad de sus informaciones, imponer una agenda de acontecimientos a escala mundial («es que lo está diciendo la CNN«), reducir sensiblemente el periodismo de investigación, potenciar el espectáculo mediático y, en definitiva, ahuyentar los lectores de este tipo de periodismo hacia nuevas formas de obtener información.

Antes de que AOL luciera sus colmillos, el número de grupos de comunicación en el mundo estaba experimentando un sensible «encogimiento», al tiempo que engordaban sus respectivas carteras de medios, ya fueran de papel, radio o TV (véase el editorial «La gran trituración» del 5/10/99). Por tanto, estamos metidos de lleno desde hace tiempo en ese proceso del incremento del poder potencial de unos pocos sobre el conjunto de la opinión pública, como explica muy bien el científico Cayetano López desde las páginas de El País (16/1/00, «Abre nuevas oportunidades»), el buque insignia de Prisa, el único grupo de comunicación español con vocación de conglomerado multimedia global, junto con Telefónica.

La sorpresa del bocado de AOL también se ha manifestado desde el punto de vista de los números. No cuadran. Time Warner tiene cinco veces más ingresos, seis veces más empleados y va a generar hasta el 70% de las ganancias del nuevo grupo. Pero sus aventuras en Internet tuvieron menos futuro que unos Juegos Olímpicos en la Antártida. Time enterró cientos de millones de dólares en su Full Service Network, en un gran portal y en la estrella de la corona, el Pathfinder ante el que muchos hincaron la rodilla en reverencia por «la calidad de sus contenidos». En todos los casos, esos contenidos procedían de nutridas redacciones de periodistas, comunicadores y expertos de distinto pelaje. Time no le concedió mucho crédito, como no podía ser de otra manera, a lo que podía hacer la gente cuando se la dejaba librada a sí misma. Este será un interesante punto de encuentro con sus nuevos jefes.

AOL sigue siendo, entre otras cosas, una red preparada para gente que prefiere funcionar en entornos controlados, donde no se dice caca, pis, pito o culo sin permiso. Una gigantesca Intranet con sus pasarelas a la Red de Redes. El futuro del nuevo grupo se va a decidir en gran medida en esa zona de reflujo: entre lo que haga AOL en el mundo real, ahora que tiene un poderoso portaaviones para navegarlo, y lo que consiga hacer con su socio en el mundo virtual, donde Time Warner se ha movido hasta ahora como un esquiador en un avión. AOL tiene 20 millones de suscriptores para experimentar. Esa es su fuerza tangible. Mientras tanto, quedamos fuera más de 180 millones de internautas (y aumentando), muchísimo de los cuales, millones y millones, seguimos trabajando sin cruzarnos durante meses con cualquiera de las páginas del nuevo monstruo. Aunque, eso sí, muchos de nosotros utilizamos el navegador que se compró AOL por 4.000 millones de dólares en noviembre de 1998 y que se encuentra gratis en el mercado, como el de su competidor. Internet tiene estas cosas tan raras.

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