El padre propone y…
Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
21 febrero, 2017
Editorial: 74
Fecha de publicación original: 3 junio, 1997
Fecha de publicación: 3/6/1997. Editorial 74.
Los duelos con pan son menos (Don Quijote, xiii, parte II)
La nueva generación de productos mediáticos de la web han comenzado a salir de la incubadora y algunos ya tienen incluso unas patitas muy desarrolladas. Se les conoce como tecnología “push” (empujar), término que amenaza con ganarse un lugar al sol en cualquiera de las versiones de la lengua digital. El “push”, como ya casi todo el mundo conectado debería saber, consiste en la habilidad de hacer llegar al dispositivo electrónico del internauta lo que éste desee de la web, así como lo que ni siquiera sabe que existe y que, por tanto, en principio no quiere ni tiene el deseo de querer, pero le resulta imprescindible cuando lo recibe. El “push” ha generado ya un buen derrame de bits para analizar sus implicaciones. Encabezado por PointCast –el salvapantallas que muestra información previamente extraída de un servidor y almacenada en el disco duro del usuario–, la patrulla de estas tecnologías ha ido engrosando considerablemente sus filas en los últimos meses. Algunas de ellas, salvando las distancias más evidentes, se parecen cada vez más a la televisión. Otras, todavía dejan un repertorio de oportunidades a la iniciativa del internauta. Pero todo ello ocurre en el coto cerrado de un potente emisor lanzado a la búsqueda implacable de una audiencia consumidora de información. Contra más contrastado sea el perfil de ésta, mayores garantías de éxito. Y como el perfil en el ciberespacio se confecciona a medida que el correspondiente “push” gana público, la audiencia se parece cada vez más a la que prolifera alrededor de una pantalla de televisión.
Pareciera que, poco a poco, la Red comienza a escribir una nueva historia en su precoz y vertiginoso desarrollo: la de las “baby-media-corporations” que, dentro de un horizonte previsible de pocos años, llevan camino de convertirse en las grandes protagonistas del nuevo paisaje mediático engendrado por Internet. Libres por ahora de contratendencias significativas que limiten su proliferación, su dispersión apunta a la reproducción de un mapa comunicacional bastante conocido, aunque dominado por nuevos actores y por nuevas empresas. La tecnología, como ha sucedido en otras instancias, comienza a imponer su ley: la capacidad tecnológica de emitir información por grupos altamente preparados para la tarea, con una gran absorción financiera e innovadora, a la caza de un tipo de consumidor que no le hace ascos a convertirse en el gerente individual no pagado de las empresas que van a ofrecerle el paraíso digital, es un cóctel irresistible ante el que incluso The Economist comienza a rendirse. En el fondo, este proceso se apoya en una vieja semilla en busca de un nuevo campo de cultivo: la información es más poderosa (y valiosa) cuan más tajante es la división entre los emisores y los consumidores. ¿Germinará?
Esa es una de las cuestiones que, indirectamente, aborda la revista británica en su último número (conviene bajárselo antes de que desaparezca del archivo digital). The Economist es uno de los medios más influyentes en los círculos de “toma de decisiones” del mundo y, hasta ahora, uno de los más escépticos ante las posibilidades de Internet, tema al que ha dedicado extensos reportajes. La brújula ha comenzado a decantarse hacia las bondades de la Red no cuando el comercio electrónico comienza a cuajar como una realidad (desde hace dos años, cualquiera con un par de ojos –y ellos tienen muchos apuntando a esta dirección– podía ver que la resolución de problemas menores de seguridad sería la espoleta que propulsaría el comercio hacia un medio tan natural como un mercado mundial interconectado las 24 horas del día), sino cuando este comercio, domado por las tecnologías “push”, devuelve el poder de la comunicación a ciertos centros distribuidores de información “individual” como parte de un amplio paquete en el que se incluye el ocio, el trabajo, la posibilidad de hacer dinero y, por supuesto, la compra cortada a medida. No hace falta ser un lince para evaluar la enorme importancia que tendrán en la evolución futura de la web estos centros emisores hipermedia, hipercontenido, hiperpoblados y, por supuesto, hiperseguros.
¿Significa esto la muerte de la WWW tal y como la hemos conocido en estos dos últimos años? Los argumentos en favor y en contra son por ahora tan etéreos como la proyección de la población de Internet para dentro de 10 años. No obstante, el resultado definitivo de las tendencias actuales gravita en gran medida alrededor de un factor que suele soslayarse casi con negligencia: el desarrollo urgente de herramientas sencillas y accesibles de publicación en la web (o lo que la sustituya) que convierta a cualquier internauta en dueño de su voz. En una interesante entrevista en la revista Time (19/5/97), Tim Berners-Lee, el creador de la WWW, pone el dedo en la llaga cuando dice: “[Nuestra] idea original era la de trabajar junto con otros. La web se pensó como una herramienta creativa”, cooperativa, en la que cualquiera podía colocar mensajes o documentos hipertextuales dirigidos, por ejemplo, a sus colegas de trabajo, amigos, familiares, etc. Sin embargo, prosigue el científico, ha comenzado a prevalecer una estructura jerárquica porque llega un momento en que alguien tiene que “poner” la información en la Red y nos convierte a los demás en consumidores. Robert Cailliau, quien colaboró en el proyecto con Berners-Lee en el CERN, no se muerde la lengua y dice, con dolor de padre, que esta evolución ha significado “un absoluto desastre para la web”.
Posiblemente ambos amplifican su crítica porque ellos parieron a la criatura y les ha salido rana. No encuentran la forma de recuperar al príncipe que llevaba adentro. Pero saben que el beso mágico tiene que propinarse en forma de editores de páginas web tan sencillos como los procesadores de textos y que, al mismo tiempo, se puedan colocar en Internet con la misma facilidad con que se saca una copia por la impresora. Esto incrementaría radicalmente la capacidad emisora de los millones de internautas que por ahora navegan con el viento de cola del correo-e, las listas de distribución y otros foros virtuales, mientras dejan que los comerciantes del templo “push” acoten la web con alambrado digital. En esta aventuran, los profetas del “empujar” cuentan con la complicidad abierta de las corporaciones telefónicas, así como el de otros poderes económicos y políticos. En el mundo que ellos prefiguran, no importa el número de navegadores ni su compatibilidad entre ellos, sino las tarifas que determinarán a qué servicios se accede, en qué circunstancias y para qué. Uno de los primeros sectores que sufrirán en carne propia semejante orientación será el de la educación. Pero, a la vista de los servicios “push” que han aparecido por ahora en Internet, no parece que esta sea una de sus preocupaciones fundamentales.