El Estado de la Seguridad

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
15 mayo, 2018
Editorial: 202
Fecha de publicación original: 15 febrero, 2000

Ráscate la pierna, que te duele la cabeza

Las cosas en Internet van a tal velocidad que a veces no te dejan ni escribir sobre lo que quieres. Tengo pendiente seguir con el tema de la relación entre lo global y lo local para los nuevos negocios de la Red. Y a ello nos dedicaremos en los próximos editoriales, si nos dejan. Porque el ataque de la semana pasada contra los servidores de Yahoo!, CNN, Buy.com, eBay, Amazom.com, E-Trade, ZD-Net y otros que se encontraban por el camino, ha generado tal cantidad de jugosos comentarios que no puedo resistir la tentación de hincarle el diente a este filete. Para empezar, la noticia, como suele suceder en estos casos, ha quedado oscurecida por toneladas de jerga técnica en los medios de comunicación. Para seguir, y adentrarnos de paso en terrenos escabrosos, el FBI no sólo ha funcionado como una previsible fuente privilegiada de información, sino que, además, ha convertido esta función en un exitoso arte pedagógico sobre las maldades que otros cometen en la Red. Como si no hubiera existido nunca un tal Mr. J. Edgar Hoover y el mundo hubiera empezado hace dos días.

En 48 horas nos hemos enterado de las cosas impresionantes que pueden hacer los chavales de 15 años, que siempre son los chavales de 15 años de los otros, porque los que nosotros conocemos no tienen ni idea de cómo lanzar un ataque masivo de esta naturaleza poniendo en juego simultáneamente a cientos, miles de ordenadores. Pero bueno, admitamos que sí, que esto está al alcance de cualquier espabilado y que los tontitos somos nosotros. La conclusión fundamental parece ser que la Red no es un lugar seguro y que, además, tiene muchos «agujeros». No está mal. Casi podríamos decir «¡Ya era hora!». Nos ha tomado varias decenas de miles de años comenzar a sospechar que la tecnología no es perfecta, a pesar de las innumerables pruebas cotidianas que recibimos en tal sentido.

Como decía el inefable Hércules Poirot, para destejer la trama habría que preguntarse a quién favorece el crimen. Por ahora, el único que ha salido con los bolsillos llenos es precisamente el FBI. Clinton ha pedido que le concedan 37 millones de dólares a la unidad contra delitos informáticos de esta agencia de seguridad. Una bagatela comparado con los 2.000 millones de dólares que la Casa Blanca ha destinado para «proteger las redes telemáticas de EEUU y el comercio electrónico», en una ley que, curiosamente, ahora se está discutiendo en el Congreso. Todo apunta a que una de las profesiones de mayor futuro es la de ciberpolicía y alguien se está encargando de hacer lo que podríamos denominar «marketing directo» para promocionarla.

Los más interesados podrían ser, entre otros, los cuerpos de seguridad, tipo CIA, FBI, Agencia Nacional de Seguridad o los tres ejércitos juntos. Por lo menos, el gremialismo siempre ha funcionado muy bien entre ellos y, en el caso de EEUU, hay una larga tradición al respecto. Desde que las redes comenzaron su eclosión pública a principios de esta década, el Departamento de Defensa, la Casa Blanca y todo lo que hay en el medio, no han cesado de insistir en que el país corría un grave riesgo ante el rumbo que estaban tomando los acontecimientos, vale decir la aparición de la Sociedad de la Información, y que había que hacer algo al respecto. Últimamente, ese algo se centraba dotar de seguridad al comercio electrónico. Pero en años anteriores tomó diferentes formas: chips para poder examinar todas las transacciones electrónicas, registros de contraseñas vigiladas por el FBI, limitaciones al comercio de sistemas de encriptación, etc. Por supuesto, cada una de estas propuestas de la administración suponía un recorte de los derechos de los ciudadanos o una mayor vigilancia sobre sus actividades. Al mismo tiempo, cada una de ellas ha gozado de su correspondiente «evento ciberterrorista» con amplia cobertura en los medios.

Hace ahora seis años, circulaba por Internet un famoso informe al Secretario de Defensa y al Director de la CIA titulado «Redefinir la Seguridad». Fechado el 28 de febrero de 1994, estaba elaborado por la Comisión Conjunta de Seguridad (JSC), en la participaban todas las agencias de seguridad del EEUU, y contó con el apoyo de las corporaciones e instituciones más significativas del país. En aquella época había muy poca web y mucho foro de USENET dedicado a debatir cuestiones como la democracia de las redes. Por tanto, este tipo de documentos era el pan nuestro de cada día en montones de foros de Internet. Los chavales de 15 años, mientras, comenzaban a sedimentar la premonitoria destreza de las generaciones Nintendo y Sega.

El informe exponía con meridiana claridad la visión de la JSC respecto a la «filosofía de la seguridad» respecto a la vida comunitaria, el gobierno, las comunidades de defensa e inteligencia, el comercio electrónico o las políticas económicas y las militares. Todo estaba amenazado por la proliferación de un amplio abanico de tecnologías, «desde las utilizadas para crear armas nucleares a las que interconectan nuestros ordenadores». Atención al término «proliferación», usado prolíficamente en el documento. Uno no podía menos que adquirir la sensación de que lo que allí se decía, la proliferación de ordenadores, es decir, el simple hecho de comprar algo junto con mucha otra gente, ya era motivo suficiente como para arrojar una sombra de sospecha sobre el uso que se le podría dar al artefacto. Y a eso estamos llegando.

El primer capítulo, titulado «Acercándonos al próximo siglo», comenzaba con una insigne frase que indignó, lógicamente, a las organizaciones de derechos civiles: «La primera obligación del gobierno es garantizar la seguridad de sus ciudadanos». Nada de bienestar individual o colectivo, o zarandajas por el estilo. Esas eran cosas de revoluciones superadas. Ahora, el Estados del Bienestar debía ceder paso al Estado de la Seguridad. Internet era, desde luego, algo a tomar seriamente en cuenta.

Declaraciones de este tipo siempre hay que tomarlas en consideración según quiénes las propalan. Y en este caso proceden de un Estado con un largo pedigrí en la creación de estados emocionales públicos mediante provocaciones oficiales o, y esto no es viceversa, mediante la utilización del poder para alcanzar ciertos fines sin mayor preocupación por los medios utilizados. El ejército de EEUU no ha dudado en irradiar a su propio personal o a civiles inadvertidos para comprobar los efectos de la radiactividad. Están documentados varios episodios en los que se han soltado gérmenes y microbios en el metro y en otros lugares públicos para estudiar su tasa de propagación, en algunos casos causando lesiones a los indefensos ciudadanos. Ahora mismo acaba de verificarse el efecto nocivo de algunos de los cócteles secretos que el alto mando le proporcionó a sus soldados sin ningún tipo de prevención durante la guerra contra Irak y que ha ocasionado el denominado «síndrome del Golfo».

Ante el ataque de esta «nueva generación de hackers», que nadie reconoce ni nadie sabe de donde viene, me parece que, como mínimo, deberíamos mantener un saludable escepticismo antes de consolidar conclusiones. ¿Estamos ante otro caso de esta medicina radical proporcionada por el conglomerado industrial-militar para crear el estado de ansiedad necesario que justifiquen medidas más estrictas, tales como las que ahora están ante el Congreso de EEUU? ¿A quién le interesa que nos asustemos un poco por los «agujeros» de la Red para así levantar la mano más dócilmente a la hora de admitir leyes dispuestas a rebañar el techo de los derechos civiles? Es cierto que los beneficiados por las consecuencias de este tipo de ataques abarca una larga lista. Ahí están, por ejemplo, los que pierden con el advenimiento de la Sociedad de la Información o, lo que es otra forma de decir lo mismo, los que, a pesar de considerarse abanderados de los nuevos cambios, no tienen forma de competir con la economía de Estados Unidos. Y, por supuesto, tampoco faltan los aburridos en busca de emociones fuertes. Hayan actuado todos juntos, en grupitos o por separado, no tardaremos mucho en saber qué ha sucedido. El Gran Hermano ahora lo somos todos, gracias precisamente a Internet. Más pronto que tarde, nos enteraremos de quiénes y qué nos han intentado hacer.

print