El efecto clorofila

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
25 julio, 2017
Editorial: 117
Fecha de publicación original: 28 abril, 1998

Pobres de los que están en casa, que los del campo manta llevan

“¿Las tecnologías de la información también plantan semillas y mejoran nuestra conciencia sobre el despilfarro energético?” Esta es una de las preguntas que he recibido como respuesta al editorial de la semana pasada donde hacía un somero ejercicio de prospectiva sobre la Barcelona del año 2020. Allí comenzaba diciendo que, para ese entonces, en la ciudad predominarían las casas y viviendas ajardinadas y dotadas de tecnología bioclimática. Asimismo, el ecosistema urbano sería bastante eficiente en el uso de los recursos y, en particular, de la energía, todo ello gracias a decisiones tomadas años antes para estimular el desarrollo de la industria de la información y el conocimiento. Unos cuantos amigos, con una larga experiencia política y asociativa en Barcelona, que han dedicado gran parte de su vida a tratar de mejorar la calidad ambiental de la ciudad, me han mandado algunos comentarios sobre esta prospectiva. En síntesis, deseaban que “mis sueños silvestres” se cumplieran, que las estupendas tecnologías de la información obraran el milagro y que ellos vivieran para disfrutarlo.

Pues bien, bromitas aparte, aquí es donde está el quid de la cuestión: si hay milagro, lo habrá porque lo obremos nosotros, porque si no…. Las tecnologías de la información y el conocimiento, “por sí solas”, apenas apuntan a un camino, pero no resucitan a los muertos ni curan al enfermo. Esto puede resultar una perogrullada, pero muchas de las acciones de empresas, organizaciones y administraciones respecto a las tecnologías de la información parecen basarse en la firme convicción de que “poseerlas es conquistar el mundo”. Pronto descubren que para cumplir con semejante objetivo es necesario estar equipado mental y culturalmente con algo más, algo que no viene en el manual de instrucciones del ordenador que acabamos de desempaquetar.

Cuando planteé en taller de La Ciudad Sostenible el reverdecimiento de Barcelona a 20 años vista, estaba apoyándome simplemente en los “recursos” que estaban sentados alrededor de la mesa. Allí estábamos desde el Director del Plan Territorial Metropolitano de Barcelona (Generalitat de Catalunya), al Presidente de la Entidad Metropolitana del Medio Ambiente, autoridades de urbanismo y medio ambiente del Ayuntamiento y la Diputación de Barcelona, empresas de electricidad y aguas de la ciudad, alcaldes de municipios metropolitanos, investigadores, economistas, ecólogos y ecologistas, arquitectos y periodistas, algunos de estos con publicaciones electrónicas periódicas en Internet. En este escogido ramillete de las “fuerzas vivas” de la ciudad se condensa, sin duda, lo que podríamos llamar una parte de la infoestructura urbana, los dotadores de su contenido físico y virtual. Sólo faltaba el suministrador de la infraestructura. Ante tamaña ausencia (nada más y nada menos que quien está lanzando el tendido de las vías férreas virtuales desde el corazón de la ciudad hasta sus más alejados suburbios: en una reunión semejante a comienzos de la revolución industrial habría tenido un asiento preferente), incluí en la nómina a un representante de Cable i Televisió de Catalunya (CTC), la empresa que en cuatro años debe llevar, entre otras cosas, Internet a alta velocidad a la mayoría de los hogares de Cataluña. O sea, ya estamos en el 2003.

¿Y qué tenemos entonces desde el punto de vista de los sentados alrededor de la mesa? La posibilidad cierta de conducir acciones en un contexto urbano, administrativo, social, político, económico y científico muy concreto. En sus manos está la realización del mandato y las sugerencias de la Agenda 21, el impulsar acciones o recoger las que provengan de la sociedad civil, el poner en práctica formas de gobierno abiertas a la participación vecinal en relación con objetivos de ecología urbana y el velar, en definitiva, porque el concepto “ciudad sostenible” contenga significados específicos. Y para ello, las tecnologías de la información les brinda no sólo una oportunidad, sino una responsabilidad para responder a los desafíos que se abren a la ciudad del futuro. Yo escogí un caso concreto, lo que podríamos llamar “la estrategia de la clorofila”.

El CREAF es un centro de investigación que ha propuesto, en varias ocasiones, que se planten azoteas y tejados de la ciudad con técnicas de cultivo que permiten crear un manto verde para absorber CO2 y, de paso mantener una regulación bioclimática de las viviendas. Hasta ahora, estos postulados han encontrado alguna que otra vez una vía hacia los medios de comunicación, pero, como suele suceder, de manera sincopada y simplista. Con Internet en los hogares vía cable, ya sea en el ordenador o en la TV, el CREAF tiene la oportunidad de crear un sistema de información digital y llevar su mensaje hasta cada vivienda para explicar, incluso, cómo debería adaptarse la técnica de reverdecimiento a cada caso concreto. Esta acción, lógicamente, vendría apoyada por una política municipal que, hasta cierto punto, estaría informada por las acciones de la plataforma Barcelona, Ahorra Energía y el Foro por una Barcelona Sostenible, ambas entidades integradas por un amplio y variado número de organizaciones ciudadanas y que estaban representadas en la reunión.

Dicha política municipal, por tanto, tendría que superar la fase de “la eficiencia de la gestión” a través de las tecnologías de la información, para pasar a la de “la gestión de la participación”, lo cual no es sólo un salto administrativo, sino político, o sea, cultural, como muy bien explica Susana Finquelievitch en su excelente artículo «Entre la cápsula y el planeta: la transformación de los espacios en la era de la telemática». Hasta ahora, estamos viendo cómo los entes públicos asumen Internet como una vía para mejorar su funcionamiento interno y externo que, en este último caso, llega, en su punto culminante, a abrir “ventanillas en el ciberespacio”. Por otra parte, ante la potencialidad de la interacción a través de las redes, las administraciones ceden a la tentación de reemplazar directamente a la sociedad civil y se embarcan en iniciativas sustitutorias. Esta última estrategia (si la podemos llamar así) se ve facilitada, en gran medida, porque los propios poderes públicos –ya sea explícita o implícitamente– no colocan los medios necesarios para interactuar con las organizaciones ciudadanas y, por tanto, encuentran el terreno abonado para sustituirlas incluso en el ciberespacio.

Bien, a lo que íbamos: CREAF, municipios, gobierno regional, órganos de planificación territorial, entidades ciudadanas, Internet por cable, Agenda 21, creciente preocupación por los efectos del cambio climático (para mitad de la primera década del siglo próximo los gobiernos –estatales o locales– tienen que empezar a tomar las medidas comprometidas durante este final de siglo), incremento del número de coches en la ciudad y multiplicación de sus efectos perturbadores, reflejo epidemiológico del aumento de la contaminación urbana en la incidencia de afecciones pulmonares, reacción de la institución de la salud, campañas para diversificar medios de transporte, el uso del espacio urbano y la racionalización de los flujos energéticos, incremento de los bucles de información ciudadana a través de sistemas de información distribuidos por redes, personalización de esa información conectada a centros de telemedicina, teleeducación, teleinvestigación, telegobierno, densificación del sector industrial de servicios de información digital, del de empresas con las tecnologías propuestas por el CREAF para reverdecer la ciudad, del de empresas con tecnologías bioclimáticas adaptadas a una configuración urbana de edificios altos (células combustibles, fotovoltaicas, metales con memoria, etc.) y un largo etcétera nos llevan, en el mejor de los mundos, a una Barcelona cada vez más verde, energéticamente más eficiente, cada vez mejor informada.

Esta era la conclusión de la prospectiva realizada la semana pasada. pero allí indicaba que para alcanzar este objetivo, era necesario realizar una serie de acciones previas y entre ellas destacaba la dirigida hacia la institución de la educación. Tanto en lo dicho en el párrafo anterior, como en esta estrategia educativa, las tecnologías de la información están supeditadas a las políticas que desarrollen las fuerzas concretas de la ciudad. Si estas existen en una perspectiva como la apuntada, sus efectos tendrán una profundidad, un alcance y un grado de interactividad entre todos los sectores implicados que no habría sido ni siquiera imaginable sin las tecnologías de la información. Y, me parece, que es en esta relación entre la acción política y el medio interactivo que la vehicula donde se abre la posibilidad cierta de alcanzar resultados basados en una información y conocimientos que hasta ahora no era posible para la vasta mayoría de ciudadanos. Pero, insisto, para llegar a ese punto, hay que colocar los medios necesarios, la “infoestructura” y la “infraestructura”, y esto no tiene nada que ver con el “efecto milagroso” de las tecnologías de la información, sino con la voluntad política de sus usuarios. De lo contrario, ni efecto milagroso, ni efecto clorofila.

print