El cartero llama miles de veces

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
29 octubre, 2016
Editorial: 43
Fecha de publicación original: 29 octubre, 1996

Fecha de publicación: 29/10/1996. Editorial 043.

Quinto artículo de una serie dedicada a periodismo digital*

Donde menos se espera salta la liebre (Don Quijote, capítulo II)

Este es un artículo escrito con fecha (desconocida) de caducidad. Mucho de lo que ahora diga sobre la relación entre Internet y los profesionales de la comunicación, en particular de quienes trabajan en las empresas periodísticas, posiblemente variará sustancialmente en el horizonte de un par de años. No obstante, aunque la situación cambiara espectacularmente en sólo seis meses, todavía es mucho tiempo desde el punto de vista del calendario digital. Sobre todo en algunos de los aspectos que más me interesa destacar y aún más si tomamos en cuenta el tiempo ya discurrido.

Hace aproximadamente un par de años, comencé a firmar mis primeros artículos en El Periódico con el añadido de mi dirección de correo electrónico (ahora lo hacemos siempre en la página Telemática de cada domingo, aunque en la versión electrónica del diario la dirección no está todavía activa). Luis Reales hizo lo propio por aquel entonces en el suplemento de ciencia de La Vanguardia. Era la primera vez que sucedía tal cosa en la prensa española (ambos casos se daban en Barcelona, una especie de discreto aviso de que en Cataluña se iban a cocinar las iniciativas mediáticas pioneras en Internet). Desde entonces, muchos bits han discurrido bajo los puentes digitales del ciberespacio. No obstante, a pesar de las innovaciones registradas en este tiempo, sobre todo el hecho de que casi todos los medios de comunicación más importantes de Cataluña han abierto su porción de quiosco en la Red (El Periódico, Avui, La Vanguardia, Catalunya Radio o TV3, por citar sólo algunos), el número de periodistas que cuenta con una dirección de correo electrónico es bajísimo, ínfimo, ridículo.

Ninguno de estos medios en Cataluña (ni en otros lugares del país) ha acometido como política propia la distribución sistemática de direcciones de correo electrónico entre sus profesionales. Ni siquiera entre sus directivos. De hecho, las conexiones con Internet en las redacciones son la excepción, lo cual dificulta por supuesto el uso generalizado del correo electrónico. Desde el punto de vista de las empresas hay razones que sustentan esta situación (que analizaremos la próxima semana). Desde el punto de vista de los periodistas, no deja de ser paradójico que los profesionales de la comunicación todavía no hayan incorporado a su arsenal de herramientas de trabajo la más poderosa de todas: Internet en todas sus facetas mediáticas. Para decirlo rápido y pronto: No se comprende muy bien que los periodistas no hayan constituido todavía un “grupo de presión benigna” para obtener lo que debería ser la reivindicación fundamental de un programa digital minimalista: disponer de correo electrónico en las redacciones. (El maximalista pasa por definir su papel de periodistas digitales en el seno de las empresas, lo cual, más que otro cantar, es toda una ópera).

Resulta impropio de periodistas hechos y derechos que todavía salte a la palestra la pregunta más reiterada de los dos últimos años: ¿Hay buena información en Internet? Esta cuestión ya establece un completo diagnóstico de la situación en la que nos encontramos. (No me parece necesario perder el tiempo con el rosario de afirmaciones que suele acompañar a dicha pregunta: Internet es como un juego, es una pérdida de tiempo, etc.). La única forma de saber si hay “buena información” en Internet (o en cualquier otra parte) es mediante la prueba de Santo Tomás, el primer periodista digital de la era post-Gólgota: meter los dedos en la llaga. Y la respuesta que uno encuentra entonces es palmaria: en Internet hay excelente información, mejores contactos y un amplísimo espectro de fuentes personales, institucionales y documentales, inaccesibles por otras vías, sea teléfono o fax (a menos que se logre atravesar el espeso muro de asesores, secretarios, reuniones de último minuto, ausencias con y sin justificación, etc., que suele rodear a la ocupada gente de este mundo con la que uno quiere hablar). Todo ello está al cabo del correo electrónico, la herramienta fundamental de Internet. La WWW juega en este sentido un papel secundario y, casi invariablemente, funcional con respecto al correo-e (como se tradujo en una película).

La cuestión estriba en cuánta imaginación se le echa al asunto para crear, a través de esta especie de Miguel Strogoff del ciberespacio, contactos, listas de discusión, o formas de validación de la identidad de las fuentes personales o documentales a las que tengamos acceso. El correo electrónico permite acopiar información rápidamente, contrastarla, aumentar el círculo de contactos, darse a conocer en los sectores de información preferidos y mantener una actualización constante de las fuentes y sus actividades. La relación del periodista con el ciberespacio madura a través del uso que haga de esta especie de aguja que recompone constantemente los nudos de la Red: los primeros mensajes se convierten rápidamente en un denso entramado, un complejo mapa lleno de contornos físicos y espirituales en el que más vale no perderse. El correo electrónico ofrece una ventaja comparativa inigualable en relación con el teléfono y el fax: es como moverse constantemente dentro de un sistema de información, en parte definido por uno mismo, en parte por la dinámica de la comunicación y la interacción digital, cuya capacidad y velocidad de respuesta no tiene parangón en el “mundo real”.

Un ejemplo: En febrero del año pasado estuve en el Congreso de la American Association for the Advancement of Science (AAAS) en Atlanta (EEUU). Una de sus conferencias de cuatro días versó sobre el estado de los arsenales nucleares en la ex-URSS. Asistieron científicos y expertos de EEUU y de varias repúblicas de la antigua Unión Soviética, todos ellos con un conocimiento del problema en ambos países de primera mano. Eran “la crème de la crème” de la física nuclear, la producción de armas atómicas y la protección radiológica. Me hice con el correo electrónico de casi todos ellos. De vuelta a Barcelona, inicié una lista de discusión post-AAAS cuyo número de participantes se fue ampliando con el tiempo, hasta incluir autoridades del Departamento de Energía de EEUU y de los ministerios de energía de Rusia, Ucrania y Bielorrusia. Cada nuevo miembro de la lista venía refrendado por algunos de los habituales. La calidad de la información que circulaba en este foro de discusión no tenía paralelo en ninguna otra dimensión, por lo menos de las que yo, periodista al fin, puedo tocar. He publicado algunos artículos con los informes, las entrevistas y los datos obtenidos en esta lista.

Y sigue sucediendo ese milagro tan propio de Internet: mientras obtengo respuesta a los mensajes electrónicos con una celeridad típica de la era digital, todavía no consigo hablar por teléfono con algunos de los contertulios. Pero siempre están en su estafeta de correo electrónico para evacuar cualquier consulta u ofrecer ayuda para localizar a la fuente más idónea. Hoy mismo, mientras escribía este artículo, me ha llegado a través de dos listas de discusión (una de ellas, la que menciono) el aviso de una serie de reportajes en Physics Today sobre la historia del programa nuclear soviético a raíz de una reunión de 300 expertos en Dubna –Rusia– en mayo pasado. El mensaje ofrece todos los artículos y venía acompañado de los nombres y direcciones de varios de los científicos que asistieron a esa reunión y que están dispuestos a responder a las preguntas de los periodistas.

El correo electrónico le abre al periodista una ventana desde donde se contemplan paisajes insospechados. Pero lo más importante es que el panorama global le permite interpretar con bastante aproximación, entre otras cosas, por donde discurren los intereses de los lectores que, por el hecho de interactuar directamente con el profesional de la comunicación, comienzan a formar una parte integral de la información. Este es un fenómeno nuevo para el que, admitámoslo sin mayores divagaciones, no estábamos –ni estamos– preparados. No obstante, la abundante bibliografía sobre la historia del periodismo hace hincapié de mil maneras diferentes precisamente sobre este aspecto: los acontecimientos que narran los medios de comunicación no forman parte de la vida de la gente, sino de la vida que la gente sospecha que existe más allá de la suya propia. A partir de ahí, el grado de interés que cada uno muestre hacia esos acontecimientos está mediado por un ingente número de factores culturales.

Los medios digitales interactivos han subvertido esta regla porque es la propia gente la que comienza a dictar donde están los eventos que le interesan y, además, quiere participar en ellos en la medida de lo posible. Por lo menos, a través de la comunicación. En este nuevo marco, el periodista digital no podrá quedarse en su papel actual de mero digestor de la información que obtiene. La propia interacción con el medio digital le obligará a asumir otras funciones (y a prepararse para desempeñarlas). El camino lo están marcando, en gran medida, los miles de periodistas digitales que han surgido de la nada gracias a las posibilidades que ofrecen las redes para la comunicación interactiva.

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* Resto de artículos dedicados a periodismo digital

1.- En busca del periodista digital
2.- De la dictadura de los técnicos… 
3.- …a la perplejidad de las masas
4.- El nacimiento del “poder suave”
5.- El cartero llama miles de veces
6.- Cómo escaparse del quiosco y no morir en el intento
7.- La universidad flotante
8.- El corresponsal del conocimiento
9.- Periodismo de disco duro

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