El bit digerido

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
8 agosto, 2017
Editorial: 122
Fecha de publicación original: 2 junio, 1998

La experiencia es un maestro muy caro

Entre los múltiples procesos contradictorios que está generando la Sociedad de la Información, uno de los más llamativos es el que podríamos denominar de «revisionismo comunicacional». Esta postura está abanderada por figuras relevantes del mundo de la comunicación, que han desempeñado un papel importante en la creación de destacadas y cualificadas plataformas de comunicación fuertemente impregnadas por la defensa de los derechos asociados a la libertad de expresión y a otros principios elementales de un sistema democrático, como el poner al alcance del público «información de calidad para poder interpretar la realidad y garantizar la libertad del ciudadano». Sin embargo, en algún momento de los últimos años, algo se ha quebrado irremediablemente en este mundo de la comunicación que tan bien conocían y les ha hecho variar su interpretación de dicha realidad. La emergencia de nuevos sistemas de comunicación, de nuevos medios y, en particular, de Internet, que, en principio, ponen en las manos del ciudadano las herramientas para participar activamente en el proceso social de creación y distribución de información y conocimientos, parece haber conmovido seriamente aquellos principios que cantaban las virtudes de la libertad de información. Como ahora nos dice Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, resulta que «más comunicación no nos da más libertad». El poder, ahora, censura multiplicando la información en las democracias. Esta tesis la sustenta Ramonet en su último libro «La tiranía de la comunicación», que se une a «La Red», de Juan Luis Cebrián, para alertarnos de los riesgos encapsulados en la Sociedad de la Información.

En estas visiones se respira una fuerte tendencia hacia la simplificación a partir de los parámetros del mundo heredado por los patrones de la comunicación legados por ellos mismos. Sin embargo, no está tan claro que se puedan «transportar» de manera clínica y limpia los criterios de una sociedad modelada en gran medida por una forma de adquirir, procesar y emitir la información –básicamente desde los centros ilustrados y, por ende, poderosos, hacia el resto de la sociedad–, justo cuando estos modelos parecen tambalearse por el surgimiento de un flujo comunicacional de un signo radicalmente diferente. Ante un acontecimiento de semejantes dimensiones, lo que se impone es comprender la nueva complejidad desde una perspectiva más globalizadora, y no sólo desde la que hasta ahora nos ha iluminado, en la que sí tienen un gran sentido el papel de los grandes medios, las grandes corporaciones y el juego del poder como se entendía durante la Guerra Fría.

La Sociedad de la Información nos va a obligar a diseñar nuevos escenarios sociales, político, económicos y ecológicos, a desarrollar modelos ingeniosos y simulaciones operativas que nos permitan funcionar en un contexto bastante distinto al que conocemos, mucho más complejo y que se resiste a ser abordado sólo desde la analítica. Desde esta última, hoy resulta prácticamente imposible tratar de echarle un vistazo al todo, entre otras cosas, porque el todo hoy está integrado por una poblada diversidad de disciplinas que todavía no hemos interconectado. Dicho con otras palabras, ni siquiera hemos puesto en pie los cimientos de las instituciones educativas y de investigación donde esta interacción debe plasmarse en el contexto de la Sociedad de la Información.

Frente al «exceso de comunicación o de información irrelevante» la propuesta no es, desde luego, un regreso a la comunicación en mano de las élites ilustradas (y enriquecidas), sino en preguntarse ¿cómo podemos extraer conocimientos y comprensión de este marasmo informativo que amenaza con sacudirnos las neuronas como en una coctelera? ¿qué nuevas capacidades nos exigirá una sociedad construida sobre la información y el conocimiento? ¿cómo lograremos el punto de reflexión necesario para obtener una imagen fidedigna de la realidad? Estas preguntas no pueden responderse con recetas de cocina casera. Abordarlas requiere complementar ciencia, tecnología y una investigación interdisciplinaria que sea capaz de «abarcar al todo», aunque sea en sus colores más bastos y primarios. Por ese camino obtendremos los elementos suficientes para establecer quiénes serán los nuevos intermediarios en los sistemas de información y comunicación, cómo tendrán que actuar, de qué forma serán validados como procesadores de material digital y a partir de qué pautas la organización de la información se convertirá en conocimiento. Lo que podríamos llamar, en otras palabras, el paso del «bit crudo» al «bit digerido».

Para que los intermediarios puedan alcanzar este objetivo, tendrán que ser capaces de establecer una serie de conexiones cruciales nuevas en los procesos inherentes de la Sociedad de la Información, y no sólo jugar con las ya conocidas. Este es un esfuerzo intelectual que exigirá una nueva síntesis entre el conocimiento científico, la investigación multidisciplinar y la creciente participación de la sociedad civil en este proceso. El filósofo F. W. von Schelling sostenía que en nuestra sociedad existe una línea de demarcación entre dos grupos claramente diferenciados, los «Apolíneos» y los «Dioníseos». Los primeros sobresalen por el enfoque analítico, la lógica y el examen desapasionado de la realidad. Los segundos se basan en la intuición, la síntesis y la pasión. Murray Gell-Mann, premio Nobel de Física en 1969 y un experto en teoría del caos y, por tanto, en Internet– introduce una tercera categoría: los «Odíseos», que combinan ambos enfoques en su afán por encontrar y establecer las conexiones pertinentes entre las ideas. En los siguientes editoriales, trataremos de examinar cómo estos distintos puntos de vista orientan muchas de las propuestas para comprender y organizar la Sociedad de la Información.

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