El amigo finlandés
Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
17 octubre, 2017
Editorial: 141
Fecha de publicación original: 10 noviembre, 1998
Oír, ver y callar, recias cosas son de obrar
Heikki Hakala, editor del diario finlandés Etelä-Suomen Sanomat, no podía ocultar su extrañeza ante el número y la diversidad de publicaciones electrónicas que pueblan el ciberespacio español. Heikki, con quien compartía una mesa redonda sobre el futuro de la prensa de papel celebrada hace un mes en Maastricht, comparaba nuestra situación con la de su país y no se explicaba la diferencia. Finlandia es el primer país del mundo en densidad de población conectada a Internet (España aparece bastante más atrás, según el NUA). Sin embargo, allí no han proliferado diarios y revistas digitales hasta el punto de perfilarse como un pujante sector en Internet, como sucede en España. Para Hakala, lógicamente, las cosas deberían suceder al revés: a más internautas, más servicios en la Red. De ahí su sorpresa cuando le dije que a ellos les faltaba más vida callejera y más escepticismo ante la información, factores que explicarían lo que sucede entre nosotros.
Los diarios tradicionales finlandeses tienen una presencia activa en la Red. Su oferta oscila entre la mera transposición de los contenidos de papel a la síntesis de las noticias más importantes con algunos cambios a lo largo del día. Esta oferta informativa complementa la propia estructura de los diarios de papel. El Etelä-Suomen Sanomat, por ejemplo, es el séptimo diario de Finlandia. Es un diario regional con una tirada superior a los 200.000 ejemplares. Sus cifras de circulación son parecidas a las de El Periódico de Cataluña, el cual ocupa la segunda o tercera plaza entre los medios españoles a escala nacional a pesar de ser también de ámbito regional. La gran diferencia es que el Etelä-Suomen Sanomat sólo se distribuye en el sur de Finlandia, donde la población es muy inferior a la de Cataluña, y que el 95% de sus ejemplares llega directamente al hogar de sus lectores. Sólo un 5% se vende en quioscos.
A las 6.30 de la mañana ya se ha acabado con el proceso de distribución. Lo cual quiere decir que antes de las 11 de la noche, se ha acabado con la impresión. Y un par de horas antes, con el de generación de información. La remesa de acontecimientos locales, que es el objetivo principal del Etelä-Suomen Sanomat, se completa durante el curso del día con las radios y la televisión. En otras palabras, el acopio de información por parte del público no forma parte de un contexto de alta socialización, como sucede entre nosotros. Para comprar un periódico hay que salir de casa, visitar la calle y sus gentes, acudir al quiosco –o al bar–, intercambiar una mirada, aunque sea de soslayo, con el quiosquero y convertir la lectura del diario en un acto público, a veces incluso compartido con propios y extraños. Este conjunto de actividades sociales nos torna más susceptibles al intercambio, a la recepción de experiencias nuevas, a la innovación y, en suma, a la experimentación, elementos todos ellos fundamentales a la hora de probar iniciativas en contextos diferentes.
El otro factor, desde luego, es la propia credibilidad del proceso informativo. Al atávico escepticismo de los pueblos mediterráneos sobre la información de «carácter oficial», se une el hecho de que la calle es un surtidor constante de fuentes alternativas de información. Si estas aparecen mínimamente estructuradas en algún ámbito, y además satisfacen nuestro carácter cosmopolita –polifacético o poliédrico, como se quiera–, la receta tiene bastantes visos de alcanzar el éxito. Esto es, hasta cierto punto, lo que está sucediendo en Internet. Resulta inimaginable que en el Sur de Europa alguien se desayune con un periódico a las 6.30 de la mañana (resulta bastante inimaginable que haya una población tan extensa entre nosotros que simplemente desayune a las 6.30 de la mañana) y subsista de su contenido por el resto del día. ¡Hace falta saber qué dice el vecino al respecto de tantas cosas, por si alguien le ha contado algo diferente! E Internet se ha convertido en un gran vecino multitudinario, más complejo, sofisticado, diverso, inmediato, barato e inacabable que cualquiera de los que nos podamos encontrar por la calle o en el trabajo.
Este vecino ha adoptado las formas de diarios y revistas digitales, de medios que alcanzan a una vasta audiencia a través de todos los instrumentos que permiten la Red. Ambas poblaciones están en permanente crecimiento, las publicaciones electrónicas y sus lectores. Y una parte sustancial de ambas están diversificando constantemente su universo de intereses y la manera de concretarlos. Por eso, quizá, a nosotros nos ha resultado de una normalidad aplastante el que surgieran iniciativas como el Grup de Periodistes Digitals (GPD), o que organizáramos un congreso de la publicación electrónica que proyectara un retrato sorprendente de un sector en rápida expansión tras el discreto velo del ciberespacio. Y tampoco nos sorprende que, a pesar de lo que digan las cifras de la OJD (basadas únicamente en visitas a páginas web), nuestra realidad cotidiana es que recibimos cada vez más información a través de los medios digitales a los que estamos suscritos, que de los medios tradicionales. Este panorama resulta todavía bastante incomprensible en muchos países europeos. Pero se trata de un riquísimo pozo del que sin duda emergerá una visión y una forma de hacer las cosas en la Sociedad de la Información con un marcado carácter mediterráneo y –si nadie se asusta de tan manido lugar común– latino. A menos que perdamos esta identidad en una loca carrera por querer desayunar todos los días a las 6.30 de la mañana.