¿Dónde están los arquitectos de las viviendas virtuales?

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
6 septiembre, 2016
Editorial: 27
Fecha de publicación original: 9 julio, 1996

Fecha de publicación: 9/7/1996. Editorial 027.

Casa con dos puerta es mala de guardar

“La razón de la arquitectura es mejorar nuestras vidas”. ¿Cuánta gente en el mundo podría, querría o desearía suscribir esta frase de Zaha Hadid, la arquitecta de origen iraquí que la semana pasada intervino en Barcelona en el tumultuoso Congreso de la Unión Internacional de Arquitectura? El evento se transformó en un ring donde púgiles de reconocido peso internacional dirimieron sus respectivas visiones de la ciudad y del papel del arquitecto. En la clausura, Ralph Erskine, premio Pritzker (el equivalente a un Nobel en esta disciplina), declaró “No tenemos que seguir más el juego de los ricos”. A sus 82 años, tras una intensa vida dedicada a levantar edificios por todo el planeta, la declaración llega un poco tarde. Pero más vale que nunca.

En el Congreso se cruzaron muchas tendencias, desde las más “puristas” (el papel del habitante de una casa no empieza hasta que se le entregue la llave) hasta las que preconizan una proyección humana, social y política de las viviendas y, por ende, de la ciudad. Estos hombres y mujeres, sin embargo, escultores del paisaje urbano de un planeta que dentro de pocos años tendrá al 80% de sus habitantes hacinados en ciudades o en sus áreas de influencia, apenas prestaron atención al futuro que se les avecina. Cómo será la urbe digital fue una cuestión que ni siquiera rozó el debate, más allá de las declaraciones típicas para la galería sobre la necesidad de tomar en cuenta a las nuevas tecnologías (¿cuáles, dónde, para qué).

Mientras ellos hablaban en el Palau Sant Jordi de Barcelona, patrullas de trabajadores enterraban discretamente kilómetros de cables en el vientre de la ciudad. Así como en el siglo pasado el Barón Haussman impuso una telaraña de bulevares anchos y rectos en el antiguo laberinto de París, o el propio Cerdá hacía lo mismo en aquel entonces con la Barcelona que hoy admiraban los participantes en la UIA, así como los ingenieros tendieron las redes férreas que determinaron el contorno y el contenido de las ciudades desde finales del siglo pasado y principios de éste, ahora, estos equipos de trabajadores, transportados en anodinas furgonetas, tendían las infopistas que volverán a esculpir las ciudades del próximo siglo. La mayoría de los arquitectos de la UIA, preocupados porque nadie les moleste a la hora de diseñar sus bellos edificios, se mostraron, una vez más, completamente indiferentes a una reconfiguración del espacio y las relaciones temporales de tal calado que cambiará a buen seguro nuestras vidas, también otra vez, más allá de cualquier vestigio reconocible.

¿Cómo será la ciudad digital? ¿Dónde vivirán sus habitantes? ¿Qué tipo de espacio vital reclamarán para poder desenvolverse en ella? ¿Cuáles serán las diferencias entre la vivienda-vivienda y la vivienda-empresa? ¿Las habrá? ¿Cómo se resolverá la movilidad personal en la sociedad de la información? Los equipamientos educativos –por mencionar tan sólo una de las actividades que se verán más afectadas– ¿tendrán algo que ver con las escuelas y colegios que hoy conocemos? ¿Existen ya algunos indicios que nos permitan entrever cuál será el resultado de esa mezcla explosiva entre las inevitables megalópolis del próximo siglo y las no menos inevitables comunidades virtuales?

Estas preguntas apenas interesaron a los arquitectos reunidos en Barcelona. Los que procedían de los países en desarrollo tenían en sus manos cuestiones más inmediatas y perentorias que resolver. Sólo el tratar de combatir la arquitectura despersonalizada e industrializada del Norte ya les supone un gasto de energía tal como para dejar exhausto al más pintado. Inyectar una proyección humana en la construcción de ciudades que se inflan a ojos vista supone un esfuerzo descomunal, no siempre bien comprendido. Pero, en el otro lado, en la parte rica de la ecuación, los arquitectos demostraron que su apego a la “estética del milagro” o lo “inmaterial del diseño” no les deja ver el bosque de la sociedad digital que ya está tocando a sus puertas. Basta echarle un vistazo al interesante libro City of Bits de William J. Mitchell (demasiado norteamericano en muchos aspectos para mi gusto, pero repleto de reflexiones muy sugestivas) para comprender el abismo que separa a las necesidades de los seres humanos de las pretensiones engoladas de tantos arquitectos que se atribuyen el papel de demiurgo de las ciudades que nosotros sufrimos.

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