Derribos.com, S.A.

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
29 mayo, 2018
Editorial: 206
Fecha de publicación original: 14 marzo, 2000

La madera que nace para cuña no admite pulimento

«Esto es una locura», «la burbuja va a reventar por alguna parte», «el mercado está desquiciado», «mira lo que ya está empezando a suceder en EEUU». Estas son algunas de las frases que uno escucha irremisiblemente cuando hoy se habla de Internet. El incesante baile de miles de millones (en cualquier divisa) en la compra y venta de empresas de todos los estilos y colores es la música de fondo de estos estribillos. Vamos, que como te descuides, te vas a tomar un aperitivo a un bar y los langostinos se te convierten en acciones y las aceitunas en prometedoras inversiones tecnológicas. Las cosas están llegando a un punto en que, por primera vez, los «expertos» comienzan a decir en público que se está comprando mucho humo, que las empresas de Internet que se adquieren a precios desorbitantes ni tienen tanto, ni son tan determinantes en la Red, ni posicionan al comprador de una manera nítida y ventajosa frente a sus competidores. Pero sus competidores están abocados al mismo frenesí, con lo cual estos avisos poca mella hacen en los cantos de sirena. Así las cosas, el mercado de la Red cada vez se estructura por arriba de manera más vertical en una carrera vertiginosa por engrosar las carteras de activos, mientras que por abajo suceden cosas que, a corto o mediano plazo, tienen toda la pinta de convertirse en la aguja que pinchará el globo.

La euforia actual del mercado hispano de Internet, desatada en gran medida por Telefónica y los grandes bancos, no ha desembocado todavía en el afloramiento de las «soluciones Internet» con las que podamos afrontar situaciones y necesidades que no podamos resolver en el mundo real. La política de adquisiciones y de integración del negocio de estas corporaciones está orientada por el criterio rector del «listado de clientes». Cuanto más vastos sean estos, más negocio debería haber (porque todavía no lo hay) en algún momento de ese futuro que insiste en cuajar como presente antes de tiempo. Y cuantos más listados de clientes –o mayor sea la perspectiva de ser deglutido por algunos de estos listados– más profundos son los estremecimientos de la bolsa.

El resultado está a la vista. Asistimos a una exuberante juventud de los mercados, con efluvios sobrantes y excesos de energías, que se reconducen contra todo lo que se mueva con una ligera carga erótica, léase promesa de cortejo por operadoras, bancos, capital riesgo, grandes consultorías. etc. Negocio, lo que se dice negocio, no está muy claro dónde lo hay. Prestación de servicios online, lo que se dice servicios online de aquellos que nos hagan agolparnos en pos de su consecución porque no hay otra forma de hacer las cosas, tampoco abundan. La distancia entre las inversiones y los contenidos disponibles sigue siendo sideral. Y eso que estamos en puertas de otro gran «big bang» de mano de la telefonía móvil y del cable sin hilos.

Ante esta especie de desvarío epidémico, uno se siente tentado de acompañar la evolución del mercado. Si lo que estamos viviendo es una etapa de cuantiosos excedentes generados por el capital especulativo y los servicios de la Red no emergerán claramente definidos hasta que se aclare el panorama, a lo mejor el gran negocio del momento es colaborar a dispersar el humo. Es decir, conseguir que se gasten miles de millones de dólares rápidamente, incrementar la tasa de despilfarro en el menor tiempo posible. Habría que crear una consultoría del dispendio y el derroche. Derribos.com, S.A. ¡Oiga, aquí, aquí hay dos chavales que hacen maravillas con las bases de datos y venden mandarinas por la Red! ¡Atención, no se pierdan esto, un programa que permite imprimir en casa la información que se distribuye por correo postal!

De esta manera se quemará más rápidamente la hojarasca y el verdadero entramado de la Sociedad de la Información tendrá la oportunidad de asomar la nariz. Y comenzaremos a ver y a trabajar con los sectores y actividades que la vertebrarán, como la educación, la salud, la gestión inteligente del conocimiento, la organización de la vida cotidiana –y empresarial– de acuerdo a la lógica virtual, la interrelación entre «socios naturales» en el contexto global por más local que sea cada uno, el negocio sustentado por demandas personales y no sólo expresadas en menús precocinados, etc. Todo ello requerirá de sistemas de información y de relación, tecnologías de encuentro donde la demanda y la oferta coincidan para algo más que comprar y vender. Plataformas, en suma, que en estos momentos, si existen, apenas son visibles, pero que, sin duda, sustentarán los aspectos más variados y pertinentes de la vida en la Sociedad de la Información. De hecho, algo de esto se puede detectar en la contradicción de querer vertebrar la Red verticalmente a golpe de talonario, mientras el flujo constante de nuevos internautas sumado a la maduración de los existentes plantea la incesante modificación de los parámetros sobre los que se desarrolla Internet. Si la población del ciberespacio fuera estática, si se comportara como cliente que sólo puede decidir lo que desea a partir de ofertas preestablecidas, como sucede en gran medida en el mundo real, toda la locura actual tendría algún sentido. Es más, deberíamos meternos todos rápidamente en ella y adquirir lo más pronto posible el sello de aborregamiento necesario para poder disfrutarla.

Pero la capacidad de interactuar de cada internauta (ya sea individuo, agrupación, organización, empresa, administración o simple manojo de ideas), de modificar su propia situación, la volatibilidad por ende de su fidelidad, la amplitud del espectro para forjar alianzas a partir de intereses explícitos o no, el polifacetismo de su relación con la Red, la maduración de su aprecio por la calidad, ya sea en la información, el conocimiento o en las relaciones con quienes busca o desarrolla afinidades, la posibilidad de crear fuertes identidades locales en el escenario global, etc, todos estos aspectos, introducen ese riquísimo elemento de caos que, a fin de cuentas, es el que esculpe el mapa del mundo virtual. Y estos aspectos requieren servicios online específicamente pensados y elaborados para favorecer y, por paradójico que suene, organizar ese estado de caos con el fin de alcanzar los grados de bienestar que las redes puedan dispensar.

Si para llegar aquí hay que fundar «Derribos.com, S.A.», pues se funda y listo. A fin de cuentas, sería una empresa totalmente imbuida del «espíritu» Internet: su objetivo consistiría en ayudar a los «grandes actores» a que recorran rápidamente el camino que han emprendido con una energía envidiable, a saber, alcanzar las mayores alturas de la miseria económica mediante el dispendio de la fortuna de todos. Ya sabemos que esto es peligroso y que enviará temblores a través del tejido económico que muchos no podremos soportar. Pero no se me ocurre otra forma más expeditiva de enfriar la libido desbocada de algunos consejos de administración.

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