Decía Kieslowski…

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
12 julio, 2016
Editorial: 11
Fecha de publicación original: 19 marzo, 1996

Fecha de publicación: 19/03/1996. Editorial 011.

Quien tiene arte va por toda parte

Krzysztof Kieslowski nos ha dejado. Se nos ha ido el cineasta más europeo, en el sentido de aquella Europa del Renacimiento ligada por el latín, el vehículo de comunicación que desparramó por el continente la fuerza creativa de aquel movimiento y que forjaría, entre otras cosas, los cimientos de la ciencia y del discurso político moderno. Kieslowski habló fundamentalmente a través de sus películas. Pero, en las contadas ocasiones en que accedió a expresar sus ideas públicamente sin el celuloide de por medio, trazó con vigor los rasgos de un horizonte perdido: “Lo que más me interesa es incitar a la gente a la conversación sobre las cosas importantes”. Y añadió: “Vivimos en un mundo que no sabe plasmar su propia idea. Las ideas de cómo ordenarlo las tuvieron Hitler y Stalin. Conocemos las consecuencias.”

¿Qué opinión tendría Kieslowski sobre el mundo de las redes, sobre la sociedad de la información? ¿cuáles serían sus ideas desde la vertiente europea, si es que ésta existe, sobre la representación del espacio virtual que él conocía tan bien? En fin, ¿qué facetas deberíamos recuperar para incitarnos a conversar sobre las cosas importantes? Kieslowski dijo muy poco, o nada, directamente, sobre estas cuestiones, pero dejó pistas. La más impresionante, ese profundo fresco titulado Los Diez Mandamientos. Nadie que lo haya visto habrá quedado en silencio. El director polaco hizo hablar a miles de espectadores con su visión quirúrgica del mundo moderno, de nuestro mundo.

Lo que muchos han olvidado es que esta obra de 10 horas la hizo para la televisión. Hoy, amparados por el gran paraguas de la globalización del fenómeno audiovisual (casi cada día hay una fusión de las corporaciones multimedia y un nuevo bocado al mercado mundial con sus dólares bien afilados), los expertos nos alertan sobre los riesgos que esta tendencia conlleva. Los modelos de vida hegemónicos en EEUU se expanden por doquier, la colonización cultural progresa con un empuje irrefrenable. O hacemos algo, o pereceremos en un mar de bebidas light, vigilados por mafias en 3D, sodomizados por dibujos animados, neuronalmente lavados por detergentes virtuales. TV o no TV. Esa es la cuestión, nos dicen.

¿Es? Mientras resuelven el dilema, las redes parecen reconstruir una realidad diferente. La comunicación interactiva, instantánea y global obliga, en primer lugar, a hablar. No hay contacto físico, es cierto. Pero se habla, cosa que no suele ocurrir hoy día ni con el contacto físico. La comunicación discurre, además, por la propia naturaleza del ciberespacio, fragmentada en bits. El internauta debe hacer las conexiones pertinentes, interrelacionar, sintetizar, “colateralizar”, dar sentido a los pedazos de información, escoger los que considere mejores o más oportunos, componer, en pocas palabras, una realidad nueva –la suya– a partir de las palabras de los otros, que se convierte, a su vez, en un nuevo mensaje para los demás. En suma, se trata de un ejercicio de maduración a costa de afilar la capacidad de análisis y de no esperar a que el mundo llegue a la pantalla hecho una papilla digerible, que es la receta mágica de la TV.

La diferencia entre el “fenómeno de las telecomunicaciones” según las leyes de la TV o las de las comunicaciones en línea es radical. Como lo es la lucha de las grandes corporaciones por aunar ambos. No obstante, hasta ahora, ni siquiera en las experiencias que tratan de integrar Internet con la TV se le ve el hilo al ovillo de desnaturalizar la primera con la baba típica de la segunda. El hecho de que la primera experiencia de este tipo ya esté muy avanzada en EEUU (Orlando), denota el interés de los grandes grupos audiovisuales de aquel país por encontrar la pócima mágica que les permita reinstaurar su poder en el seno del ámbito doméstico. Y el hecho de que la Europa institucional todavía no haya dibujado un proyecto significativo en el mismo terreno, denota la ceguera de sus dirigentes al ausentarse de un espacio tan fundamental para la forma como se concrete la sociedad de la información. Afortunadamente, la gente no está esperando a sus dirigentes para conversar sobre cosas importantes. Quizá por eso están dejando –los dirigentes– que la televisión siga ocupando un lugar tan preponderante en sus preocupaciones: prefieren que la gente coma papilla a que se confeccionen su propio menú.

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