De cumbres y valles
Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
7 marzo, 2017
Editorial: 78
Fecha de publicación original: 1 julio, 1997
Fecha de publicación: 21/7/1997. Editorial 78.
3º en una serie de artículos sobre el impacto de las telecomunicaciones en los países en desarrollo.
Muchos pocos hacen un mucho
La 2ª Cumbre para la Tierra terminó en Nueva York convertida en una suave loma. Cinco años de globalización de la economía liberal han liquidado la globalización de la problemática ambiental. El encuentro en la ONU, al que asistieron 53 jefes de de Estado puso de manifiesto una verdad perentoria, de esas ante las que no caben medias tintas: los Estados, sus gobiernos coyunturales, las administraciones que engendran, las industrias y el proceso de toma de decisiones que todo ello involucra, no son capaces de afrontar los graves desafíos ambientales que afronta el planeta. Que es lo mismo que decir que no son capaces de afrontar la vida real de sus habitantes.
En Río de Janeiro, hace un lustro, se les extendió un cheque (casi en blanco) para que enderezaran el peligroso rumbo de la sociedad postindustrial. Les ha bastado ese tiempo para demostrar que no están equipados –sobre todo mentalmente– para semejante empresa. Las razones son, desde luego, múltiples y complejas. Pero ello no diluye ni en un ápice la gravedad de la situación. Nueva York permite muchas lecturas. Una, sin embargo, me parece que sobresale con luz propia: o el proceso de decisiones se genera a partir de la acción ciudadana, desde la base, o los dictámenes del mercado «libre» nos llevarán directamente en un curso suicida hacia arrecifes de insospechado calado. Este diagnóstico no es el resultado de una simple expresión de buenos deseos. Mientras a los cerebros de los Estados congregados en Nueva York les abandonaba el fósforo, la llama se encendía a pocos kilómetros de la gran metrópolis estadounidense: en Toronto, miles de organizaciones de base de todo el mundo mostraron en la Conferencia del Conocimiento Global que todavía es posible recuperar el timón.
Más de 2.000 personas «in situ» (500 de ellas de los países en desarrollo), asistidas por varios miles de alrededor del planeta, se congregaron en conferencias presenciales y virtuales para debatir el papel del conocimiento en el desarrollo sostenible. El encuentro se convirtió en un dictamen contra la idea de desarrollar las telecomunicaciones con los mismos criterios que han ahogado a la Cumbre para la Tierra: la rentabilidad de las inversiones económicas y la consiguiente necesidad de ponerle un precio «libre» a cada bien. Bajo este corsé, no sería posible que comunidades, organizaciones y entidades, que trabajan pegados directamente a los problemas que el mundo debe solventar, hubieran sido capaces de colocar la cuestión del saber en un entorno cooperativo a través de las redes como el bien más preciado con que cuenta la humanidad para encontrar nuevos caminos en la coyuntura actual.
La Conferencia de Toronto fue muy explícita en la exposición de los retos que debemos afrontar, pero, por vía implícita, también envió un claro mensaje sobre la pujanza de una economía basada en la solidaridad, la autogestión y la generación de riqueza a partir del aprovechamiento integral de los recursos propios, en primer lugar el humano. Cuestiones como el papel de los géneros, de los entramados familiares, la educación, la financiación en mercados propios, etc., se tradujeron en una agenda que Nueva York ignoró olímpicamente, no tanto por despreciarla como parte de un régimen movido por una dinámica diferente, como por la imposibilidad material de acceder a los problemas desde esa perspectiva tan terrenal. Desde la altura de las jerarquías política e industriales, estas son cuestiones que se resuelven mediante malabares estadísticos. La cifra siempre presta el gran servicio de enmascarar rostros y realidades cotidianas y a ese carnaval se aferran los poderes de hoy.
En la fase previa a la conferencia, durante ésta y a partir de su conclusión el fin de semana pasado, los participantes se lanzaron a un intercambio de experiencias y comenzaron a dibujar un plan de acción para este final de siglo y el inicio del que viene, una verdadera Agenda 21 gestionada por los actores reales de este proceso, los únicos con el suficiente dinamismo para sacarla adelante. Todo este tráfico de vivencias se realizó a través de los recursos que ofrece la Red, desde páginas web para «ricos» y «pobres», el correo electrónico, transferencia de ficheros y creación de archivos que ya tienen todos los visos de convertirse en las auténticas bibliotecas del futuro. El epicentro de las discusiones fue el desarrollo comunitario, así como la necesidad de establecer comunicaciones multidireccionales entre la gente y el aprovechamiento cabal de las posibilidades que ofrecen los nuevos medios electrónicos de comunicación, en particular Internet.
En esta multitud de debates, abiertos a la suscripción de los interesados, se planteó la necesidad de ayudar a las universidades de los países en desarrollo para que establezcan redes de comunicación, a fin de tender puentes que alivien las tradicionales dificultades que plantean las distancias físicas y económicas de las diferentes regiones del Sur. Las universidades, desde este punto de vista, deberían jugar el papel de locomotoras de la educación, a las que se engancharían los sistemas escolares mediante el estímulo a la participación de maestros, padres y alumnos, así como los centros de formación profesional dedicados al desarrollo.
Toronto puso sobre la mesa otra realidad muy diferente a la que se discute en el mundo donde navegan las operadoras de telecomunicaciones. Los países industrializados se verán abocados en los próximos años a resolver el gran dilema de nuestra época: incapaces de formular políticas sostenibles para paliar, al menos, los desequilibrios más graves que ellos mismos han producido en el medio ambiente, una de dos: o los profundizan mediante un incremento de la agresividad de las leyes del mercado en los países en desarrollo en el campo de las telecomunicaciones, o por el contrario, se pliegan ante la necesidad de compartir los beneficios más evidentes de aplicar criterios ambientales a la política de telecomunicaciones. O se quedan con la herramienta para atragantarse con ella, o la ceden en la mejor de las condiciones para variar el signo de los acontecimientos que ellos mismos han propiciado.
________________________________________________________
Serie de editoriales sobre el impacto de las telecomunicaciones en los países en desarrollo:
De cumbres y valles
La teledensidad, un nuevo criterio para medir la riqueza