Cibercultura

La Rambla. Punto y seguido (4ª parte)

Xabier Artazcoz
12 agosto, 2016
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“…Nos acercamos vertiginosamente a la Barcelona de 2040: Una ciudad donde cada mañana un millón de habitantes se acerca a la ciudad a trabajar en el sector servicios mientras otro millón la visita y se va de compras o disfruta de los múltiples espectáculos que se ofertan. Una ciudad donde todo es previsible y está controlado. Las pantallas gigantes sobre el paseo de La Rambla proponen rutas alternativas para los turistas que pretenden acceder a las calles peatonales atestadas de gente en los momentos menos congestionados y rótulos luminosos anuncian las distintas actividades nocturnas. Los residentes subvencionados por el Ajuntament constituyen una muestra de ciudad multicultural, con grupos representantes de cada etnia dentro del entorno histórico perfectamente planificado y estetizado cuya única función es satisfacer al coleccionista de imágenes…”.

Esta versión imaginaria, que se transcribe de un artículo publicado por el arquitecto y urbanista Josep María Muntaner en junio de 1999, puede que resulte extraña, lejana y ajena, pero quizá que no lo sea tanto. En estos momentos, la relación entre turismo-cuidad, ciudad-ciudadano y por extensión turismo-ciudad-ciudadano ha abierto un ivo debate. Desde las asociaciones vecinales, como la FAVB o Amics de la Rambla, hace tiempo que viene reclamándose la atención de las entidades públicas para proponer un modelo turístico responsable, que reduzca el impacto sobre la vida en la ciudad y trate de encontrar un equilibrio en la convivencia entre visitantes y ciudadanos, algo que, como comentala investigadora en planificación urbana Susan Fanstein en una reciente entrevista, “resulta importante entender y concienciarse de que no solo los vecinos tienen derechos sobre las ciudades, también sus usuarios los tienen”. Y es sobre este aspecto en el que es necesario insistir.

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La Rambla de Barcelona. Foto tomada al medio día un 11 de agosto de 2016.

Al principio de este ensayo, explicamos a la ciudad cómo un espacio público de convivencia, cuya dinámica la define las relaciones sociales los habitantes de ese entorno urbano. En este contexto, parece que estas relaciones se han deteriorado en Barcelona principalmente por haber vinculado la economía productiva de la ciudad a las inversiones privadas, cuyo objetivo esencial es obtener la máxima rentabilidad de la oferta turística, realizar proyectos vinculados al aumento de capacidad de acogida de visitantes y la especulación inmobiliaria consiguiente. Por otra parte, bajo el eslogan «la millor botiga del mon» (“la mejor tienda del mundo”), las grandes superficies comerciales han presionado para la liberalización de los horarios comerciales y los hosteleros, progresivamente, se han adueñado de plazas y paseos peatonales con terrazas y zonas chill-out.

Parece que, hasta ahora, cualquier plan estratégico donde se habían incluido procesos participativos han acabado por orientarse hacia la promoción de la ciudad como destino turístico o hacia los intereses privados del mercado (FAVB, 2015). La reciente entrada en el gobierno de nuevos mandatarios, teóricamente más sensibilizados con los problemas sociales, augura un modelo que apueste por la ralentización y regulación del sector, limitando el número de licencias y la reducción del número de camas en los barrios saturados.

Estas medidas chocan frontalmente con la realidad. El índice de visitantes aumenta año tras año y es evidente que no van a tomarse medidas (¿se puede?) para evitar que sigan viniendo. Al menos, por primera vez, aparecen en el consistorio conceptos cómo decrecimiento del turismo, junto con otros que anteriormente se habían planteado y que, desde el propio Ayuntamiento, se habían enterrado, como la descentralización de las atracciones, la incorporación de nuevas ofertas para el ocio o el esponjamiento de las infraestructuras. Lo que sí ha quedado claro después de este ensayo es que Barcelona sigue de moda: su textura urbana que se ha convertido en un objeto de fascinación y consumo de sí misma, que invita también a sus ciudadanos a que la admiren, consuman y callen dentro de un parque temático, como lo hacen sus visitantes.

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Este artículo está basado en un estudio presentado en el XII Congreso Español de Sociología por el mismo autor.

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