Cibercultura

La Cebada suena a rock and roll

Juan Antonio Ros
8 julio, 2013
Página 1 de 1

El pasado 28 de junio, El Campo de Cebada, detrás del cual se encuentran todos los vecinos del barrio de La Latina -incluyendo al colectivo Zuloark- fue premiado junto a otros 14 proyectos en la XII Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo.

Con las heridas causadas por la Gran Depresión primero y la Segunda Guerra Mundial después pendientes de cicatrizar, Estados Unidos afrontaba la década de 1950 a la expectativa, tratando de dar solución a hondas problemáticas económicas y sociales. Esta particular coyuntura resultó ser un caldo de cultivo idóneo para la aparición de un fenómeno cultural que si bien fue canalizándose poco a poco, permitió dar salida a una disconformidad creciente, a través de la construcción de algo propio que no tardaría en conocerse como rock and roll. En 1956, mientras temas como Don’t be cruel o Hound dog alcanzaban el número uno en las listas de ventas en EEUU, en España, el Ayuntamiento de Madrid ordenaba el derribo de un espectacular edificio modernista de hierro y vidrio situado en La Cebada, en pleno Madrid de Los Austrias. Esta edificación había albergado desde 1875 un mercado de productos locales que no solo daba cabida a intercambios comerciales sino que también permitía una fluida interacción social entre mercaderes, vecinos y clientes. Entretanto, en 1958 Chuck Berry hacía sonar su guitarra al ritmo del célebre Johnny B. Goode al tiempo que los comerciantes de La Cebada, disconformes con lo acontecido, se asociaban para promover la construcción de un nuevo mercado tratando de preservar el espíritu del anterior. Nacía así el actual edificio de hormigón del mercado de La Cebada, meticulosamente gestionado por sus casi cuatrocientos inquilinos gracias al impulso proporcionado por clientes y vecinos.

Una década después, en 1968 -esta vez a ritmo de Otis Redding– se levantaría junto al mercado el polideportivo de La Latina que contaba con distintos espacios, incluyendo una piscina. Era esta una de las principales dotaciones públicas del barrio, frecuentada con asiduidad por los vecinos. Sin embargo, la modificación de los hábitos sociales y de consumo que acarrearían modelos importados durante los años ochenta -sonando Kiss, AC/DC e incluso Iron Maiden-, darían al traste con buena parte de los clientes habituales de La Cebada. Años más tarde -ya en plena crisis económica- los últimos coletazos del Plan E posibilitarían la inversión necesaria para demoler el ya añejo polideportivo en aras de una futura reconversión de la parcela completa, financiada en parte por futuras promociones de vivienda libre en la misma, iniciativa que quizá representaba una huída hacia delante deudora de épocas pasadas y no una solución eficaz para las necesidades vecinales. Así pues, dicha demolición trajo consigo la aparición de un solar de cerca de 2.000 metros cuadrados, actual soporte físico de El Campo de Cebada.

Tal y como el rock and roll significó en su día la producción de un lenguaje propio, consumido y consumible por los artífices del mismo y sus semejantes y hoy la iniciativa de El Campo de Cebada se expresa en ese mismo idioma, canalizando un espíritu inconformista refrendado a diario por sus vecinos. Sin escapar de una necesaria interacción con los habituales agentes involucrados en un proyecto de carácter urbano como este -ayuntamiento, vecinos, etcétera- la iniciativa teje una nueva red de relaciones entre los mismos, creando un marco de actividad horizontal donde se hace hueco a todo lo que parece no tener sitio, al más puro estilo The Cavern o The Rainbow. Así mismo, La Cebada huye de mecanismos excluyentes: a día de hoy suple con acierto buena parte de las funciones del viejo polideportivo, pero podría complementarlas en el futuro, perpetuarse en este espacio, habitar otro e incluso reproducirse por toda la ciudad sin repercutir negativamente sobre la ciudadanía u originar gasto público, algo que resulta casi utópico actualmente. Tal y como aquellas bandas de principios de los noventa autofinanciaban sus pequeñas giras por Europa al margen de sponsors para evitar que estos influyesen sobre su música, El campo de cebada obtiene recursos propios por diversas vías, consiguiendo una independencia absoluta en este sentido. Para muestra un botón: recientemente, los ya conocidos como «cebadores» pusieron en marcha una estrategia de cofinanciación que ha culminado con la recaudación de algo más de 6.000 euros destinados a la construcción de una cúpula geodésica que permita desarrollar actividades a resguardo con la llegada del próximo invierno.

Pese a la tremenda lógica de lo acontecido, El Campo de Cebada no deja de ser un lugar urbano complejo, gestionado y disfrutado por muy distintos agentes precisando un continuo consenso, únicamente posibilitado por la destreza de los cebadores. Al igual que los temas de Led Zeppelin, El Campo de Cebada ha echado raíces sin dejar de ser algo atópico y esto es gracias a un fenomenal manejo de la tremenda complejidad social y económica. Al margen de su juventud o posibles carencias, esta iniciativa representa un experimento alternativo a modelos actuales de ocio e interacción social, extendidos por todo el mundo y que proponen comportamientos pautados y acotados del usuario, limitando así su interacción con el lugar y otras gentes a la mínima expresión. Por todo ello, y tal y como piden los vecinos, conviene preservar -y potenciar- una idea como esta, bien sea integrada en un futuro equipamiento del barrio, en la última de las propuestas para la parcela del Mercado llevada a cabo por el estudio Rubio & Álvarez-Sala o incluso replicada por doquier en Madrid, España o todo el continente porque El Campo de Cebada es al espacio urbano, lo que el rock and roll a la música: un espectacular y ruidoso cambio de paradigma.

ref: relación de obras y trabajos premiados en la XII BEAU, Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo http://www.bienalarquitectura.es/index.php/premiados-xii-beau/

Reproducido con el permiso de Scalae. Publicado en Scalae el 2 de julio de 2013.

print