Cibercultura

i-Polis de Susana Finquelievich

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
10 junio, 2016
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Pues bien, i-Polis es uno de los primeros libros que nos coloca en el centro de esta trama sin irse por las ramas del escueto y predecible análisis cuando se quiere explicar ¡qué importante es Internet! Rescata la buena literatura para colocar en el centro de las preocupaciones lo que nos está pasando, la experiencia personal adobada por las preguntas de siempre y las nuevas, las historias que, como mosaicos, componen una vida: la propia y la de quienes nos acompañan y nos prestan el contexto, los anteojos y el roce para saber dónde estamos, qué hacemos, cuándo gozamos o no, y porqué. En otras palabras, una vez atrapados en redes virtuales que han adquirido las mismas propiedades del oxígeno ¿qué nos está pasando o nos pasará? ¿pagaremos la factura, como siempre, de lo que hacíamos antes, durante y en estos momentos? En ese caso ¿qué vamos o deberíamos hacer después?

Antes de proseguir con este prólogo debo avisar que la autora, Susana, es una entrañable amiga, lo cual, lo aseguro (y si no me cree qué le voy a hacer), no es suficiente argumento como para concederle el crédito necesario para leer el libro. Somos amigos como si no notáramos que ella vive en Buenos Aires y yo en Barcelona, aunque esto es una exageración. Preferiría que viviera más cerca, sobre todo para disfrutar del intercambio que provoca con su visión del mundo y de los acontecimientos más cotidianos. Por correo electrónico no es lo mismo.

No obstante, a pesar de esta proximidad afectiva, me atrevo a escribir este prólogo en seco, es decir, sin la baba hagiográfica habitual de estos casos. Sobre todo porque, ni ella lo necesita, y porque me puedo jactar modestamente de conocer de lo que hablo: de ella y de lo que escribe. Y he disfrutado de su libro tanto como, en otro plano, disfruté de obras literarias que me abrieron el acceso a mundos que desconocía o de los que tenía referencias vagas, o que conocía bastante bien, mundos que me aceleraron la circulación de la sangre, me crearon expectativas nuevas, me provocaron incredulidad, risa o lo contrario, me transmitieron el cariño por los personajes o los acontecimientos que les sucedían, así como incrementaban el cinismo o la precaución con que les acompañaba. En este caso, Susana los ha hecho tan míos como de ella Ya era hora que alguien recompusiera con una mirada social esta Matiuska de las promesas tecnológicas lejos de la profilaxis académica o meramente expositiva.

Apenas comenzamos el primer capítulo, Susana nos propina un estupendo sopapo: ella empezó a investigar las redes electrónicas cuando apareció el Minitel, allá por los años 80. Estábamos nadando en el auge de 1984, la novela de Orwell, y los debates propios de la época: ¿vamos hacia el Gran Hermano? ¿nos salvaremos de la negra visión que nos proponía el autor británico? He preguntado a unos cuantos amigos en la cuarentena, cultos, versados y practicantes en el mundo de las redes: “¿Te acuerdas del Minitel?”, “¿Lo qué?”. No es una respuesta que denote ignorancia. Es la respuesta típica de un habitante de un sistema poblado por miles de millones de personas, casi todas productoras de información a su manera, que evoluciona sin cesar a velocidad de vértigo y sin que nadie controle ninguna de esas dos marchas: evolución y velocidad. Es decir, comportamientos propios de un bicho en pleno proceso de crecimiento y mutación, ambos factores potenciado por fuerzas misteriosas.

Hoy nos preocupa, por ejemplo, lo que hacen los menores con/en las redes sociales. Gracias al Minitel, muchos de los padres actuales descubrieron en aquel entonces la penumbra del sexo, mediante un considerable esfuerzo de la imaginación para entrever qué sucedía tras textos e imágenes pixeladas. De paso, cometieron un manojo de delitos ¿nuevos?. Robaron a sus padres las tarjetas de crédito o las claves para hacer transacciones bancarias, o las contraseñas del propio sistema Minitel para acceder a las páginas porno y de citas.

El gobierno francés tomó medidas entonces y, como explica Susana, a la fuerza fueron pioneras, pero también abrieron el surco que nos marca como súbditos de la época de la desmemoria electrónica. Evolución y velocidad garantizan olvido. Quizá el momento previo y sus consecuencias lo tienes ahí al lado, pero eso ya queda muy lejos, una distancia inalcanzable si tomas en cuenta que sin apenas darte cuenta, estás embarcado en el siguiente paso en un contexto aparentemente diferente. Sin embargo, ese momento regresará una y otra vez, con ropajes distintos, pero como te empeñas en desconocerlos, estarás condenado a cometer los mismos errores una y otra vez, porque en la Red todo se parece, pero nada es igual. Y la segunda vez siempre, siempre, estará marcada por el error, a menos que enmiendes y te adaptes a las nuevas circunstancias.

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