¿Humanos, posthumanos o transhumanos? (*)
Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
4 enero, 2019
Decía Ortega y Gasset que sólo teníamos tres maneras de estar en este mundo:
.- Todo nos era dado. En ese caso no hacía falta superar la fase animal, porque todo lo necesario para sobrevivir lo teníamos al alcance de la mano.
.- Nada nos era dado, en cuyo caso la existencia era imposible.
.- Se nos daban algunos de los elementos necesarios para sobrevivir: en esas condiciones nos convertíamos en seres humanos gracias a la capacidad de adquirir y desarrollar una cultura (de la que forma parte la técnica) que transformaba esas condiciones dadas (que llamábamos naturaleza). Esta es la base de la construcción de lo que llamamos los seres humanos, o la especie humna.
Podríamos añadir, sólo para redundar en el concepto, que la supervivencia es el motor de la transformación de esas condiciones dadas, que son condiciones históricas, es decir, no estamos hablando siempre del mismo punto de partida.
Al parecer, el primer paso decisivo en esta construcción fue la socialización de la cultura y de su sustrato, la técnica. Por ejemplo, el descubrimiento, apoderamiento y diseminación del fuego no fue un fenómeno individual, aunque hubiera surgido puntualmente así. Y al socializarlo, no todos los individuos lo disfrutaron, aunque sí repercutió, directa o indirectamente, sobre su existencia. Por tanto, la socialización de la cultura, o como prefieren decir algunos historiadores de la Historia Primitiva, los procesos de resocialización mediante los cuales las colectividades se apropiaban de ella, fue y es una apropiación de la cultura no por parte de individuos, sino del colectivo, de la sociedad.
La evolución del ser humano ha ocurrido sin mayores preguntas sobre las implicaciones de esta resocialización de la cultura, que conllevaba la apropiación de técnicas y tecnologías. No conocemos momentos de interrogación del estilo: ¿Dejamos de ser seres humanos si nos montamos en una cuadriga? ¿Y si montamos a todo un ejército en cuadrigas y sometemos a civilizaciones enteras, dejamos de ser lo que éramos? ¿en qué nos convertiríamos? ¿qué implicaciones tendría incorporar esa tecnología, o la civilización resultante de la aplicación de esa tecnología, sobre lo que consideramos como lo humano? Quien dice cuadriga, dice energía nuclear o la aviación.
Ahora hemos llegado a un punto del desarrollo de nuestra cultura en el que estas preguntas afloran continuamente. La preponderancia de la tecnología, sobre todo de la tecnología como técnica de construcción de relaciones personales y colectivas y de construcción de comunidades virtuales, abre muchas avenidas repletas de interrogantes. Como decía el eminente ecólogo Ramón Margalef: “Intelectualmente el hombre es hoy un organismo muy poderoso, que asume una cierta responsabilidad por sus actos. Pero el caso es que el resultado de esta polémica sobre su origen animal, su inserción profunda en la naturaleza y su pretensión de erigirse en un caso aparte, ha tenido unas consecuencias bastante negativas. El hombre, quiéralo admitir o no, está sometido a la selección natural. Y, actualmente, uno de los factores de esta selección es el aumento de la población.”
Vista desde esta perspectiva, la discusión quizá no debería centrarse en qué protegemos de lo que consideramos “ser humano” ante el avance impetuoso de lo que hace el “ser humano” con la cultura (sobre todo, con la técnica y sus derivaciones tecnológicas). Al parecer, el posthumanismo trata de explicar un big bang que señalaría que la integración de la tecnología y el ser humano ha alcanzado un punto de simbiosis donde no hay forma de distinguir quién gobierna a quién. Y ese sería el cambio de paradigma. Lo interesante de este proceso es que, si vamos hacia allá, ya no puede ocurrir a nivel personal, individual, como se teorizaba en los años 50 y 60 cuando emergió la figura del ciborg. Desde hace un par de décadas, sobre todo desde la aparición de Internet, la figura del ciborg, el individuo con capacidades físicas y mentales aumentadas mediante implantes tecnológicos en su cuerpo, ha cedido su lugar al ciborg social, es decir, al proceso de resocialización por el que la comunidad (y en este caso lo global explica mejor el concepto de comunidad) se apropia de las capacidades aumentadas por la tecnología y las reinvierte en la matriz social donde se desenvuelve.
Siguiendo a Margalef, me parece que muchas de estas estas discusiones abundan en los profético y la adivinación y nos hace perder de vista qué estamos haciendo aquí y ahora y para donde vamos aquí y ahora. En otras palabras, nos vemos agobiados por multitud de visiones y alertas sobre el futuro que nos espera, pero escasea el análisis de nuestras preocupaciones a partir de lo que estamos haciendo. Porque, nunca debemos olvidarnos de esto: en los procesos culturales de resocialización participamos todos, por activa o por pasiva, implícita o explícitamente, para bien o para mal. Pero si no aceptamos que eso es lo que estamos haciendo aquí y ahora, entonces retrasamos para algún punto del futuro la especulación sobre sus consecuencias. En otras palabras, si el posthumanismo significa algo es porque ya lo estamos construyendo entre todos aquí y ahora, sin mayores miramientos sobre lo beneficioso o peligroso que nos pueda parecer. Y esta sí que me parece una discusión fértil, que puede arrojar luz sobre multitud de aspectos del mundo que nos ha tocado en suerte y a los que no nos gusta mucho mirar cara cara.
(*) Colaboración del autor para el libro ¿Humanos o posthumanos? Singularidad tecnológica y mejoramiento humano, coordinado por Albert Cortina y Miquel-Ángel Serra.
Publicado por Fragmenta Editorial en marzo de 2015. El origen de este trabajo colectivo fueron dos artículos publicados por los coordinadores en el periódico La Vanguardia, que desataron un amplio debate en el que participaron más de 200 voces de diferentes ámbitos y profesiones. Este texto está someramente editado en relación al publicado en el libro aras de una mayor precisión.
Artículo sobre Los hombros de Margalef
Entrevista a Margalef