Cibercultura

El Siglo XXI. Un repaso histórico

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
4 agosto, 2017
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2.4 Una nueva forma de hacer política.

Las redes de la vida.–

La implantación de las redes virtuales y la canalización de una parte sustancial de la vida a través de ellas supuso una transformación inesperada de los supuestos políticos de la democracia. La conexión directa entre vastos grupos de población, que se movían tras objetivos específicos por encima de barreras sociales, culturales y nacionales, colocó la acción política en un escenario iluminado por el creciente divorcio entre los representantes y los representados. El caso de un dictador chileno, Augusto Pinochet, que fue perseguido por la justicia a finales del siglo pasado por crímenes contra la humanidad cometidos en el ejercicio del poder, fue uno de los ejemplos que abrió las compuertas. La democracia virtual creó espacios cada vez más amplios de representación directa, unas veces en pugna, otras como complemento, de la tradicional representación electoral. Estos ejercicios afilaron el ángulo activo de las redes que, progresivamente, fueron alcanzando un mayor protagonismo político a medida que crecía la densidad y la calidad de la información que eran capaces de mover. El punto crítico en la política internacional se alcanzó de manera sutil, discreta, pero apreciable, en los acontecimientos que marcaron la segunda década del siglo. El año 2010, Internet y sus miles de redes asociadas cobijaba a más de 1.900 millones de usuarios.

2.5 Los asaltos al poder.

La Bolsa.–

El primer indicio del cambio operado por las redes virtuales fue la presencia cada vez más sonora de la voz de los países en desarrollo en diferentes ámbitos del mundo rico, en particuar en sus hogares. Los proyectos conjuntos, los nuevos sistemas de información, los novedosos canales para promocionar iniciativas de carácter global, los esfuerzos por distribuir los beneficios de la educación desde los centros académicos hasta las escuelas más remotas del planeta, etc., todo fue un caldo de cultivo donde, por primera vez desde la revolución industrial, los habitantes de las zonas privilegiadas del planeta comenzaron a escuchar al resto de la humanidad sin intermediarios ni filtros de ninguna clase. Y había mucho de qué hablar.

Menos del 20% de la población mundial devoraba más del 80% de los recursos del planeta. Esta relación había permanecido invariable durante décadas, si acaso se había inclinado todavía más en favor de esa minoría que fagocitaba ecosistemas como si fueran costillitas en un asado de fin de semana. Por eso, una parte considerable de la opinión pública –en ese entonces, en realidad, opinión privada fomentada a través de servicios informativos elaborados a la medida y distribuídos por redes– de los países ricos apoó activamente el famoso “Asalto a la Bolsa” del 2014, una acción contra los centros financieros más reputados del mundo que dejaron a la economía con la respiración entrecortada. La demanda era una sola: condonación de la deuda exterior para todos los países por debajo de un baremo definido a partir del comportamiento integral de los ecosistemas, que desde entonces pasó a denominarse el “índice ponderado de ecosistemas sostenibles” (IPES). El asalto consagró una nueva realidad política y creó un campo jurídico que trastocó todo el andamiaje legislativo de la época.

2.6 El ecosistema de la mente.

Brainpeace.–

Uno de los factores fundamentales del IPES era el ecosistema de la mente. El paso desde la sociedad industrial de bienes sustentados en el dominio de la física, la química y la biología, a la sociedad informacional y del conocimiento, varió también el signo de los problemas ambientales. De la depredación de los recursos naturales, se pasó, lentamente pero sin pausa, a la depredación de los recursos mentales. Este giro trajo consigo un resurgimiento de movimientos espirituales firmemente anclados en la potenciación de la principal fuerza motriz de la sociedad enredada: el cerebro. Los viejos movimientos medioambientalistas habían sucumbido a la creciente complejidad tecnológica de los planteamientos ambientales. Muchos de ellos directamente pasaron a formar parte de la lucrativa industria consultora que surgió de las políticas remediadoras para reformar a la industria más contaminante.

El peso creciente de la información y el conocimiento desplazó el eje de la “contaminación” hacia la mente. La defensa de este reducto fundamental del ser humano fue el origen de Brainpeace, la organización ecologista más importante del siglo XXI. Las acciones de sus militantes a través de las redes fueron esenciales para comprender la necesidad de establecer puentes efectivos de comunicación entre las regiones ricas y pobres del planeta, así como para comprender que el criterio de riqueza material tenía cada vez menos significado en un mundo sometido a profundas tensiones a nivel personal, comunitario y social.

2.7 La guerra sin fronteras.

Los niños crecieron.–

A finales del siglo XX, cuando Internet apenas estaba poblada por unos 100 millones de personas, se decía que los niños crecerían en un mundo de redes donde las fronteras apenas tendrían importancia y los estados nacionales perderían gran parte de su peso específico en la política nacional e internacional. Efectivamente, lo primero sucedió casi por generación espontánea, pero los estados nacionales se reconvirtieron en poderosas organizaciones dedicadas, entre otras cosas, a promover culturas específicas nucleadas a través de sus propias lenguas. Esta faceta de promotores (“desenterradores”, decía la sociología de la época) de las raíces históricas de grupos de población, condujo a la creación de un tupido tapiz cultural que facilitó extraordinariamente las conexiones –y comprensiones– entre culturas muy diferentes. Los niños que crecieron bajo la amenaza de un supuesto pensamiento único, fueron los más celosos valedores de la diversidad cultural que floreció en las redes.

2.8 La cuestión fundamental: Cómo nos gobernamos.-

Sinergias humanas vs. sinergias institucionales.–

Uno de los debates vertebrales de principios de siglo giraba alrededor del tipo de gobierno más efectivo para afrontar los enormes desafíos sociales, políticos, económicos y ambientales que afrontaba la humanidad. Tanto desde la ONU, como desde diversos centros de poder –Club de Roma, G-9, o el “Consorcio K. Popper”–, se barajaba con insistencia la necesidad de crear instituciones supranacionales que actuaran como semilleros de un futuro gobierno mundial. De hecho, diversas actuaciones del Consejo de Seguridad de la ONU y de la OTAN, así como la creación de los “boinas verdes”, un cuerpo paramilitar internacional de despliegue rápido para las emergencias ambientales, integrado por mandos y tropas especiales de numerosos países, se orientaban en ese sentido. El andamiaje, sin embargo, se vino abajo durante las crisis de las Bolsas. Las redes humanas a través de redes telemáticas emergieron como una propuesta descentralizada mucho poderosa por la cercanía entre los ciudadanos y sus problemáticas específicas. Las sinergias desencadenadas a través de las redes virtuales incrementaban exponencialmente la capacidad de actuación de éstas, lo cual suponía una modificación constante del panorama político, casi sin tiempo para que se solidificara en instituciones reconocibles. Se creaban redes para problemas concretos, que al desaparecer estos conllevaba la desaparición de la red. Pero quedaba en el sistema el registro de la experiencia que servía como información de referencia para otros grupos, para otras situaciones. La fragmentación de la acción política, que constituía la esencia no escrita de la democracia representativa, se transformó en la continuidad de la acción política, la esencia de la democracia participativa.

La única forma de garantizar esta continuidad era a través de redes de actividad desjerarquizada, específica, descentralizada e interconectada. Estas redes se convirtieron en la herramienta crucial para afrontar las graves perturbaciones que afectaban al planeta.

Sabor tropical

Xavier Cabaní dejó de leer por un rato. Se asomó al balcón para contemplar la Barcelona del 2050 que se extendía ante sus ojos. Descorrió la pantalla de prospectiva que oficiaba de cortina delante de él, donde se reflejaba una imagen tridimensional, sensorial, táctil y gustativa de la ciudad que cada noche proyectaba junto con sus colegas de red. Le encantaba contemplar esas proyecciones de la evolución posible de la ciudad. Ahora tenía ante sí el verdadero paisaje urbano de la ciudad, el que, finalmente, surgió producto de todas estas batallas que su profesor contaba en la lección magistral. Hubo un momento en que todo pudo haber sido como Vilalta contaba, todo pudo haber derivado hacia las soluciones que allí se proponían. Algunas ya las disfrutaba en estos momentos. Pero otras no llegaron a tiempo. La extraordinaria capacidad de anticipación alcanzada por la humanidad en la segunda década del siglo XXI no fue suficiente para remediar la pesada herencia que se arrastraba desde el inicio de la revolución industrial y, sobre todo, desde la gran guerra de mitad del siglo pasado, cuando se inició una desenfrenada e histórica carrera en pos del consumo que abrió la profunda e insuperable sima entre ricos y pobres. Los historiadores atribuían a esa locura sin precedentes en el pasado de la humanidad el largo catálogo de desatinos que condujeron al mundo a su estado actual.

El cielo amenazaba tormenta. Xavier consultó los parámetros del tiempo en el reloj de pulsera. Se acercaba otro tifón del mediterráneo, el tercero del mes, por las costas de Tarragona. El Servicio Meteorológico anunciaba toque de queda durante dos días para la zona de Barcelona a partir de las seis de la tarde. Para él, los tifones del Mediterráneo eran parte del paisaje, le habían acompañado desde que nació. No entendía que un fenómeno natural tan espectacular y masivo, esa especie de diapasón que regulaba la vida en todo la región, fuera algo reciente, tan joven como él mismo. Por lo menos Vilalta nunca los mencionaba en sus lecciones sobre el cambio climático en el Mediterráneo y en la red no había rastro de ellos en las múltiples historias sobre los cambios globales de antes del 2030. Nada sobre los tifones y muy poco sobre el húmedo clima tropical de Cataluña que había despoblado gran parte de la zona central del país.

Xavier, tras tomarse las píldoras contra la malaria, comenzó los preparativos rutinarios del toque de queda. Aprovecharía los dos días de encierro para conectarse a una de sus redes de información favoritas: “En.mergencia”, donde se discutían las nuevas estrategias para combatir las enfermedades infecciosas emergentes. En los últimos seis meses, Cataluña había sido una de las regiones más prolíficas del sur del continente. Dos virus y tres parásitos, desconocidos hasta ahora en relación con el ser humano, se habían “activado” en zonas de ecosistemas agrícolas de diseño. Uno de los parásitos parecía especialmente virulento al no encontrar enemigos naturales que controlaran su propagación. Cada vez que aparecía un caso de estos en alguna parte del mundo, lo cual era cada vez más frecuente, Xavier no podía evitar el pensar en Vilalta. ¿Qué diría el viejo profesor ante los fenomenales y crecientes recursos que la medicina dedicaba ahora a resolver los problemas causados por la era de la biotecnología? Xavier puso en marcha el simulador de argumentos y comenzó a alimentarlo con la documentación apropiada de Vilalta. En la mañana jugaría un rato con el sistema y comprobaría qué más podría haber dicho el viejo profesor sobre uno de sus caballos de batalla favoritos. ¿Cuánto habrían envejecido sus ideas en los últimos 20 años?

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