Cuatro noticias y el gusano de Morris
Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
24 octubre, 2017
Editorial: 144
Fecha de publicación original: 1 diciembre, 1998
Mensaje que mucho tarda, a muchos hombres demuele
Una de las cosas que siempre me ha sorprendido más de Internet es nuestra probada habilidad para perdernos las grandes noticias generadas por la Red. Cuando empecé a utilizarla, hace ahora casi siete años, lo primero que me dejó perplejo fue que la propia existencia de Internet hubiera pasado totalmente desapercibida para el gran público a pesar de que ya había cumplido la mayoría de edad (sobrepasaba los 20 años). La única excepción a la regla había sido –como no podía ser de otra manera– el «gusano» introducido por Robert Morris en ArpaNet el 2 de noviembre de 1988, el cual saturó la memoria del sistema, lo paralizó y originó el primer gran juicio –con condena– de lo que después sería Internet. Tras aquel ataque de tos, la Red regresó al estado latente y ya no se despertó en la opinión pública hasta el inicio de la WWW hace unos tres años. En el camino quedó, al menos para mí, otra gran noticia, que se une a las dos más recientes que han permanecido en la discreta sombra del ciberespacio.
Yo llegué a la Red vía el medio ambiente. Cuando preparaba la Cumbre para la Tierra de 1992 para El Periódico de Cataluña, me subscribí a GreenNet para acceder a foros de discusión y a materiales que circulaban por este BBS. GreenNet, con sede en Gran Bretaña, formaba parte de la Association for Progressive Communications (APC), una organización que interconectaba a numerosas redes distribuidas por todo el planeta con objetivos comunes: la defensa del medio ambiente, de los derechos humanos, de minorías o sectores sociales marginados, la lucha por la paz, etc. Cuál no sería mi sorpresa cuando allí me encontré a miles de individuos y entidades de los tres mundos (industrializado de Occidente, del Este y países en desarrollo) enzarzados en un debate global sobre las respectivas políticas medioambientales locales y la mejor forma de establecer lazos de cooperación, de intercambio de información y de diseño de proyectos conjuntos.
De estas discusiones sin fronteras, de un dinamismo sin precedentes, salieron las líneas maestras de lo que después sería el Forum Global, la cumbre alternativa a la oficial que se celebró en Río de Janeiro en 1992. Su política se cocinó en gran medida en conferencias celebradas en redes telemáticas de Centroamérica y Sudamérica, EEUU, Europa, la ex-Unión Soviética, el Sudeste Asiático, Oceanía y África, donde era habitual encontrarse con gente de Nicaragua, Uruguay, California, Suecia, Rusia, Ucrania, India, Malasia, Filipinas, Australia, Kenia o Sudáfrica, por mencionar sólo a algunos los países con las organizaciones más activas. En aquel pedazo del incipiente mundo digital, las voces de los distintos mundos compartían un espacio insólito de encuentro e intercambio directo de ideas, proyectos y experiencias.
Lo extraordinario es que toda aquella ingente actividad sucedía a «espaldas» de la sociedad. Mientras ésta, en nuestro caso, sólo escuchaba de manera reiterativa las voces de los países ricos y, en particular, la de los políticos de EEUU y Europa, en la red APC se expresaba un enjambre de seres y entidades con escasa presencia en la «opinión pública» pero que, sin duda, constituía un tejido social mucho más rico, diverso, real y dinámico
La tercera noticia es mucho más «reciente». La explosión de la WWW a partir de Netscape supuso un cambio fundamental en Internet. La interconexión de las diferentes redes que finalmente convergieron en Internet en 1990 alcanzó su plenitud con esta nueva plataforma que inyectó color, gráficos, tipografía, imágenes y sonido a la Red. De repente, el discreto predominio del mundo académico en el ciberespacio se estremeció ante la irrupción de millones de internautas de a pie o montados en una empresa, institución o administración que cambiaron para siempre el signo de las redes y, de paso, del papel de la información y el conocimiento en este fin de siglo. Las propias características de la WWW, su similitud formal con una publicación, la flexibilidad de sus herramientas y la sencillez de su uso, propiciaron la explosión de la comunicación «todos para todos» y, al mismo tiempo, con un elevado grado de personalización propia de las cosas digitales.
De la noche a la mañana, aparecieron miles, decenas de miles de publicaciones electrónicas, de nuevos medios de comunicación, que transformaban las relaciones sociales, laborales, políticas, culturales y económicas de los conectados y cuya lógica de funcionamiento afectaba a las esencia de la comunicación tal y como había evolucionado desde la revolución industrial. La irrupción de los nuevos medios, sin embargo, permanecieron –y permanecen en gran medida hasta hoy– como un fenómeno cargado a las espaldas de la sociedad. La opinión pública sigue sin recibir una visión aproximada de lo que ha venido sucediendo en el ciberespacio en estos años recientes, a excepción de los ataques de hipo causados por piratas informáticos y otros sucesos parecidos (¡otra vez Robert Morris y su gusano!) . Las formas y medios a través de los que se construye la Sociedad de la Información han quedado relegados a lo que podríamos llamar los cibermedios, las publicaciones especializadas en los avatares de las redes telemáticas. El debate público que emerge desde el ciberespacio tiene que ver, por lo general, o con la gran política –intervención del estado orientada por el creciente repertorio de amenazas del catálogo policial– o la gran economía representada en las empresas emblemáticas del sector.
En estas circunstancias, no es de extrañar el revuelo armado por la compra de Netscape. La irrupción en el escenario de America Online (AOL) con un cheque de 600.000 millones de pesetas en la mano para adquirir un empresa cuyo producto sólo tiene existencia virtual ha dejado perpleja a buena parte de la sociedad. Si a ello unimos el espaldarazo judicial recibido por Sun Microsystems y su Java y la participación de esta empresa en la transacción de AOL, los ojos de eso que llamamos opinión pública se han quedado del tamaño de la Luna. Natural. nadie que no esté conectado puede hacerse una idea aproximada de qué es, en qué consiste y para qué sirve AOL, Netscape y Java. Lo cual quiere decir una parte muy pequeña de la población. Sin embargo, en el nombre de esta reducida isla de la humanidad, alguien desembucha la billetera y saca suficiente calderilla para llevarse a casa a la empresa de mayor éxito de los últimos tres años… en el mundo virtual.
El terreno está abonado, entonces, para que los ilustres magos de la comunicación del mundo real comiencen sus juegos de prestidigitación y rescaten del baúl de la mitomanía la figura fulgurante de Steve Case (¡qué harían sin un buen cristo que llevarse a la boca!) o descubran que AOL es realmente el tiburón que nos va a comer a todos, con o sin la participación de Bill Gates quien, por cierto, en apenas 48 horas ha pasado de ser el diablo del fin de siglo al cornudo del incipiente milenio.
Aquella falta de noticias sobre la evolución cotidiana de Internet siembra el campo de estas estupideces. El regreso al poder del viejo BBS America Online se presenta como un hecho inaudito y sorprendente y vuelve a tapar la verdadera naturaleza de los acontecimientos de la Red, así como los auténticos desafíos que afronta su desarrollo. A diferencia del juicio a Gates, la compra de Netscape afecta directamente a la construcción del ciberespacio porque AOL, el gran protagonista de este estrépito, no es tan sólo un proveedor de acceso a Internet, sino una gigantesca plataforma para desarrollar contenidos con 14 millones de suscriptores-autores. Su gran éxito se ha basado en facilitar el tránsito hacia el vientre de Internet. Esta es la otra gran noticia que tampoco le ha llegado a la opinión pública. Una noticia con una calidad diferente a las anteriores, porque en este caso se trata de tender los puentes entre la enorme masa de población no conectada y los aledaños del ciberespacio. En otras palabras, de establecer las líneas de comunicación en lo que denominé «zona de intersección» en el editorial 110 del 10/3/1998, la región donde interactúan el mundo real y el virtual.
A mi entender, este el gran desafío que se dibuja cada vez de manera más nítida en el horizonte actual de la Sociedad de la Información. El ciudadano requiere de pasarelas que le permitan comprender y acercarse a Internet no sólo a costa de su conexión virtual, sino mediante una aproximación real que le permita entrever las enormes posibilidades y oportunidades de la Red, así como el papel protagonista que deberá jugar cuando acceda a ella. Su alfabetización digital no tiene por qué ocurrir sólo cuando posee un modem y un ordenador. Puede suceder también mediante una pedagogía diferente –todavía por investigar e inventar– presencial, pero con el mismo poder de evocación que las virtuales. Sólo de esta manera se logrará que las trepidantes turbulencias económicas en Internet no oscurezcan el hecho de que seremos finalmente los usuarios quienes decidiremos cómo se construirá este nuevo espacio social de la Era de la Información.