Conexiones medioambientales
Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
6 marzo, 2018
Editorial: 181
Fecha de publicación original: 21 septiembre, 1999
El que algo quiere, algo le cuesta
La semana pasada asistí a una reunión del Banco Mundial en Washington. La División de Recursos Ambientales y Naturales (WBIEN) de esta entidad organizó un encuentro con expertos en información ambiental con el fin de diseñar las bases de un programa para mejorar la diseminación de este tipo de información en los medios de comunicación. Estaban presentes periodistas de Sudáfrica, China, India, Inglaterra, EEUU y España (uno por país, a excepción de los chinos, que eran dos), observadores del World Resources Institute de Washington y del Deutsche Bank, además de funcionarios del Banco Mundial. En resumen un microcosmos de la problemática actual de la comunicación en el contexto de países ricos, países en desarrollo e instituciones globales con un elevado poder de decisión y de recursos financieros para ejercerlo, pero carentes de «ojos y tacto» en el complejo entramado donde se cuecen las noticias y se moldean las actitudes de buena parte de la sociedad. Todo ello aderezado con el cruce supersónico y explosivo de las nuevas tecnologías de la información con su escalonado impacto según las regiones del mundo. Fenómeno éste que añadía un curioso toque de perplejidad a los argumentos, vinieran de los ricos o de los pobres. Estos fueron los ingredientes de la reunión y sobre ellos se decidirá, en gran medida, el susodicho programa para mejorar la información relativa al medio ambiente en los medios de comunicación.
El primer punto en el que se estableció un acuerdo era que, efectivamente, había espacio suficiente para mejorar la calidad y cantidad de dicha información. Cómo conseguirlo, se convirtió rápidamente en un punto de contención. El segundo aspecto, no necesariamente relacionado con el anterior, pero sí una preocupación de todos los presentes, era la necesidad de crear mecanismos donde la diseminación de la información ambiental se produjera en un contexto de mayor participación ciudadana en las cuestiones ambientales. Esto planteaba la creación de medios donde el proceso de la generación, procesamiento y distribución de la información cumpliera con ciertos requisitos y no estuviera sometido a la lógica actual de los medios de comunicación tradicionales. En otras palabras, el desafío consistía en diseñar un nuevo modelo de uso y consumo de la información, donde ésta no fuera percibida como un «maná» repartido a pesar del ciudadano (pasividad), sino con la implicación directa de éste en su fabricación y distribución (actividad). Un hueso duro de roer desde la sede del Banco Mundial.
El debate duró dos días y un par de cosas quedaron claras (otra cuestión es que hiciera falta tanto viaje para ponerlas sobre la mesa):
La capacidad del periodista para «vender» su información en la redacción, no tiene mucho que ver con la calidad de dicha información, ni con su percpepción de cuáles son los temas candentes de los que debería ocuparse su medio a tenor de las preocupaciones sociales. Cuentan tanto o más otras vicisitudes y circunstancias que son mucho más determinantes en el proceso de producción en los medios de comunicación, como la carga cultural de quienes toman decisiones de política editorial, o las exigencias impuestas por el espacio disponible, la diversidad y la variabilidad de la información. De aquí se deducía una nítida necesidad de formación, aunque no circunscrita sólo al periodista de información ambiental, lo cual es un problema bastante conspicuo.
La necesidad de crear nuevos sistemas de información y conocimiento para incrementar los recursos y promover la circulación de información. Sistemas disponibles no sólo para los periodistas, sino para las ONG, las administraciones, las empresas, en fin, para el universo que participa en la problemática del medio ambiente.
Formación, capacitación y creación de recursos. Y la necesidad de utilizar las tecnologías de la información, en particular Internet, para estimular dicha capacitación –sobre todo online– y favorecer la diseminación de información. Sin embargo, como dejaron claro los expertos del Banco Mundial y de algunas de las instituciones presentes en la reunión, no se podía cargar las tintas sobre Internet porque la Red no existe en todos los países de la misma manera, los problemas de infraestructura de telecomunicación son apreciables y era necesario estrujarse las meninges para desarrollar otras metodologías que tomaran en cuenta estas diferencias y estas carencias.
Mi propuesta hacia el final del debate fue que el Banco Mundial asumiera sus responsabilidades a escala global y dinamitara las diferencias, que para eso su lema es «Un mundo libre de pobreza». La herramienta común de todos los periodistas, ya fuera en países ricos o pobres, es, aparte de algo con qué escribir, un teléfono. Todos lo tienen. Por tanto, todos pueden conectar un ordenador al teléfono y acceder, en principio a Internet. Lo que no tienen todos es el ordenador, el módem y la conexión a la Red so pena, en muchos países, de sufrir una quiebra económica personal o tener que librar una ardua batalla cultural para conseguir sumar voluntades a la necesidad de disponer de estos recursos. Y lo que marca la diferencia entre países ricos y pobres, entre otras cosas, es la posibilidad de aquellos de aprovechar dichos recursos a un coste relativamente bajo e, incluso, muy bajo.
He ahí pues, los mimbres de una política –y de un programa de acción– que responda plenamente al proceso de globalización. Junto con el respaldo a cursos de capacitación online en las diferentes regiones del mundo, el Banco Mundial tiene ahora la oportunidad –casi, diría, la obligación, pues a fin de cuentas nosotros llenamos sus arcas– de financiar un programa de distribución de ordenadores, modem y conexión gratuita a Internet a periodistas que cubren la información ambiental en los países en desarrollo, al menos durante el tiempo necesario para darle un vuelco a la situación. Estoy seguro que Microsoft, IBM, Compaq, Epson, Sony, etc., y muchas otras empresas de este tipo se darían de tortas por participar en este programa y aparecer como líderes de un proyecto de estas características. Su puesta en marcha significaría no sólo que estos periodistas accederían a fuentes de información globales, sino que estimularían el desarrollo de las propias, de las que nos beneficiaríamos todos los demás. Y, por primera vez, crearíamos un contexto informativo en el que tendríamos la oportunidad de conocer por boca de ellos cuáles son los problemas intrínsecos de los países en desarrollo (algo a lo que nunca prestamos mucha atención, a menos que lo contemos nosotros desde nuestra propia perspectiva) y, a la vez, la posibilidad de que el mensaje fuera el producto de una interacción no sólo con sus propias poblaciones, sino también con las poblaciones de los países desarrollados.
Es un desafío, desde luego. Pero, como muy bien expusieron los funcionarios y expertos del Banco Mundial, precisamente de eso se trata. De lo contrario, seguiríamos preservando esa mentalidad de que «ellos no pueden, porque no tienen nuestros medios». En esta ocasión no se trata de medios tan caros y complejos como la transferencia de tecnología estratégica, ese baluarte que con tanto apego defienden corporaciones y gobiernos de países industrializados, sino de convertir a la información y el conocimiento en un bien estratégico para combatir a la pobreza con medios baratos, como es la conexión a Internet. Ahora le corresponde mover ficha al Banco Mundial. Mientras tanto, sería bueno que periodistas y organizaciones especializados en temas ambientales se mantengan en contacto y atentos al siguiente movimiento. Si quieren más información, me pueden consultar.