Conexión total

Rafael Martín
10 abril, 2018
Editorial: 0

Ríese el diablo cuando el hambriento da al harto

La idea del «ordenador tonto en red», lanzada hace tres años por un grupito de corporaciones competidoras de Microsoft, fue tan sugerente como pisoteada de inmediato, entre otros, por la propia compañía de Bill Gates. Ahora, el propio Señor de Seattle ha descendido a la arena de las ferias de informática para explicarnos que el proyecto no estaba mal y que ellos aceptan el reto con su «Web Companion», un aparatito diseñado para cumplir tareas concretas en Internet cuando se conecta a la Red. En las dos últimas semanas, prácticamente toda corporación de microelectrónica digna del nombre ha presentado su propio chisme de este tipo. Hace unos días, Samsung nos mostró el suyo en Londres, una carpetita del tamaño de un libro de bolsillo con una pantalla de brillantes colores, capaz de navegar por la web y de utilizar archivos guardados en red. Estos cacharros anuncian una nueva época en nuestra relación con la información. En vez de tener que ir a buscarla, ésta vendrá a nosotros como si fuera nuestro perrito faldero. La contrapartida es que estamos a punto de perder todo el control sobre nuestra propia información.

En Internet están proliferando los sistemas que ahorran la siempre laboriosa búsqueda de información: es ésta la que viene hasta el conectado, le husmea, le reconoce y se le adhiere como una lapa. Y teje a su alrededor una sutil red de datos adaptada a su particular circunstancia. Cada vez aparecen más lugares en la Red que detectan donde se encuentra el internauta y, entonces, comienzan a ofrecer información local, más la que el usuario habitualmente utiliza. Si añadimos a esto la creciente oferta de «agendas» en red o de otros archivos personales de este tipo, lo que se va conformando, poco a poco, es una especie de ámbito informacional personalizado capaz de «ir a buscarnos» cuando nos conectamos a la Red.

El incipiente matrimonio entre Internet y la telefonía móvil consagrará esta nueva tendencia y la instaurará en el centro de la Sociedad de la Información. Armados de este poderoso mando a distancia de bolsillo, o de cacharros del tipo «web de compañía» o de cualquier otro chisme capaz de ofrecer información almacenada en la Red, la siguiente experiencia que nos tocará vivir, insólita y sin precedentes, nos acercará a lo que, sin duda, será el «leit-motiv» del próximo siglo: la conexión total.

Con los nuevos equipos, como los presentados la semana pasada en Comdex, la feria informática anual de Las Vegas, se convertirá en un torrente impetuoso lo que hasta ahora no es más que un goteo: el traslado hacia la Red de la información que hoy almacenamos en –y le da su razón de ser al– ordenador personal. Los ordenadores tontos utilizarán programas que se encuentran en servidores, donde también tendremos guardados nuestros trabajos, documentos, bases de datos, etc. De esta manera, al conectarnos, la Red «detectará» nuestra presencia (como ya hacen los teléfonos móviles») y nos ofrecerá de inmediato un menú de la información «etiquetada» a nuestro nombre, aunque se encuentre dispersa por cientos de diferentes servidores. Para nosotros, todo aparecerá como si hubiéramos abierto nuestro ordenador personal.

Este paraíso, como siempre, tiene su árbol del bien y del mal con su correspondiente serpiente. La manzanita que nos ofrece es tentadora: que alguien nos gestione de manera sencilla y directa el ingente volumen de información que manejamos (o creemos que manejamos) habitualmente. ¿El castigo?: perder todo el control sobre ella. Ya no se trata de pérdida de intimidad, de invasiones de privacidad o de brindar datos personales a entidades ajenas. Se trata de que un conjunto de corporaciones del «software», «hardware» y operadoras de telecomunicación, en aras de facilitarnos la navegación por Internet, nos asignarán tanta «memoria de red» como necesitemos para almacenar nuestra información y nos ofrecerán (o alquilarán) los programas necesarios para procesarla. Pero esa memoria estará custodiada por ellas.

Está claro que ésta es una tendencia impetuosa, basada en una mayor eficiencia de los recursos de la Red, en una simplificación de las tareas necesarias para mover información y en una multiplicación de los cacharritos electrónicos de consumo de tipo personal. Los nuevos aparatos capaces de «pinchar» la Red desde cualquier lugar y en cualquier situación, y de abrirnos un pasillo hacia nuestra información, son como un cartucho de dinamita en el disco duro del actual PC. Demuelen esta barrera, que actúa como el indicador omnipresente del alfabetismo digital, y cogen por el cogote a un vasto sector de la población para ponerlo cara a cara con la Sociedad de la Información. Pero, a la vez, abren un canal hacia una dependencia brutal de cada individuo con respecto a un puñado de corporaciones que controlarán los «almacenes de información personalizada» de la Red. Y nadie ha dicho nada todavía sobre quien tiene qué derechos sobre estos depósitos, y en qué condiciones estarán protegidos de los amigos del dato ajeno y del poder fiscalizador de estas empresas, las cuales ya han dejado suficientemente claro que su objetivo fundamental en Internet es obtener «masas de usuarios fieles». Ahora tienen la oportunidad de mejorar el objetivo: obtener «masas de información que fidelicen a los usuarios». Es la otra cara de la moneda de la conexión total.

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