Boicot digital

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
24 abril, 2018
Editorial: 195
Fecha de publicación original: 28 diciembre, 1999

Dinero ahorrado, dos veces ganado

El Chicago Tribune, uno de los periódicos decanos de EEUU, fundado en 1849, pondrá su colección completa de diarios en Internet gracias al trabajo de los presos de varias cárceles de Ohio, quienes mecanografiarán en ordenador («informatizarán») todos los ejemplares que, debido a su antigüedad, ya no aceptan una lectura automatizada. En total, cuatro mil millones de caracteres. El diario ha tomado esta decisión ante las evidentes ventajas de emplear esta mano de obra: barata (mucho más barata que si encargara a niños de Tailandia), muy disciplinada según certifican sus carceleros –quienes también se encargarán de disuadir cualquier veleidad sindical– y altamente fiable por su probado entrenamiento de corte suizo: se levantan con el toque de silbato y se van a dormir todos juntos, a la misma hora. La iniciativa supone, por otra parte, un ahorro considerable en equipamiento (escáneres y cosas por el estilo) y, al mismo tiempo, introduce un elemento de selectividad profesional entre la población penal de Ohio: sólo los más capacitados podrán asumir este trabajo. Sólo falta añadir que el acuerdo entre el periódico y las autoridades penitenciarias se ha sellado apenas tres semanas después de la cumbre de la Organización Mundial del Comercio en Seattle. Allí, EEUU se pronunció con palabras preciosas contra el trabajo de corte esclavista y a favor de que los países en desarrollo adoptaran una política social equiparable a la que poseen los países industrializados.

De hecho, esta fue una de piedras angulares del fracaso de Seattle. No es la primera vez que EEUU propugna en distintos foros –cambio climático, agujero en la capa de ozono, biodiversidad, deforestación, comercio, etc– que no se puede llegar a ningún acuerdo de carácter global mientras los países en desarrollo no acepten normas laborales aceptables para las «naciones civilizadas». Por esto se entiende desde la universalización de los derechos sociales para toda la fuerza laboral en los países del Tercer Mundo, hasta la prohibición del trabajo infantil y la aprobación de códigos que garanticen la dignidad de los trabajadores. De lo contrario, el Departamento de Comercio del imperio se verá obligado a decretar el boicot y la exclusión de acuerdos comerciales, así como otras medidas de presión hasta que los países infractores se avengan a razones y acaben con «el agravio comparativo de esta competencia desleal».

Los países en desarrollo han argumentado en todos estos foros que están de acuerdo, siempre que el costo de semejante transición social salga del bolsillo de los ricos, de la «factura histórica» que les permitió acumular capital gracias a explotar a discreción a la fuerza laboral propia y ajena, utilizar como obreros a niños en sus países y en los de los demás y negar derechos sociales durante décadas. De lo contrario, sostienen estos países, exigir que estos cambios se hagan de la noche a la mañana sin ningún tipo de ayuda como condición «sine qua non» para alcanzar acuerdos en el ámbito del comercio internacional, es simplemente una indicación palmaria de la falta de interés asignada a dichos cambios y de su uso como una simple medida de matonismo político.

Y el caso de el Chicago Tribune ilustra esto último. El diario primero hizo lo que muchas empresas de países ricos en estos casos: intentó utilizar mano de obra barata de la India para mecanografiar por ordenador todos los ejemplares, lo que nunca mejor podría definirse como digitalizar la colección completa de periódicos. Por alguna razón, la idea no funcionó y se decidió hacerlo con los «indios» de EEUU, los presos que «administra» la institución penitenciaria de Ohio, encargada de las cárceles de Belmont, North Central y Mansfield. El diario paga un millón de dólares a esta administración por los 4.000 millones de caracteres. Así tendrá todo el archivo en Internet por el módico precio de 47 centavos de dólar la hora que recibirá cada preso por su trabajo, unos 100 dólares al mes, un salario competitivo incluso con los de la India y algunos países del sudeste asiático.

Además, los presos ni siquiera recibirán su paga en dinero contante y sonante, sino que se las depositarán en cuentas bancarias para comprar algunos de los escasos productos que se venden en la tienda de la cárcel o para hacer llamadas telefónicas. O sea, capitalismo primitivo, a la vieja usanza de las explotaciones mineras. Por si fuera poco, el diario ha comenzado a enorgullecerse públicamente de que colabora con la reinserción social de los presos. El viejo truco de que explotar la mano de obra infantil o encarcelada es una buena causa social.

Cuando se supo que la firma Nike estaba usando mano de obra infantil en países asiáticos para fabricar material deportivo, se puso en marcha un boicot por parte de numerosas organizaciones contra esta firma, algunas de las cuales –de EEUU– destacaron incluso a equipos de investigación para certificar este extremo. Me pregunto si no tendríamos que trasladar esta política a Internet y, como preconizó Bill Clinton en la cumbre de la OMC, propugnar el «boicoteo digital» de empresas como el Chicago Tribune por emplear mano de obra presidiaria, a precios propios de la era esclavista y al amparo de una situación que les impide organizarse para defender sus derechos como trabajadores, ya que como tales se les están empleando. Por eso, para empezar, no incluyo el enlace a ese diario en este editorial. Después ya veremos qué otras indicaciones nos sugieren desde la OMC, si es que se han enterado de este caso.

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