Aprendices de censor
Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
21 marzo, 2017
Editorial: 81
Fecha de publicación original: 22 julio, 1997
Quien mal escupe, dos veces se limpia
El asesinato de Miguel Ángel Blanco a manos de ETA ha tenido resonancias mucho más lejanas que las calles de las ciudades españolas. Una parte de Internet se ha visto sacudida por la rabia genuina de muchos internautas españoles. Los acontecimientos, sin embargo, se movieron con la velocidad de vértigo propia de la era digital. De la protesta a través de mensajes electrónicos para manifestar el rechazo a la acción de ETA, se pasó al clamor por la liquidación del servidor donde se alojaban las páginas del Euskal Herria Journal, un lugar que contenía artículos de apoyo a la organización armada vasca, así como artículos sobre derechos humanos, lengua y vínculos a páginas con puntos de vista a favor y en contra de ETA. La acción concluyó con un «éxito» clamoroso por parte de la turba. El Institute for Global Communication no pudo soportar el bombardeo a que fue sometido y finalmente tuvo que cancelar el servicio.
La acción no es más grave, como algunos han hecho ver, por el hecho de que el IGC fuera una entidad sin ánimo de lucro que suministra servicios de Internet y correo electrónico a multitud de ONGs que trabajan por la paz, la justicia social y económica y el desarrollo sostenible en el mundo. Aunque se hubiera dedicado al culto satánico o a la pornografía porcina, ello no habría quitado un ápice de responsabilidad a los cientos de internautas que decidieron tomarse la justicia por la mano y perpetrar un atentado de semejante calibre contra la libertad de expresión y el derecho a interactuar en el ciberespacio con sus habitantes sin coartarles la palabra. Lo único que se puede deducir de que IGC fuera la víctima, si acaso, es la ignorancia de muchos de los atacantes, quienes en otros foros se muestran «preocupados» por el destino de los países menos desarrollados en la era de la sociedad de la información y que –quizá pecado de juventud digital– consideraron a las siglas IGC como sinónimo de cueva de asesinos recalcitrantes reconvertidos en cibernautas.
El subsiguiente debate tras el cierre del servidor ha mostrado, por otra parte, que, esto de generar uno mismo su propia información y exponerla en un entorno interactivo abierto a todos los usuarios, nos exige un duro aprendizaje sobre las reglas de juego de esta sociedad ciberespacial que estamos construyendo entre todos. Quizá por eso es tan fácil confundir el culo con las témporas y trasladar el énfasis de la discusión hacia terrenos ajenos al fondo de la cuestión. La discusión por el bombardeo a IGC ha derivado:
– En un análisis sobre las características del nacionalismo, la autodeterminación o el independentismo. Me parece estupendo tener posturas políticas o incluso firmes principios éticos al respecto. Pero, desde el punto de vista de lo sucedido, es igual que ETA y/o Euskadi quieran autodeterminarse y haya gente que esté de acuerdo o no con ello. Como si quieren colgarse de una encina. Una cosa es la guerra y otra cómo se explica. Y aquí lo que ha sucedido es que se ha cercenado el derecho a la explicación. El asesinato de Blanco tiene (y devengará) responsabilidades políticas que se dirimirán en otro plano. Lo que queremos es saber cómo cuentan la historia quienes están comprometidos con los sucesos en Euskadi. Queremos tener el derecho a leerla o no, y si la leemos, a interactuar o no. Pero no queremos que la liquiden quienes no quieren leerla o, si la leen, no les gusta su contenido.
– Si la libertad de expresión se ejercita de acuerdo a las inclinaciones, preferencias o creencias de cada uno, Internet será una guerra dentro de unos días. Hoy fue por Blanco. Mañana por los negros, pasado por la educación, la religión o la invasión de un pueblo por parte de cualquier estado o nación bien pertrechada por la industria de la guerra. La experiencia cotidiana nos demuestra que el vecino rara vez hace algo que nos guste a todos. Internet es la primera oportunidad que tenemos los conectados de discutir abiertamente y de darle la vuelta al viejo adagio de que «la información es poder». Los censores que han asaltado la Red estos días todavía siguen apegados a este principio y consideran que no hemos alcanzado la madurez suficiente para juzgar los acontecimientos por nosotros mismos.
– Es interesante que el bombardeo de IGC haya puesto sobre el tapete causas como el pacifismo, el nacionalismo o el independentismo. Pero ninguna de estas discusiones progresará de manera argumentada si liquidamos el tejido que las sustenta: la posibilidad de que cada uno exprese sus ideas abiertamente sin temor a que lo asfixien bajo megabytes de basura. He escuchado estos días en las listas de discusión argumentos de muchos internautas que estos ardientes y repentinos censores no habrían dejado pasar tranquilamente sin armar una buena banda de linchamiento. Muchos, incluso, casi pedían permiso para exponer sus ideas por temor, creo, a que su correo fuera incendiado por la turba.
– El uso del bombardeo electrónico como el sufrido por IGC no demuestra que se esté en contra de los postulados de ETA (más bien al contrario). El uso del correo electrónico para manifestar la oposición o rechazo a posturas que se consideran execrables es una forma legítima de lucha social. En la cadena evolutiva, desde la carta al pasquín o el panfleto, el correo-e es el último eslabón de quien quiera manifestar sus ideas, y uno muy poderoso. El salto al bombardeo con el ánimo de liquidar un servidor es una mutación destinada a generar monstruos: como decimos siempre de los otros, se sabe cómo empieza, pero nunca como acaba.
– Por último, y para no extenderme más en estos puntos, tampoco me parece que la cuestión estribe en justificar la censura electrónica como parte del proceso para decidir la mejor táctica del momento (aislamiento de quienes no condenan la violencia, no hablarles, no comprar en sus tiendas, etc.). Esto lo deben decidir quienes tienen gente a su alrededor pasible de ser aislada, no hablada o no comprada. Lo demás es la típica demagogia ejercida a la distancia para fundamentar una acción insostenible. Esto, si demuestra algo, es que tenemos a los políticos que nos merecemos, porque son ellos los que cada vez se parecen más a nosotros a juzgar por la facilidad con que estamos dispuestos a silenciar a quien no nos gusta y, de paso, echar mano de un vasto arsenal de lugares comunes populistas para justificarlo.
Por esto me parece fundamental, en estos momentos, recalcar algunos puntos que, en diferentes momentos, hemos defendido desde en.red.ando:
– Nadie tiene derecho a liquidar la voz del prójimo, estemos de acuerdo con lo que dice o no (sea vasca, nazi, revolucionaria, pornográfica o el apellido que más cuadre a la fobia de cada uno). Como decía Foucault, se aprende mucho de la cordura, pero más de la locura. Aprendamos, pues, y dejemos de jugar a los sicarios digitales.
– Si nos tomamos la justicia por nuestra mano, quedamos a expensas de los manipuladores de la información, la confabulación transitoria o estratégica de los poderes, los malabaristas de la palabra y los encantadores de serpientes. Por ejemplo: en la tarde en que apareció el cuerpo baleado de Miguel Ángel Blanco, todas los canales de TV de España transmitían en cadena (¡parecía Internet, una Web tras otra!) y resultaba imposible distinguir quién era el periodista, quién el político, quién el familiar o quién el individuo de la calle. El discurso era exactamente el mismo, fuera quien fuese el que lo profiriera. Yo, al menos, me preguntaba ¿Pero no hay nadie más ahí afuera?
– Costará, pero debemos aprender que las cosas no funcionan igual en Internet que en nuestra casa. En la última, un grito o un tortazo puede colaborar en mantener el principio de autoridad (y la prolongación de la infelicidad). En la Red, los tiros salen por la culata. No sería extraño que en los próximos días las páginas silenciadas sean «reflejadas» en cientos de servidores tan sólo en aras de la libertad de expresión. Si esta lección se asimila, podríamos tomar el evento como un peldaño imprescindible para aprender las nuevas propias de la sociedad de la información y las responsabilidades que exige de cada uno de nosotros. Para quienes vamos a participar en Mayo’98, I Congreso de la Publicación Electrónica, lo que ha sucedido ha llenado de contenido a la sesión dedicada a «la comunicación vigilada», que hasta ahora había sido mirada con un cierta distancia por muchos colegas.
– Finalmente, de nuevo, para no alargarme demasiado, ¿quién está en posesión de la verdad en este jodido mundo? ¿cómo vamos a saber lo que ocurre si nosotros mismos nos encargamos de silenciar las voces disidentes? Yo no le tengo ningún miedo a Ernst Zundel por más que niegue el Holocausto. Gracias a este señor, por otra parte, decenas de académicos, investigadores e historiadores han entrado a Internet para responder a sus ideas expuestas en uno de los webs más perseguidos de la Red. Hoy podemos leer la negra visión que alojan muchos cerebros con los que posiblemente nos vamos más de una vez a tomar una copa y, al mismo tiempo, otras visiones alternativas.
No quiero hacer una conexión fácil, de esas a la que son tan aficionados algunos sociólogos, pero, para acabar, no puedo evitar el mencionar los resultados de una encuesta del Centro de Investigaciones Sociales — por encargo del Ministerio de Justicia e Interior— que se publicó el lunes en España: la mitad de los españoles (52% de los consultados) aprecia más la seguridad ciudadana que la solidaridad, la igualdad social y la libertad individual. De los 15.000 encuestados, empero, el 92% admitió que no se consideraba víctima propicia de delitos, aunque el 54% los había sufrido en alguna ocasión. ¿Alguien puede explicar de dónde sale esta profunda distorsión de la propia percepción social? ¿Tendrán estos resultados algo que ver con la histérica reacción de los internautas españoles que acabó con la liquidación del servidor del Euskal Herria Journal? ¿Quiénes son los que con tanto éxito logran crear una imagen de la sociedad dominada por el crimen, el terrorismo, la droga y, con ello, disuelven el vínculo de la solidaridad para fomentar el de la seguridad?