Aprender con moderación

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
11 diciembre, 2018
Editorial: 262
Fecha de publicación original: 10 abril, 2001

Tomar la cosa a pechos da fin a los hechos

En la Red, en principio, «nos vemos todos», como corresponde en una red de arquitectura abierta como Internet. Y, además, nos vemos todos como números, como 0 y 1 (de ahí aquella conversación entre perros ante un ordenador: «La ventaja de Internet es que nadie sabe que eres un perro»). Por suerte, la tecnología digital permite tales conjugaciones que aparecemos por la Red con nombres y apellidos, fotos, vídeos, identidades electrónicas ante y después de la arroba, etc. Pero todo ello no quita que sigamos siendo números que nos encontramos con otros números para intercambiar más números. Este es uno de los rasgos más sobresalientes de un entorno electrónico tan peculiar como Internet y, curiosamente, uno de los menos pensados, a pesar del impacto demoledor que tiene sobre todos sus usuarios. De hecho, lo que estamos diciendo es que diferentes culturas personales, familiares, sociales, profesionales, corporativas, religiosas, políticas, educativas o nacionales, las cuales a veces incluso confluyen todas en una sola entidad numérica, actúan frente a otras con las que jamás ni siquiera se habría rozado, de no ser por las redes. Ahora lo hacen, y lo hacen como números, lo cual no deja de ser una identidad nueva, otra capa más a sumar a las anteriores, con sus peculiaridades propias. Es decir, con la posibilidad de generar ella misma una cultura arraigada en el ámbito donde se desenvuelve: el entorno virtual creado por redes de ordenadores interconectados.

Esta característica de Internet no debiéramos perderla de vista cuando decimos, como decimos casi todos, que la capacidad para crear y desenvolverse en redes es el rasgo esencial de la Sociedad del Conocimiento. Porque esas redes, a menos que las conformemos con un exclusivo grupito de viejos amigos, apenas adquieran la dinámica del entorno virtual, nos obligarán de inmediato a tener que negociar nuestra relación con los demás a través de un complejo e íntimo proceso cultural que nos asalta casi sin previo aviso. Por lo general, nos encontramos solos y desarmados frente a este dilema. No hay lugares donde nos enseñen cómo afrontarlo, cuáles son sus reglas, mediante qué comportamientos o acciones podemos adquirir rápidamente la experiencia necesaria para afrontarlo con garantías de éxito. Cuando se habla de alfabetización digital, ésta –la negociación en la Red– es precisamente una de las asignaturas básicas de la lógica virtual que me viene a la cabeza, y no que alguien enseñe cómo funcionan los programas lectores de correo-e (por más que también sea importante: pero no hay que confundir la cuchara con comer con la boca abierta).

Este proceso de negociación es permanente, hagamos lo que hagamos en la Red. Y nuestra mayor o menor capacidad para asumirlo, para incorporarlo en las rutinas con que nos desenvolvemos en ella marcan, en gran medida, nuestra capacidad para aprovechar las oportunidades que nos ofrece el mundo de las redes. De hecho, la propia habilidad para crear redes donde podamos obtener o generar –y gestionar– información y conocimiento pertinentes, tanto por las características de su producción como por quienes participan en esta actividad, depende de esta capacidad de negociación entre diferentes culturas enmascaradas tras series de números capaces, por razones del lugar en el que se encuentran, de generar una cultura de síntesis nueva, una cultura de red.

Por esta razón, nosotros, en en.red.ando, pensamos que uno de los perfiles profesionales cruciales de la Sociedad del Conocimiento será el de moderador de redes. Su presencia será determinante para que la creación y desarrollo de redes progrese mediante un proceso guiado de negociación entre los participantes, que garantice la consecución de los objetivos que se proponga, ya sea organizar el trabajo en un determinado ámbito virtual o real, desarrollar procesos de aprendizaje de diferente tipo, dirigir proyectos en o entre varias organizaciones, obtener información en un área específica del conocimiento, etc. El moderador, en consecuencia, tanto por sus atributos profesionales, como por su experiencia y el tipo de actuación que debe desempeñar, se irá revelando como una piedra de toque esencial en función de las redes de las que formemos parte.

En las redes que nosotros creamos a través de en.medi@, toda la actividad está moderada. Esta es una actividad que, de una u otra manera, hemos venido desarrollando desde hace muchos años , lo cual nos ha permitido no sólo reflexionar sobre ella, sino poner a punto metodologías de trabajo que, dado que no tenemos abuelita que nos consuele, no nos duelen prendas admitir que nos ha colocado en una posición privilegiada en el mundo de las redes. De hecho, el propio desarrollo y crecimiento de la revista en.red.ando, sustentada sobre la contribución de decenas de internautas que han vertido en «sus páginas» sus experiencias en diferentes ámbitos y aspectos de la Red, ha sido desde el principio un privilegiado ejercicio de moderación. Pero no ha sido, desde luego, la única experiencia en tal sentido. Por ejemplo, la organización de la fase online del Primer Congreso Internacional de la Publicación Electrónica (Mayo de 1998) también se basó en gran medida en un trabajo de moderación.

La primera función de la moderación, la más importante, es crear la metodología de trabajo dentro de la Red y garantizar la estabilidad de los intercambios entre sus miembros. El moderador no es tan sólo una «máquina de aprobar –o rechazar– mensajes», que lo hace en uno u otro sentido, en el segundo, en particular, para eliminar el «spam» o la publicidad no solicitada. El moderador está en contacto permanente con los participantes y orienta las formas de participación de cada uno para elevar su capacidad de generar información en provecho de la Red. Su función no es filtrar, modificar o censurar mensajes. Todo lo contrario, orienta, armoniza las inevitables diferencias culturales entre los participantes y trata de encontrar el tono más adecuado a la cultura que va cuajando en Internet a medida que ésta crece.

Una de las rutinas más frustrantes de las listas de discusión es cuando alguien emite una opinión y tropotocientos se sienten obligados a decir «Estoy de acuerdo», «Y yo también». En en.medi@, el moderador le recuerda al participante que está en una red de generación de contenidos y conocimiento, por tanto le sugiere que fundamente por qué está de acuerdo o en qué exactamente. Muchas veces, los participantes se sorprenden a sí mismos cuando deben razonar su postura. Entonces descubren que, a veces, no estaban tan de acuerdo con lo dicho por otra persona como estaban dispuestos a admitir con un simple y expeditivo «Y yo también». Este tipo de percepción está en la base del crecimiento personal y colectivo, pues permite descubrir aspectos que, al diseminarlos por la Red, forman parte de su inteligencia colectiva y del proceso de aprendizaje en común.

Los moderadores también establecen las pautas de la participación, dentro de los límites que la flexibilidad aconsejan. Y esto lo hacen tanto en los intercambios personales que, a veces, con tanta facilidad se convierten en «disputas necesariamente negociables», como respecto a los contenidos de dichos intercambios. Por ejemplo, los argumentos atribuidos a otras personas (u obras) deben ir referenciados, así como la documentación que se aporte. No hay nada más frustrante que, en una «economía de la atención», alguien te diga: «Mírate esta web», sin ninguna indicación de qué me voy a encontrar, por qué me podría interesar o a cuento de qué viene el consejo.

El moderador establece en este sentido una pauta de comportamiento en atención al respeto hacia los demás. Documentación y páginas web referenciadas son los cimientos básicos de la calidad de la información aportada, de su credibilidad y fiabilidad, así como de la credibilidad y fiabilidad de quien la aporta y, al mismo tiempo, se convierte en un recurso inapreciable para toda la red y las redes conectadas a ella a través de sus respectivos archivos.

El moderador, finalmente, cumple dos funciones más (y con esto no concluimos, por supuesto, su perfil). Por una parte, al ser el único que está al tanto del flujo de información que la red está generando a cada instante (no sólo en la zona de debate, sino también en las de aportación: véase el Editorial 261 del 10/4/2001: «El amigo de Woody»), puede regular su ritmo para evitar un «choque infosomático» que paralice a los participantes. Por la otra, dirige el proceso de crecimiento de la red, ya sea mediante una intervención directa en los debates que se suscitan en ella, o al elaborar periódicamente los resultados de su actividad, orientar sobre la creación de nuevas áreas de aportación a tenor de lo que demanden los usuarios, elabora estrategias de comunicación para diseminar la producción de información y conocimiento de la red, indicar a los gestores de conocimiento en red sobre las necesidades emergentes o las nuevas áreas de investigación que están proponiendo los participantes, etc.

Toda esta actividad, que requiere una capacidad de negociación tan elevada como la que el propio ciberespacio nos propone por su particular configuración, sería simplemente una labor de mediación –interesante e importante, sin duda, pero insuficiente para hacer crecer la actividad de los usuarios– si no estuviera respaldada por otros perfiles profesionales que completan la arquitectura humana y tecnológica de las redes. En primer lugar, los gestores de conocimiento en red, a quienes dedicaremos unas líneas la próxima semana.

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