Angeles de alas digitales

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
13 noviembre, 2018
Editorial: 254
Fecha de publicación original: 13 febrero, 2001

Siervo es el forzado, servidor el de grado

Éramos pocos y parió Internet. Literalmente. El maridaje cruzado entre el crecimiento exponencial del poder de computación, la creciente capacidad de transmisión de las redes, la mayor precisión de los sistemas de inteligencia artificial y de los sistemas micro-electromecánicos, está a punto de parir una nueva generación de criaturas: los robots domésticos (y/o personales). Vendrán en todos los colores, tamaños y formas y estarán dispuestos a cumplir un amplio abanico de funciones y servicios. Al principio, como los que están llegando ahora al mercado, lo más seguro es que no nos dejen con la boca abierta: barrerán, cortarán el césped, sacarán el polvo, limpiarán el fondo de la piscina o charlarán un rato con «el amo». Pero, en un abrir y cerrar de ojos, las cosas se irán complicando hasta el punto en que llegará un momento en que no quedará muy claro quien es la nueva criatura, si el robot o nosotros.

En los últimos 5 años, el campo de la robótica doméstica ha dado un salto espectacular. No tanto por los cachivaches que han salido del laboratorio, sino por el cambio económico y tecnológico que ha experimentado el sector. En 10 años, el precio de un robot se ha reducido a menos de la mitad, mientras que su capacidad de procesamiento se ha multiplicado por 10. Algo parecido ha sucedido con los sistemas de inteligencia artificial para navegar en entornos complejos y con la miniaturización de sensores, giróscopos y acelerómetros. Si todo esto se le arropa con el abrigo de las redes telemáticas y el cruce de otras áreas de investigación, como la lingüística o la inteligencia emocional, el producto final puede ser el perro AIBO, una mascota más bien un poco lerda, de la que ya se han vendido más de 100.000 ejemplares, pero que, como no dejan de recordar sus fabricantes, «se trata tan sólo de la primera generación».

La segunda y posteriores generaciones no serán tan pedestres. Y se acercarán bastante a algunos retratos-robot –valga la redundancia– de las máquinas que uno se encuentra en la ciencia ficción, incluidos los humanoides. Luc Steels, director del Laboratorio de Inteligencia Artificial de la Universidad Libre de Bruselas, conduce una de las investigaciones más interesantes al respecto, cuya primera fase, el proyecto Talking Heads, se ha centrado en el proceso de creación de lenguaje. A partir de una serie de agentes inteligentes armados con cámaras de vídeo, más de 10.000 personas jugaron en la Red a desarrollar un lenguaje en combinación con estos robots, los cuales no estaban programados para «hablar», sino para consensuar una lengua que les permitiera comunicarse con los otros robots del experimento.

En un momento dado, había más de 3.000 de estos agentes viajando por la Red entre Londres, París, Bruselas, Amsterdam o Tokio, negociando un idioma común que les permitiera entablar algún tipo de conversación.

De esta manera se crearon lenguas y dialectos locales, los robots enseñaban a otros congéneres lo que habían aprendido y colectivizaban su conocimiento lingüístico. Todo el proceso estaba guiado por la fuerza de la estadística, las palabras más utilizadas eran las que tenían más posibilidades de convertirse en monedas de curso corriente, como en la vida misma. Pero lo más interesante y que, sin duda, se convertirá en el factor clave de esta nueva generación de robots, es que lo que viajaba por la Red era sólo su cerebro, no el robot. Por tanto, este «cerebro» (el paquete de informaciones y conocimientos acumulados hasta ese momento), cuando llegaba a destino, fuera París o Tokio, ocupaba el «cuerpo» del robot que se encontraba allí y comenzaba a funcionar. Era una forma de teletransportación tan eficaz como la utilizada en la popular serie «Viaje a las Estrellas» (Star Trek).

Este aspecto se ha convertido en un activo estratégico en las aplicaciones de los robots domésticos. Las empresas de robótica, que como sucedió en los años 80 ahora comienzan a proliferar como setas y también las hay de todo tipo y tamaño, están preparando diferentes líneas de robots con propiedades teletransportadoras. De esta manera, todo el aprendizaje del robot propio puede viajar ya sea acompañando al propietario o simplemente para explorar otros cerebros, otros cuerpos o para transmitir lo que sabe a gente con robots en otras partes del mundo. Aunque, por ahora estas aplicaciones están pensadas fundamentalmente para el mundo del ocio y el entretenimiento, no es desdeñable la investigación orientada hacia otros sectores, en particular la educación y la medicina.

Un cirujano, por ejemplo, puede disponer de una batería de pequeños robots que le asisten en operaciones quirúrgicas y que, con el tiempo, van aprendiendo a moverse en el complejo entorno del quirófano y del cuerpo humano. Puede ser que robots similares en otras partes del mundo no hayan tenido la oportunidad de adquirir una pericia semejante. Pues se les envía por la Red los «cerebros» más expertos, ocupan las carcasas disponibles en otra parte del mundo, y a operar. O puede ser que llegue con las instrucciones para ensamblar robots diferentes para cumplir distintas funciones, como ya se está ensayando en laboratorios de Japón. Lo único que se necesita es un robot receptor con el cuerpo adecuado y un montón de piezas para que juegue con ellas. Luc Steels asegura que, casi sin darnos cuenta, cada vez estamos más cerca de engendrar al Robot Hominidus Inteligente. Y que estos «ángeles con alas digitales» que vuelan por la Red son como un antecedente del aliento original de esta nueva raza.

Según un informe de la Comisión Económica para Europa de las Naciones Unidas (UNECE), el mercado global de robots domésticos superará las 300.000 unidades en el 2003, lo cual representa un salto considerable desde las 3.000 unidades vendidas en 1999. El informe no dice nada sobre el grado de inteligencia de estos robots, pero apunta a un amplio catálogo de servicios que cubre desde rutinas como limpiar piscinas, cortar el césped, pasar la aspiradora o efectuar reparaciones en el hogar, hasta el cuidado de personas discapacitadas o tareas de vigilancia. Los cambios en la composición demográfica de las sociedades, tanto en las más avanzadas como en la de los países en desarrollo, con una polarización en los dos extremos de la escala de edades de la población, están convirtiendo a estos robots «asistenciales» en los destinatarios de una buena parte de los fondos destinados a la investigación de la robótica doméstica, en la que Japón y Estados Unidos llevan una considerable delantera.

Este inminente asalto de la robótica doméstica cuenta con una cabeza de playa privilegiada. En estos últimos años, nos hemos ido rodeando de los hitos necesarios, imprescindibles, para confeccionarles a estas criaturas un paisaje a su medida. Los ordenadores portátiles o domésticos, la penetración espectacular de la telefonía móvil, la ubicuidad de las redes de comunicación, los avances en domótica, la creciente interconexión de los electrodomésticos… todo esto, y más, está preparando el camino que conduce directamente hasta la puerta de nuestra casa donde un día, más temprano de lo que nos imaginamos, un robot llamará al timbre y vendrá para quedarse.

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