La Biblioteca del Señor

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
3 enero, 2017
Editorial: 62
Fecha de publicación original: 11 marzo, 1997

Fecha de publicación: 11/3/1997. Editorial 62.

Perdiendo aprendí: más vale lo que aprendí que lo que perdí

«Yo, ahora, sólo compro libros a través de Internet, ya no voy más a las librerías», me dijo el otro día un amigo e inveterado lector. Hace cinco meses me pidió una típica «conferencia de bar». Me costó unos cuantos orujos y un buen dolor de cabeza disuadirle de que Internet no tenía nada que ver con la apabullante visión finisecular que transportaba en algún lugar del cerebelo. «A ver, ¿adónde te irías ahora si quieres comprar alguna obra del Príncipe Kropotkin?», le pregunté arteramente pues sé de qué pie cojea. «Me recorrería las librerías de viejo», me respondió. «¿Y cuánto tiempo tendrías que esperar a que te consiguieran el ejemplar que quieres o el de cualquiera de los miles de autores que son fagocitados por la voracidad publicadora de la industria editorial y desaparecen de las estanterías antes de que sepas de su existencia?». No hubo respuesta. «Pues vamos un rato a Internet, porque allí están todos y en 48 horas los puedes tener en tu casa». «Pero pagando, ¿no?», concluyó admitiendo lo inevitable: no le iba a quedar más remedio que meterse en la biblioteca más vasta jamás construida por el ser humano. Ni la de Alejandría ni la del Congreso de EEUU. Y eso que aun no cuenta con los fondos de muchos países, como por ejemplo, por citar a un par, India o China. Pero vendrán, a su debido tiempo finalmente se unirán a esta colosal librería.

La industria editorial es posiblemente el primer sector productivo que está viendo como emerge ante sus ojos su imagen especular en el ciberespacio. Es cierto que el libro se prestaba que ni pintado como conejillo de indias de este experimento. Pero su proyección en Internet desborda el marco de la palabra escrita o del hipertexto. Lo que está surgiendo es un arsenal de capacidades nuevas para lidiar con el conocimiento y, sobre todo, para adquirirlo con nuevos puntos de referencia que rebosan los diques culturales que hemos edificado, tan eficientemente, durante siglos. La biblioteca digital (¿habría que escribirla ya en mayúsculas?), tan denostada por los amantes del papel o del gozo innegable del recorrido por las librerías de siempre, derrumba los muros del acceso a la producción escrita. Desde cualquier rincón del mundo, sin distinción de sexo, edades, posición social o cultural, basta la conexión a la Red para traspasar las barreras tan pacientemente edificadas por el rigor económico. Los grandes centros que caracterizaron al mundo colonial, concentrando la producción científica, literaria, ensayística o del género que sea en las metrópolis, quedan ahora al alcance del dedo que golpee la tecla adecuada.

Yo me pasé tres años estudiando en la British Library, cerca del reverenciado asiento de Karl Marx (lo tenía en «propiedad» un trotskistas inglés que no se lo prestaba a nadie. No atendía a ninguna clase de argumentos, como verifiqué un día que un egipcio le rogó de todas las maneras posibles que le dejara estudiar allí sólo una mañana. No sé qué tipo de experiencia espiritual esperaba vivir). A mi alrededor había, entre una fauna variopinta, gente de varios países de a, el Caribe o Asia que había hecho sacrificios enormes para consultar, ¡por fin! los arcanos del saber que les iba a convertir en personas diferentes cuando regresaran al hogar (si regresaban). Allí descubrí ejemplares extraordinarios. Un vecino de pupitre estudió durante tres meses un diminuto incunable de llamativo título: La esencia del amor. Otro hacía una tesis sobre la agricultura de su región (India) con mapas que sólo existían en la mítica biblioteca del Museo Británico. El libro sobre el amor, escrito en el siglo XVIII, lo descubrí el otro día en la Red. Los mapas no tardarán en llegar al ciberespacio. Allí se conservan mejor y no hay riesgo de que su soporte apergaminado se disuelva en las manos.

La biblioteca digital nos obligará a desarrollar nuevas capacidades para movernos por entre sus pobladas estanterías. Como explica muy bien Umberto Eco, en el número de marzo de Wired: «Puedo entrar en una librería y comprender su composición en un instante. Le echo un vistazo al lomo de un libro y sé más o menos de qué va gracias a unas cuantas señales reconocibles. Si leo Harvard University Press ya sé que no será una novela barata. Cuando accedo a la Red ya no tengo esta experiencia». No en estos momentos y no él. Pero la velocidad a la que se edifica la biblioteca digital, junto con el «espíritu Internet», esa forma tan peculiar de compartir y distribuir conocimientos, esa experiencia se convertirá dentro de poco en un juego de niños. En España, por ejemplo, Biblionet acaba de comenzar a catalogar todos los libros escolares. Escuelas y colegios pueden acceder ahora a libros fichados por expertos y puestos al alcance de profesores y alumnos de una manera sencilla y rápida. Y no sólo a las obras que han constituido el acerbo tradicional de estos centros, sino a un vastísimo catálogo al estar todo el sistema interconectado, a su vez, a las otras bibliotecas que proliferan por la Red. Allí donde antes reinaba el maestro y después el acceso selectivo a la biblioteca física (la Biblioteca del Señor, como la califica Eco) –un modo jerárquico de acceder al conocimiento–, ahora se impone el modo descentralizado y electrónicamente distribuido de llegar hasta el inmenso reservorio de conocimiento construido por el género humano.

La biblioteca digital plantea desde luego nuevos problemas, dificultades que son propias del ciberespacio. Para empezar, ante una riqueza escrita de esta naturaleza, ¿quién será finalmente el profesor que eduque al niño, quién oficiará de guía del adulto? ¿Cuál será el resultado de un proceso de formación que no tendrá fin o un fin determinado? ¿Cuáles serán los rasgos sobresalientes de una educación en un ámbito difuso, superpoblado e interactivo? Estas son algunas de las preguntas que en.red.ando tratará de responder en próximas entregas, para lo cual espero contar con la colaboración de algunos de los autores materiales de la biblioteca digital.

Algunas direcciones de interés: Libro Web, Amazon Books, WWW Virtual Library.

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