Un empleo o un proyecto

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
17 julio, 2018
Editorial: 219
Fecha de publicación original: 13 junio, 2000

Los trabajos vienen al trote y se van al paso

Mientras, por la superficie más visible, unas cuantas empresas transmiten el mensaje de que sin muchos miles de millones en el bolsillo no hay portal que valga y, por tanto, estás de sobra en Internet, por abajo, la economía de la Red hace «chup, chup» en un caldero cada vez más caliente. Crecen todos los parámetros que apuntan a una modificación de las estructuras clásicas, tanto del empleo, como de la formación y de la propia composición interna de las empresas. El motor, en la denominación antigua, son las tecnologías de la información. En realidad, es Internet y las tecnologías informacionales, aquellas que posibilitan el proceso de comunicación que transforma la información y negocia con el conocimiento, las que están llevando el peso de esta coyuntura económica.

En España, una cuarta parte de la oferta de empleo cualificado procede de empresas de información y comunicación, según el informe elaborado por Infoempleo de Círculo de Progreso basado en más de 185.000 ofertas de trabajo. Este es un cambio cuantitativo y cualitativo apreciable con respecto a las tendencias de los últimos años. La velocidad de estos cambios en el mercado laboral y su carácter invasivo en prácticamente todo el espectro industrial es el rasgo dominante en estos momentos. La presencia de empresas dedicadas a la información y la comunicación ha generado procesos nuevos que por repentinos y masivos casi no da tiempo a incorporarlos en los estudios más actuales sobre la evolución de la economía.

En el campo de la comunicación, por ejemplo, el mercado laboral ha gozado de una estructura estable (y bastante precaria) durante los últimos 20 años. La creación de medios de comunicación –a pesar del tirón de las TV privadas y las autonómicas– ha ido por debajo de la oferta que salía a borbotones de las facultades de ciencias de la comunicación, periodismo o similares. Los resultados de este desencuentro entre la oferta y la demanda son fáciles de deducir. Los medios han podido manejar su fuerza laboral con relativa tranquilidad, mientras que, al mismo tiempo, han gozado del uso –y frecuentemente del abuso– de la reserva laboral acumulada en los últimos años de varias carreras universitarias.

Esta situación está variando en términos dramáticos, pero sin afectar mayormente, todavía, a los medios de comunicación tradicionales. Si se toman en cuenta los últimos 40 años, en España se creó alrededor de medio centenar de redacciones con más de cien de periodistas y redactores. Como era natural, la aparición de un nuevo medio de comunicación de estas proporciones ya de por sí constituía una noticia. A ello contribuía, entre otras cosas, el hecho de que algo así no sucedía con mucha frecuencia. En Cataluña, por ejemplo, tenemos cuatro medios de papel, un par de redacciones de TV y poco más con una población de profesionales como la mencionada. La situación no es muy diferente por el resto del Estado.

Sin embargo, en los dos últimos años se han levantado casi de un día para el otro una cifra equivalente de redacciones de esta envergadura, unas veces «escondidas» tras los nombres de los grandes portales, otras de empresas de negocio multimedia creadas al amparo de corporaciones de muy diverso oficio o de una nutrida diversidad de funciones relacionadas con la información y la comunicación. Cada una de ellas, en otras circunstancias habría sido botada con champán y una madrina de solera en el mundo de la «jet-set». Ahora no. Ahora, de hecho, aparecen y desaparecen con una facilidad extraordinaria. Todo proyecto de portal se fundamenta sobre una redacción de más de 100 personas, que hoy está aquí, mañana allí y al día siguiente ya pertenece a la empresa que le ha propinado el penúltimo bocado.

Mientras en el sector tradicional de la comunicación, sobre todo el que hunde sus raíces en las facultades de periodismo y en los medios de prensa, radio y TV, vive una especie de crisis existencial sobre el destino de la profesión, las empresas que buscan a profesionales de la comunicación surgen como setas (y posiblemente desaparecerán como tales cuando llegue la estación seca). Esto está invirtiendo las relaciones en el mercado laboral y alumbrando una cultura muy diferente de la que imperaba hasta ahora. Por ejemplo, ahora, el que quiebra, por decirlo de alguna manera, es el empresario, pero los trabajadores, el activo más importante en la Sociedad de la Información, pueden escoger de inmediato otro lugar con un currículum enriquecido, denso y contaminado por cuantas más empresas, iniciativas y proyectos, mejor. De ese caos están emergiendo los perfiles con una mayor capacidad de adaptación a la nueva situación.

En realidad, la viabilidad de los proyectos empresariales dependen en gran medida de estos profesionales, que son quienes deben impulsarlos como si fueran propios. No hay otra fórmula para funcionar en una economía donde la información y el conocimiento son los bienes básicos. Esta es la diferencia precisamente entre las tecnologías de la información y las informacionales. Con las primeras se hace lo que se debe, con las segundas se hace lo que se sabe. Por eso, hoy, en la entrevistas para un puesto de trabajo, el empresario es el que corre con la carga de la prueba: a él le corresponde demostrar que su empresa merece la pena, que está involucrada en proyectos atractivos y que la atmósfera de trabajo se acerca a ese ideal intangible de la inteligencia compartida en un contexto de trabajo colectivo. En una palabra: o seduce al trabajador, o está perdido. O lo integra como arte y parte del proyecto, o éste tiene menos futuro que un portal de abrigos en Río de Janeiro.

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