Tambores en el bosque

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
26 septiembre, 2016
Editorial: 34
Fecha de publicación original: 27 agosto, 1996

Fecha de publicación: 27/08/1996. Editorial 034.

No por mucho madrugar amanece más temprano

San Francisco.—

La semana pasada, la primera página de casi todos los medios de comunicación de EEUU saludaban con grandes titulares la aparición de la versión 3.0. La CNN abrió su boletín informativo con el acontecimiento y dio el pistoletazo de salida a lo que muchos ya califican como (¡otra más no, por favor!) la «guerra de Internet»: Netscape contra Microsoft, Navigator contra Explorer, o la gran escaramuza de las versiones 3.0. El tumultuoso saludo que han recibido los dos navegadores más utilizados en la WWW, la naturalidad con que han sido tratados como la noticia más importante del día, habla bien a las claras de que Internet ha obtenido con creces su carta de ciudadanía. Se acabo la discusión sobre si la Red era un simple pasatiempo o una moda pasajera. Ahora, The Man –como sarcásticamente apodan a Bill Gates las voces de los bajos fondos digitales– ha saltado al ruedo con su rutilante traje de luces y está dispuesto a lidiar a todos los toros de la dehesa, si están bien afeitados y con «la pata quebrá», mejor. Hablando de toros, mientras todo esto sucedía yo contemplaba la corrida desde la barrera, literalmente. Una barrera imponente de secuoyas en el Norte de California, el Redwood Forest, para ser más preciso.

Sinceramente, los secuoyas hacen tal ruido mientras crecen que apenas podía escuchar la algarabía de los Gates, Anderson&Co. Tan sólo se colaba un suave rumor que procedía de la bahía de San Francisco y que incluso afectaba a los habitantes (humanos) del Redwood Forest: America Online, que también anda en el baile de lanzar la nueva versión de su propio navegador, acaba de crear «Digital City-San Francisco» (también se ganó la primera página de los periódicos locales), con alcalde incluido, un tal Bill Gorman de quien, con toda seguridad, escucharemos mucho más en el futuro. «Digital-SF» abrirá sus puertas al principio sólo para los suscriptores de AOL y este otoño estará en la web.

AOL, que se está gastando unos cuantos millones de dólares en comercializar la iniciativa, asegura que ha llegado al punto de dar el «tercer salto» (nótese la terminología maoísta): Primero, nacional; después, internacional y, finalmente, ahora, local. Tan sólo en la bahía de San Francisco AOL tiene tantos suscriptores como usuarios de Internet hay aproximadamente en España: más de 300.000. Gorman asegura que esa es la masa crítica necesaria para crear una comunidad digital y que –dicho con espíritu de guardia roja– ese será el camino ahora en Internet: la creación de comunidades virtuales por todo(s) el(los) continente(s).

Un aspecto interesante de esta movida es que Netscape, Microsoft y AOL están vendiendo sus ideas con el señuelo de que los usuarios de sus respectivos productos tendrán acceso gratis a «consagrados servicios de información», como The New York Times, The Wall Street Journal o… el East Bay Express (el San José Mercury acaba de abandonar el barco de AOL y se ha quedado en las playas de la web). O sea, periódicos, la parte más insignificante de la oferta del ciberespacio. No se construyen comunidades a partir de medios de comunicación, son la comunidades los que los crean. Maria Wilhelm, presidente de The Well, una de las primeras comunidades virtuales de Internet (cuya visita recomiendo a todos los internautas) que nació bajo la sombra del Golden Gate Bridge, dijo sobre la iniciativa de AOL: «No puedes abrir la puerta y declarar ya somos una comunidad, vengan y únanse a nosotros. Las comunidades humanas no se crean por decreto, sino que se desarrollan y maduran al calor de las actividades de sus miembros y de las instituciones que ellos crean, todo ello pasado por el gran colador del tiempo necesario para consolidar sus interrelaciones». Esto no se consigue a golpe de dólares ni con ofertas de vendedores callejeros.

Hay un sentido de la libertad entre los miembros de una comunidad digital que una corporación no puede garantizar mediante el simple expediente de un código de buenas intenciones. Y eso es, en el fondo, lo único que nos ofrecen Netscape, Explorer y AOL tras la barrera de sus relucientes colmillos de tiburón. Por más que lo intenten, el mercado de los navegadores y la creación de comunidades digitales irán por caminos divergentes porque sus presupuestos elementales son radicalmente diferentes. El dólar y la libertad no son sinónimos, como la propia Wilhelm declardeclaráesta semana cuando se le preguntó que le parecía la «nueva guerra de Internet».

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