Tam-Bit

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
12 septiembre, 2017
Editorial: 131
Fecha de publicación original: 1 septiembre, 1998

El hombre paciente está dispuesto a quitar, uno a uno, los pelos del huevo de la gallina
(proverbio Bambaras)

Manhiça (Mozambique).– Satélites, sistemas de posicionamiento global (GPS) y de información geográfica, fotografías aéreas, programas avanzados de cartografía y digitalización de mapas, bases de datos, sistemas integrados de identificación territorial y personal, un centro de datos con más de una docena de ordenadores en red, Internet, un moderno laboratorio y un equipo humano de recolectores y procesadores de información sobre el terreno, conforman el núcleo de una representación avanzada de la Sociedad de la Información en el entorno más improbable que se pueda imaginar: Manhiça, una pequeña población a 80 kilómetros de Maputo, la capital de Mozambique, uno de los países más pobres del mundo.

Este entramado de recursos humanos y tecnológicos sostiene el armazón de las actividades del Centro de Investigación de Salud de Manhiça (CISM), donde se investiga, se proporciona formación al personal sanitario y se asiste a la población sobre problemas locales de carácter prioritario relacionados con la salud, desde las infecciones más pedestres –que en estas circunstancias socio-económicas adquieren la categoría de graves por la escasez de recursos– hasta las grandes endemias, como la malaria.

Desarrollar estas tres actividades –investigación, formación y asistencia– con una vocación universal y, al mismo tiempo, un alto grado de precisión en cuanto a sus contenidos, sería imposible sin el apoyo de las tecnologías de la información en un medio donde lo verdaderamente endémico es la economía de supervivencia, la desconfianza ancestral en los poderes de una medicina basada en las medidas profilácticas más elementales y la enorme dificultad para establecer canales eficaces de comunicación entre la población dispersa por las zonas rurales y los centros dispensadores de asistencia sanitaria.

Si algo demuestran de manera concluyente las investigaciones de los últimos años en África en el campo de la salud son las enormes lagunas existentes entre lo que se supone que sucede y lo que realmente sucede, sobre todo por la falta de información fiable «a pie de choza». Estas deficiencias suelen cubrirse con grandes proyecciones estadísticas, cuyas cifras nadie sabe de donde salen pero que se aceptan de manera acrítica porque vienen abrillantadas por algunas siglas eminentes, como la OMS, la UNICEF o agencias de semejante calibre.

El CISM es uno de los primeros centros africanos, si no el primero, que ha atacado este problema mediante la utilización intensiva de las tecnologías de la información, entendidas éstas no como un mero conjunto de cacharros y programas informáticos, sino como un complejo entramado de redes humanas y telemáticas que absorben y procesan información con fines específicos, como puede ser el desarrollo de ensayos clínicos de vacunas o el seguimiento de determinadas patologías a lo largo del tiempo y en grupos estables de población, algo bastante complicado dadas las turbulentas condiciones socio-económicas.

El primer escalón de este sistema de información son los trabajadores de campo. Ellos son los encargados de recoger la información básica, fijar las viviendas mediante GPS para después trasladar este posicionamiento a mapas digitalizados que incorporarán todos los datos correspondientes a las unidades familiares, censar a la población y distribuir carnets de salud, recoger los primeros datos demográficos, así como los de morbilidad y mortalidad.

Este batallón de infantería es el encargado de transformar el ancestral sistema de comunicación del Tam-Tam, del boca-a-boca, en una nueva modalidad de transmisión de información y conocimiento: el Tam-Bit. Los resultados del seguimiento exhaustivo que ellos realizan de unas 35.000 personas que viven desparramadas en un área de 10 kilómetros cuadrados, finalmente desembocan en el centro de datos del CISM para ser procesados. Y la imagen emergente de este trabajo pionero está comenzando a variar la percepción y el conocimiento de algunas de las enfermedades endémicas de la población africana, ya sea por la aparición de factores no tomados en cuenta hasta ahora que contribuyen a su propagación o tasa de mortalidad, o por una mejor evaluación de su impacto económico real, lo cual variará sin duda las estrategias para combatir estas patologías.

En el caso de la malaria, por ejemplo, se ha avanzado hacia una descripción de la enfermedad con un grado de precisión como no se había hecho hasta ahora, lo cual incluye, entre otras cosas, la posible intervención de otros cofactores en la infección, como los bacterianos, o el costo económico de este terrible flagelo para cada persona, cada unidad familiar y el propio gobierno. Por primera vez, se podrán abordar medidas profilácticas basadas en la situación real de sus destinatarios y no en las elucubraciones diseñadas en algún despacho a miles de kilómetros. Por otra parte, el Tam-Bit funciona como un sistema de alerta temprana. Lo que en otras circunstancias sería considerado como brotes aislados de ciertas patologías, el complejo sistema de información del CISM puede ofrecer rápidamente el perfil de los primeros espasmos de una epidemia y ayudar a diseñar una estrategia para afrontarla.

Tras dos guerras catastróficas –la de independencia de Portugal y la civil que finalizó hace apenas cuatro años– Mozambique comienza a vivir los primeros síntomas de una cierta reactivación económica, lo cual es particularmente apreciable en Maputo. Pero el escenario de fondo es la profunda sima que la pobreza ha abierto en este bellísimo país. La economía de subsistencia sigue siendo el principal sostén de millones de personas que dependen de sus manos, de su fuerza física y de redes intangibles de solidaridad para sobrevivir. En las zonas rurales, manos, fuerza física y solidaridad pertenecen a las mujeres, que son quienes soportan todo el peso de la economía doméstica, casi desde la cuna hasta la tumba.

El día que salimos junto con los técnicos del CISM a recorrer su zona habitual de trabajo, el verdadero mapa de Mozambique apareció ante nuestros ojos a los primeros pasos de un sendero que no distaba más de 300 metros del centro urbano de Manhiça. El camino se convirtió rápidamente en un laberinto salpicado por chozas aisladas donde sólo había mujeres y niños. Los enfermos, tendidos en la puerta de la vivienda, sólo aguardaban el hachazo final de la muerte o una cura milagrosa. Las ancianas, que habían sobrevivido milagrosamente a las guerras, la pobreza y las enfermedades, recibían cada día un magro guiso de espinacas proporcionado por algún vecino. Solas, aisladas, atacadas por la sarna y otros parásitos que les comían la piel en vida, no querían ni oír hablar de ir al hospital. Todas ellas estaban convencidas de que allí las matarían por inútiles. Ahora, al menos, como muchos de sus vecinos, desde recién nacidos a adultos, reciben algún tipo de tratamiento allí en el suelo por parte del personal del CISM. Un triste paliativo en el medio de la miseria más absoluta. Y una muestra descarnada de nuestro enfoque (más bien, pervertido desenfoque) de los problemas de salud.

El 95% del gasto mundial en investigación y desarrollo en el campo de la salud está concentrado en resolver las disfunciones (reales o inventadas) que afectan a los habitantes de los países ricos y el 5% se destina a estudiar los flagelos que diezman a los países pobres. Por eso es tan importante la contribución de centros como el de Manhiça, donde se aúna la investigación en cuanto una herramienta para el desarrollo, la formación de personal local y la asistencia sanitaria.

El CISM es una iniciativa promovida por la Fundació Clínic de Barcelona (perteneciente al Hospital Clínic), con la participación del Instituto Nacional de Salud de Mozambique y la financiación de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI). El epidemiólogo español Pedro Alonso es el director científico del centro, donde trabajan más de 60 personas entre investigadores y técnicos españoles y mozambiqueños.

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