Sopa de siglas

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
18 abril, 2017
Editorial: 90
Fecha de publicación original: 21 octubre, 1997

Lo que no acontece en un año, acontece en una hora

En menos de un año, nuestro vocabulario de siglas se ha enriquecido a una velocidad digna de la era digital. Nosotros, que habíamos crecido con Telefónica y sabíamos que por ahí al lado estaban la FT (France Telecom), la DT (Deutsche Telecom), la BT (British Telecom) y alguna que otra sigla más. De allende los mares llegaban los ecos de la gigantesca ATT, se sabía que unas Baby Bells rondaban por el patio y los más enterados podían asegurar que la NTT era japonesa, aunque nunca habían entrado en contacto directo con ella. Y paremos de contar. De sopetón, este apretado diccionario se ha expandido a golpe de fusiones, OPAs amistosas y hostiles y grandiosos planes estratégicos para dominar el mundo de la mano de las megaoperadoras de telecomunicaciones. Lo curioso, el dato nuevo, es que algunas de ellas se acaban de ganar el apelativo de «mega» como quien dice en los últimos días, incluso lo han adquirido precisamente en el momento en que han irrumpido públicamente para comunicarnos a nosotros y a la víctima: a éste me lo como yo con tantos miles de millones de dólares. Es el caso de WorldCom en su intento de comprar MCI tras merendarse a Compuserve, aunque ahora ha aparecido GTE con una oferta mejor que salvaguarda el acuerdo de aquella con BT y deja malparada a ATT, ¿me siguen? En total, estas siglas se han cruzado en un par de semanas unos 73.000 millones de dólares en ofertas para zamparse unas a otras. Entre todas ellas mueven al año un volumen de negocios que supera los 300.000 millones de dólares.

Este baile no ha terminado, todo lo contrario, apenas han comenzado a sonar los primeros compases porque la Cenicienta que todos buscan es este medio electrónico que te lleva, entre otras cosas, en.red.ando hasta tu pantalla. Pero no sólo: también te lleva la voz y la imagen, es decir, que si quieres me puedes solicitar por teléfono el editorial o echarme la bronca porque ya es martes y todavía no ha aparecido en la Red, todo ello a través de Internet. La telefonía por Internet, ahí está la madre del cordero. Este es el nudo gordiano de toda esta agitación que estamos viviendo, aunque la mayoría de los medios de comunicación del «otro lado» todavía no se hayan enterado. Es la primera vez que la industria de las telecomunicaciones experimenta un cambio que ocurre desde fuera de ella, en lugar de desde adentro. Internet comenzó a ser explotada por las operadoras por «encima» del sistema telefónico, y ahora resulta que ya está proporcionando este servicio. Una red no reglamentada está derribando a su predecesora altamente reglamentada. Esto es la primera vez que sucede y está brindando insospechadas oportunidades a pequeñas, pero muy dinámicas compañías, que con un par de compras ajustadas se pueden hacer con el servicio de telefonía a través de Internet y eso quiere decir machacar a muchas de las grandes ya establecidas gracias a sus vastas infraestructuras para transportar la voz.

¿Dónde está el secreto? En que las compañías telefónicas nunca se tomaron en serio a Internet y ahora pagan las consecuencias. En estos momentos, más de 16 millones de ordenadores proporcionan servicio a unos 60 millones de usuarios de Internet, una cifra todavía pequeña si se compara con los 741 millones de líneas telefónicas censadas a principios de 1997. Pero la tasa de crecimiento compuesta anual de Internet de ordenadores centrales fue del 103% entre 1987-1996, mientras que la de líneas telefónicas apenas llegó al 6%. La jovialidad de Internet, pues, está en disposición de ofrecer mercados muy jugosos frente a la fase de madurez que comienza a aquejar a las líneas telefónicas. Si a esto unimos las nuevas capacidades de que dispondrán las operadoras con las instalaciones de cable de fibra óptica y los sistemas de transmisión de datos a alta velocidad, como el modo de transferencia asíncrono (ATM), comenzamos a verle las orejas a la caperucita de las redes y porqué le están saliendo tantos lobos por el camino. El problema reside, como siempre en estos casos, en que las operadoras no controlan estas nuevas tecnologías y los servicios que ellas suponen. De ahí que algunas de las grandes y tradicionales siglas de repente se vean acosadas por siglas de reciente cuño que quieren, a su costa, ganarse leyendas de indomables: el joven pistolero siempre sabía que una buena fama sólo se labraba a costa de abatir al cow-boy más rápido de la región.

Las operadoras se han encontrado, en primer lugar, con que el sistema de encaminadores (routers) de Internet, en principio destinados a la transmisión de datos, pueden igualmente suministrar voz, fax y vídeo, una competencia inesperada por el flanco externo. En segundo lugar, las tarifas de la Red se basan en un tanto alzado independientemente del destino y el volumen de la transferencia de datos, mientras que las de telefonía dependen de la distancia, la duración y el volumen. O sea, una competencia fatal para la rígida estructuración tarifaria de las compañías telefónicas, sobre todo porque Internet funciona precisamente a través de la Red telefónica conmutada. Finalmente, las operadoras todavía están sujetas a los Estados que protegieron su régimen monopólico gracias al cual son hoy lo que son. Internet, por el contrario, prospera en un mundo sin fronteras. Resulta significativa, desde esta perspectiva, la declaración de Bernard Ebbers, el mandamás de WorldCom, cuando presentó su OPA hostil contra MCI (y, de paso, contra la alianza de ésta y la británica BT): «A fin de cuentas, ambas somos del mismo país y el entendimiento será más fácil». Por supuesto: en el mundo de las transnacionales, la nacionalidad de las corporaciones ha sido hasta ahora un dato fundamental en la política de alianzas, no digamos ya en el de las fusiones. Además, MCI es la única otra operadora en el mercado con un proyecto de creación de una red troncal global para Internet con el fin de desplazar el tráfico de datos de la red troncal de EEUU creada por la National Science Foundation (NSF) que comienza a saturar las redes telefónicas de aquel país (la otra es la alianza de operadoras que encabeza ATT).

Podríamos añadir más factores que distancian a Internet de las grandes operadoras, como que el caldo de cultivo de la Red ha sido la cultura joven, irrespetuosa (por llamarla de alguna manera), flexible y dinámica del sector informático, algo que se contrapone a la clásica política de inversiones de las telefónicas que requieren de estrategias claramente reglamentadas y, por ende, lentas, muy lentas frente a la turbulencia que caracteriza a Internet.

En este marco, además, aparecen otras contradicciones interesantes. Cuando se habla de los beneficios sociales que reporta Internet, siempre salta la cuestión de las diferencias entre los países ricos y los pobres. ¿Podrán éstos disfrutar de los beneficios de Internet o, por el contrario, la Red propiciará que la sima entre unos y otros sea insalvable y el mundo se divida definitivamente entre info-ricos e info-pobres? La respuesta no es fácil, pero, por ahora, está más cerca de la parte positiva (sí podrán disfrutar de los beneficios) que de la negativa. La expansión de Internet depende de la digitalización de las redes, lo cual concede una cierta ventaja a las naciones que comienzan ahora a construir sus infraestructuras y lastra a las que ya las tienen en una fase madura y deben reconvertirse a los sistemas digitales. Como digo, esto es así por ahora, aunque en este proceso hay que tomar en cuenta muchos otros factores. Por ejemplo, para mencionar uno nada despreciable, el grado de penetración de ordenadores personales y la habilidad de la población para utilizarlos. Otro factor, sin duda, será la estructura tarifaria del acceso a Internet en esos países.

Este panorama nos indica que, junto con las redes fijas y móvil existentes, Internet ya es una tercera red, complementaria, pero que lleva todas las trazas de adquirir una inusitada importancia en el mapa mundial de las comunicaciones. Mientras que la tasa compuesta anual de crecimiento de los abonados a la telefonía móvil fue del 52% entre 1991 y 1996, la de usuarios de Internet en el mismo período fue del 67% y la de ordenadores centrales de Internet del 85%. Según la UIT, de aquí al 2001, las cifras correspondientes serán del 24%, 38% y 46% (véase el cuadro adjunto).

El reto para las operadoras es obvio. El dulce pastel que se han venido comiendo desde principios de siglo comienza a agriarse. Ellas, cuyas siglas eran los inconfundibles mascarones de proa de la gran flota de las telecomunicaciones, se encuentran inesperadamente con que el océano más importante es otro y que allí surgen nuevas siglas, otras formas de hacer las cosas. A las nuevas compañías telefónicas que se preparan para ofrecer voz, datos e imágenes a través de la tercera red, se unen también los operadores de la televisión por cable –que, tras unos meses de fascinación por la TV digital, comienzan a incluir en su agenda la oferta de Internet a alta velocidad–, los operadores de satélites y los revendedores de servicios a través de lo que la UIT denomina «redes superpuestas». Demasiadas embarcaciones nuevas para los viejos lobos de la telefonía.

Si a esto le unimos el matrimonio anunciado de Internet y la televisión, la sopa de siglas está servida. Es el primer plato de un menú inédito que anuncia sin tapujos la llegada de una sociedad distinta. Otra cosa es cómo la construimos.

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