Se nos viene el Gran Norte

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
19 diciembre, 2017
Editorial: 160
Fecha de publicación original: 23 marzo, 1999

Extender la pierna hasta donde llega la sábana

Dice la leyenda que Lautaro espantó a los caballos de los conquistadores españoles haciendo que miles de mapuches marcaran un paso rítmico y enérgico para hacer temblar la tierra. Una vez que los acorazados guerreros dieron con sus huesos en el suelo, la batalla fue pan comido (dice la leyenda). En España y América Latina llevamos un tiempecito escuchando el zapateo de las empresas estadounidenses de Internet. Según todos los rumores, se nos vienen en picado en una verdadera operación de «fuerzas Delta». Despliegue rápido, cabeza de playa e invasión. Por ahora sólo han llegado algunas cuantas patrullas, como portales de cierto nombre y promotoras de servicios convertidos en «contenidos en castellano» por arte de la traducción. Lo cierto es que, aunque todavía reducido en términos de demografía ciberespacial, el ámbito del castellano posee el potencial del reducto lingüístico para convertirse en un apetitoso pastel. La cuestión, pues, es impostergable: ¿qué hacemos? ¿cómo estimulamos la creación de contenidos propios frente a los grandes nombres que se lanzan al copo de la Red? Estas fueron algunas de las preguntas que debíamos responder los participantes en la Segunda Jornada Nacional «Argentina en la Era de la Información – En Pro de los Contenidos en Español», celebrada la semana pasada en Buenos Aires y organizada por la Fundación AEI.

La jornada estuvo dividida en dos partes: por un lado, los proveedores de «hard» y «soft» y por la otra los creadores y/o promotores de contenidos en castellano. La división es más conceptual que real, porque todos estábamos bajo el mismo paraguas, a pesar del destino diferente de nuestros respectivos objetivos. Pero, en estos momentos de encrucijada, a veces no resulta fácil distinguir los intereses y estrategias de unos y otros. La venta de máquinas y de programas informáticos no van necesariamente de la mano de una política de promoción de contenidos en Internet, aunque ambos se necesiten. La presencia conjunta de dos sectores tan diferenciados en foros de este tipo se debe, en mi opinión, a que las tradicionales empresas del campo de los ordenadores y la informática son mucho más visibles (por tradición, cultura corporativa, poderío industrial y capacidad de marketing) que las nuevas dedicadas a insuflar contenidos a la Red.

Pero hacerlas emerger y colocarlas en el lugar que les corresponde es una de las tareas cruciales en estos momentos. Si se quiere crear una industria de contenidos en castellano, participar activamente de las las oportunidades que ofrece la globalización y formar parte de la Sociedad de la Información con voz propia, es necesario diseñar el entramado necesario para potenciar a los sectores más innovadores de la Red. A veces perdemos de vista que la revolución industrial no la hicieron la British Petroleum, ICI, Thompson o Krupp, sino decenas de miles de fábricas y el complejo trenzado de redes de distribución y puntos de ventas que dieron salida a los productos en los barrios de cientos de ciudades europeas. Algo parecido sucede ahora. Internet progresa sobre todo gracias a los contenidos que pululan por su red de varios millones de ordenadores. Y una vasta parte de estos contenidos proceden de millones de internautas, algunos incluso constituidos como empresas, cuya capacidad de innovación y creación es la que está alfombrando la Red con los servicios más atractivos.

En esta olla se está cocinando la futura clase empresarial de los contenidos. Estos internautas están aprendiendo los procesos básicos de la nueva industria, a pesar de no contar con una formación adecuada (porque no existe), ni con los apoyos institucionales o financieros que deberían acreditarse a un nuevo sector industrial. A pesar de lo cual, la mayoría de estos emprendedores ya funcionan con el «chip» cambiado. Aprenden a buscar materia prima, descubren minas de información, extraen el material y saben cómo procesarlo, empaquetarlo y diseñar flujos de comunicación para distribuirlo. Además, operan con total naturalidad en la economía del trueque, el principal soporte del desarrollo de la Red en esta fase. Sin embargo, esta manera de operar, y las dificultades objetivas –trabas burocráticas, fiscales, espaciales, urbanas, mercantiles, financieras– que encuentran en todos los países de lengua castellana para convertir su actividad en parte de un proceso industrial de mayor envergadura, la proyección exterior de esta fuerza innovadora es más bien discreta. Vende más America Online –ya no digamos Microsoft– que Pepito Pérez, por más que las páginas de éste formen parte del proceso torrencial de generación de contenidos en castellano.

No obstante, cuando la Red se ve desde esta perspectiva, el paisaje suele cambiar considerablemente. En Argentina, por ejemplo, según las cifras conocidas, hay 300.000 internautas. Pero ¿de qué tipo son? ¿cuántos pertenecen a empresas donde lo que se les autoriza es a navegar un poco y usar el correo electrónico? ¿Qué proporción podría asignarse a la población que se dedica a crear contenidos en castellano, servicios nuevos, innovadores, superadores de la mera transposición de contenidos del mundo real al virtual, indagadores de lo propio y único de la Red, ya sea que lo hagan como empresa o como aficionado? Este dato es mucho más revelador del verdadero grado de penetración social de las redes que los simples volúmenes cuantitativos. Y desde este ángulo, adquiere más sentido el discurso de las operadoras y de las grandes empresas de «hard» y «soft». Si su política sirve como palanca para impulsar a este dinámico sector de internautas, entonces tiene sentido su preocupación por los contenidos en castellano. De lo contrario, nos encontramos ante otro episodio de una política industrial dirigida a barnizar con bellas palabras la sempiterna justificación de la rentabilidad y la ganancia.

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