Pitonisos digitales

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
16 mayo, 2017
Editorial: 98
Fecha de publicación original: 16 diciembre, 1997

Palabra y piedra suelta, no tienen vuelta

Los griegos no saben lo que se perdieron por llegar demasiado pronto al mundo que iba a parir las redes. Ellos, tan dados a los augures y pitonisas, que pusieron a punto la mejor tecnología de la época para desentrañar los pensamientos del Sr. Futuro, hoy se habrían hinchado a ganar dinero con Internet. Como se sabe, lo primero que se dicen dos expertos internautas es: «Yo creo que lo que va a pasar con la Red es….» y a continuación viene un eximio ejercicio de futurología plagado de tanto acierto como el de la elección del número de la lotería del siguiente sorteo. Por eso los griegos serían hoy los amos de las consultorías y asesorías. Estarían en la cima del negocio, porque si hay algo importante, realmente importante, sobre Internet no es lo que se está haciendo, sino lo que se va a hacer. La Red es una de esas cosas tan peculiares por las que asumimos responsabilidades diferidas, algo parecido a lo que sucede con el cambio climático: nos preocupa más el eventual desastre del mar subiendo unos centímetros en el 2074 que los miles de ahogados por las últimas inundaciones de Bangladesh. Predecir es algo más que un deporte: es situarse en el eje de la Tierra y determinar hacia dónde va a girar la gran bola a partir de ese momento (o en unos días). No en vano, se consideraba que el oráculo de Apolo, en Delfos, era el centro del mundo y, para que no cupiera duda, estaba marcado el lugar exacto con una piedra.

Bien, los tiempos han cambiado, Delfos sufrió el pillaje de diferentes invasores y el templo ha buscado un nuevo centro del planeta. Ahora está en Pedralbes (Barcelona) y aloja a Esade, donde el amigo Alfons Cornella oficia de sumo sacerdote y un puñado de sus amigos ejercemos de augures. Mañana, día 17, tendrá lugar, por segunda vez, la sagrada ceremonia anual de auscultar las entrañas de los bits y predecir el futuro… de Internet, por lo menos durante los próximos 12 meses.

La reunión del año pasado fue muy entretenida, pero, a un año vista, podemos respirar tranquilos por la caída del imperio de Alejandro Magno. Si el hijo de Filipo se hubiera guiado por algunas de las predicciones emitidas entonces, más de uno habría pagado con su cabeza el despiste inducido a los dioses. Por fortuna, estas cosas duran tan poco que ya estamos preparados para una segunda ronda. Y con el empuje de Alfons como viento de cola, no me cabe la menor duda de que su aquelarre de pitonisos digitales se convertirá en un accidente cronológico inescapable de cada mes de diciembre, como las Navidades.

Adelanto aquí el par de predicciones que expondré en el templo de Pedralbes (podría incluir unas cuantas más, pero se exige brevedad –¡ah, aquellos tiempos en que Casandra se podía dedicar profesionalmente a esto y emplear todo el tiempo del mundo!–). Además, no hay que agotar todas las balas en una sola guerra: todavía faltan dos semanas para final de año y tiempo habrá para profundizar en estas ideas y decir unas cuantas cosas más sobre lo que, como decía un amigo mío, «nos depravará el futuro».

La construcción del paisaje urbano digital será, a mi entender, uno de los acontecimientos de 1998. Las redes ciudadanas comienzan a salir de la cuna y a dar sus primeros pasos hacia la pubertad. Hasta ahora, nos hemos movido en un cierto vacío paisajístico, determinado en gran medida por la vocación global de las redes, así como por la «asincronicidad» de la llegada al ciberespacio de sus habitantes. Esta tendencia, desde luego, no decrecerá con el paso del tiempo, todo lo contrario. Pero, a su lado, comenzarán a madurar comunidades que se interrelacionarán no sólo por referencias culturales o intereses comunes, sino por su vocación de erigir en el ciberespacio el rico entramado urbano del lugar que ocupan en el mundo real. Este movimiento requiere, desde luego, un incremento considerable de la población internauta con una cierta capacidad de plantear demandas concretas en el ámbito de las redes y de generar el impulso creativo necesario para satisfacerlas. Estamos a las puertas de la llegada del «tercer enchufe» a los hogares, el cable de datos, y éste será, sin duda, un factor muy importante en el desencadenamiento de una oleada de construcciones digitales con vistas a la red ciudadana.

El segundo punto es la salida de Internet de su cascarón ciberespacial para ocupar el mundo real. Hasta ahora, esto ha sucedido casi como miscelánea: por ejemplo, los bares y cafés de Internet. Pero si la Red posee la entidad social, económica y política que muchos le concedemos, tiene que emerger de su cárcel de cable y pantallas para encarnarse físicamente en el mundo real, tanto como forma de organizar las cosas, como forma de trabajar o pasar el tiempo, e incluso como captura de espacios concretos para reconvertirlos en los productos de la Era de la Información. Pongo un ejemplo: las librerías. Las librerías son una creación típica de la revolución industrial. Desde entonces, apenas ha cambiado su «empaquetamiento» y forma de trabajo. Lo que hoy hacemos cuando visitamos una librería es lo mismo que hacía Dickens (por lo menos, escojamos compañías distinguidas en los ejemplos): o vamos a buscar un libro determinado, o paseamos la vista por los anaqueles para ver si descubrimos algún título atractivo, u hojeamos este o aquél ejemplar, o (si hay confianza y sabemos que se puede obtener una respuesta fiable) le preguntamos al librero por alguna novedad, y poca cosa más.

Ahora imagino (o predigo, que es lo mismo): En la era de la información, las librerías se convertirán en «casas del conocimiento». El espacio estará cableado y salpicado por pantallas (eso, en una primera fase). Las consultas serán específicas y en hipertexto: indago por pantalla qué hay sobre caballería andante. Recibo información al respecto sobre libros, autores, críticas, escucho párrafos recitados, se me dice si el libro que quiero ya está disponible o cuánto tardaré en recibirlo en mi casa, etc. Si veo un libro en los anaqueles que me interesa, consulto en la pantalla de al lado todo sobre el autor, el tema, los documentos utilizados, la bibliografía de referencia, etc. A lo mejor, esa información es lo que me quiero llevar. O a lo mejor me la quiero llevar junto con el libro. Algo parecido sucederá en las «disquerías», incluso no sería raro que ambos negocios converjan a través del conocimiento transmitido por la Red.

En pocas palabras, si Internet supone una revolución social, una forma diferente de representar el conocimiento, no puede quedarse confinada en los cables y emerger ocasionalmente en las pantallas. Ni tampoco puede limitarse a trasladar su iconografía al exterior, como sucede ahora con la ubicuidad de las URL en afiches de publicidad, camiones, banderas, agendas, campos de fútbol o autopistas. La red tiene que aflorar físicamente para copar y modificar aquellos espacios donde su impulso de organización cooperativa e interactiva muestre a las claras el contenido y sentido de la Sociedad de la Información.

Y, en otro orden de cosas, ya veremos qué pasa el año que viene.

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