Papá, pregúntame algo

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
4 septiembre, 2018
Editorial: 235
Fecha de publicación original: 3 octubre, 2000

En queriendo la dama y el pretendiente, aunque no quiera la demás gente

En el editorial anterior (véase «El supertutor Virtual», 26/09/2000) decía que «crear el currículum de Internet en la educación es una de las asignaturas pendientes». Pero también lo es decidir quiénes son los actores principales encargados de semejante tarea. Antes de responder a esta pregunta, debemos hacernos cargo de que las redes de ordenadores han colocado en el centro de nuestras preocupaciones cuestiones sociales de primer orden que, hasta ahora, no acertábamos a resolver de manera satisfactoria. Una de ellas, sin duda fundamental, es la necesidad de participar activamente en todo aquello que nos afecta directamente. Sin las redes, esta participación estaba determinada, en gran medida, por las restricciones a las que están sometidas las relaciones en el mundo real. La aparición de un mundo virtual –en realidad, de una lógica virtual– ha traído consigo la creación de nuevos espacios donde esa participación no sólo es posible, sino que se muestra como el hilo de oro que teje la propia red.

Ahora bien, participar en este nuevo contexto, donde uno se mueve en el territorio configurado constantemente por la información y el conocimiento aportado por miles y miles de personas, colectivos, empresas, instituciones, organismos y administraciones, adquiere rasgos muy específicos. En principio, la palabra de uno vale como la de los demás. Esto significa, para empezar, un ataque en toda regla a las estructuras jerárquicas que han imperado hasta ahora. El auge del denominado capital intelectual tiene que ver con esta puja por negociar el conocimiento de cada uno en un contexto colectivo, de inteligencia distribuida. En segundo lugar, para determinar el valor relativo de dicha palabra (su pertinencia respecto al contexto de cada cual) hay que adquirir una elevada capacidad de interrogación. Nos las estamos viendo con sistemas de información y conocimiento de nuevo cuño, ante los que sólo cabe superar la perplejidad que nos causan para poder desentrañarlos. Esto es así, ahora, fuera y dentro de las redes. Pero en cualquiera de estos ámbitos, lo nuevo –por decirlo así– es nuestra posibilidad de participar a partir de la capacidad de interrogar.

Y en tercer lugar, esta posibilidad de participar no depende simplemente de la voluntad o de un cierto grado de «conciencia social». Esta última la tenemos todos, como se demuestra cada vez que nos hacen algo «sin tomarnos en cuenta». En este sentido gozamos de una saludable hipersensibilidad, acuciada en gran medida por las redes. Pero no basta. Para explotar las posibilidades que ofrece la participación en red, es necesario diseñar sistemas de información y conocimiento donde aquella se pueda ejercer. No basta con la sola presencia de Internet. Los fabricantes de portales, por ejemplo, estudian a fondo el diseño de sistemas de información donde sólo tenemos que hacer lo que ellos nos dicen. Ellos trabajan con sistemas de información refractarios, donde, como en la televisión, sólo hace falta consumir con el mando a distancia lo que ellos incluyen en el menú. De la misma manera, para explotar las oportunidades que ofrece la participación en red en el ámbito de la educación es necesario diseñar sistemas de información y conocimiento cuyo contenido dependa de la actividad de todos los actores involucrados. Nosotros, desde en.red.ando, hemos aportado nuestro grano de arena con en.medi@, un espacio virtual donde es posible, por ejemplo, alcanzar consensos para tomar decisiones, coordinar acciones complejas en el ámbito de la educación y hacer crecer el conocimiento compartido entre todos los participantes hacia objetivos establecidos previamente.

Esta es, a mi entender, la piedra angular de un sistema de redes y, sobre todo, de la educación en red. Durante décadas, durante dos siglos si queremos ser precisos, el destino de la educación correspondía a un entorno social muy preciso que constituía la «institución de la educación». Al respecto hay abundante literatura. Esa institución contemplaba a los educandos, a los alumnos, como los receptáculos del conocimiento confeccionado por otros. En el ámbito del aula, ni maestros ni alumnos preguntaban mucho, porque bastaba con lo que se enseñaba. Hoy, la lógica virtual ha cambiado el escenario. Al crear espacios donde es posible participar (y esto vale desde el videojuego hasta multitud de actividades que recorren como un continuo el ocio, el estudio, el entretenimiento, las relaciones sociales, etc.), la constante que mueve este proceso es la capacidad de preguntar para aprender, de formular demandas en un entorno flexible y compartido donde se pueden elaborar respuestas.

En este nuevo paisaje, todos percibimos que la relación entre educandos y educadores ha cambiado drásticamente. Pero no sólo entre ellos. También entre padres, administradores, la industria que acude a tratar de mediar entre los nuevos actores de la educación y, por supuesto, las administraciones. Sin embargo, y para no tener que extendernos con ejemplos que todos conocemos, no existe un foro donde estos protagonistas se sienten juntos. Y eso que las señales sobre su necesidad llegan constantemente y con mensajes claros. En contra de lo que prevalece en la opinión pública (y también en la privada, porque a veces uno tiene que soportar cada discursito en su círculo de conocidos…), los estudiantes de educación secundaria de Barcelona, por ejemplo, reclaman tener más responsabilidad en la vida de los centros de enseñanza y una mayor implicación del profesorado en el futuro de los alumnos mediante orientación académica y profesional.

Estas fueron dos de las inquietudes planteadas por estudiantes de bachillerato y de ESO (Educación Secundaria Obligatoria) del último Consell de Cent (Consejo de Ciento), que convoca el Ayuntamiento de la ciudad desde hace tres años para conocer la opinión de los jóvenes sobre temas que les afectan directamente. Los estudiantes se despacharon a gusto. Total, para una vez que les preguntaban sobre estos asuntos no era cuestión de desaprovechar la oportunidad. ¿Y qué pidieron? Un espacio de decisión compartido que facilite su participación en el funcionamiento de los centros. No se trata de una solicitud excepcional, sino de algo que aflora una y otra vez cuando se les pregunta. Y no están pidiendo Internet, ni más videojuegos. Aunque Internet y los videojuegos, si se utilizan con estos fines, sí proporcionan los elementos básicos para crear espacios de decisión compartidos entre los actores del proceso educativo, desde maestros y educadores, a técnicos, padres, administradores, industria, etc.

Hoy día no hay foro de educación (a los que, por razones misteriosas, acuden maestros y pedagogos, ¿dónde están los padres, los estudiantes, las asociaciones de vecinos, los creadores de materiales educativos en red…?) donde, en algún momento no se cante el estribillo: «los niños saben más que nosotros y nosotros no sabemos qué hacer en esta nueva situación». Me parece que si el primer peldaño pertenece a la pregunta, el segundo es a la forma como se pregunta. La Red es un espacio en el que uno se encuentra con gente todo el tiempo. Y hay que aprender a relacionarse con ellos. Este es un territorio donde el sistema educativo tiene mucho que hacer. Por ejemplo, la alfabetización en nuestras sociedades es el resultado, en gran medida, de un sistema de educación obligatoria, gracias al cual aprendimos a leer, escribir y entender textos. De esta forma adquirimos una «licencia para leer y escribir». De la misma manera, uno debería salir de la escuela ahora con una «licencia para funcionar en red», es decir, digitalmente alfabetizado, con el abecedario aprendido de lo que significa participar, interactuar y aprender en un entorno de redes. Con el discernimiento necesario sobre qué tipo de recurso se está utilizando, cómo lo debe emplear en su beneficio para formarse, cómo relacionarse con otros –conocidos o no–, en qué contextos y de qué manera.

Esto no se consigue sólo con «ordenadores en las aulas y conexión a Internet». Si no hay un cambio de actitud dirigido hacia la creación de los contextos –presenciales o virtuales– donde este aprendizaje puede llevarse a cabo, lo más seguro es que alumnos y profesores acaben aburridos de las máquinas en el aula, y los unos se busquen la vida por su cuenta y los otros acaben echando pestes de la «maldita tecnología». Algo de esto ya está sucediendo ahora. Me parece cada vez más urgente que todos los protagonistas de la educación en red se sienten en el mismo espacio y comiencen a exponer públicamente sus respectivas inquietudes, necesidades, convergencias y divergencias. Y este espacio debería ser virtual a fin de sistematizar sus progresos en un archivo común interconectado con todos los otros archivos que este debate vaya generando. Si la inteligencia está en la Red, hay que crear redes específicas donde la inteligencia se pueda manifestar. Este es un paso crucial para insuflar la lógica virtual a la educación.

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