Papá ¿de dónde vienen las noticias?

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
13 marzo, 2018
Editorial: 184
Fecha de publicación original: 12 octubre, 1999

La abundancia mata la gana

Los medios de comunicación, al suministrar a la sociedad una imprescindible visión de sí misma, se han convertido en un elemento indispensable del sistema político. Si este sistema es rígido, dictatorial, totalitario o fundamentalista, los medios son utilizados para construir una visión en correspondencia con los intereses del régimen en el poder. Si el sistema es abierto y representativo –hasta cierto punto– de las distintas fuerzas sociales que lo conforman, los medios forman parte del juego político y su influencia se acrecienta al acrecentarse también las necesidades de la sociedad de poseer esa visión que le permite funcionar en un mundo cada vez más complejo y articulado. Hasta la aparición pública de Internet a finales de los 80 y principios de los 90 –uno de los corolarios de los cambios que se estaban produciendo a lo largo y ancho de la comunidad internacional–, el monopolio de la confección y diseminación de esa visión de la sociedad ha residido, casi sin excepción y sobre todo desde la mitad de este siglo, en los medios de comunicación tradicionales, en particular la prensa escrita, la radio y la TV.

El modelo de comunicación que se corresponde con este monopolio está basado en una forma histórica de producir información para su consumo por audiencias masivas. Este rasgo determina, en gran medida, las propias características de ese proceso de producción, de la información que genera y de la estructura jerárquica que lo sustenta. Los medios son los que tienen acceso a la información y son los que poseen los recursos humanos y técnicos para procesarla, analizarla, elaborarla, empaquetarla y distribuirla. Es un modelo, por tanto, basado en un proceso altamente jerarquizado y vertical: unos pocos poseen los recursos y los instrumentos para transmitir información a muchos, a audiencias masivas, que, por definición, no tienen forma de procurarse la información que necesitan por sus propios medios.

Sin embargo, el rasgo más sobresaliente de ese papel vehicular de los medios es que se ejerce con acontecimientos que suceden (y perdón por la perogrullada) fuera de su esfera. El periodismo es una actividad ejercida por periodistas (y sería buen recordar aquí que periodismo y periodistas no son términos sinónimos, sino que designan, el primero, una actividad y un contexto de producción y, el segundo, a quienes la ejercen y laboran en ese contexto), por individuos preparados para desenterrar la materia prima de esos acontecimientos, la información, y prepararla, analizarla, procesarla y elaborarla mediante un lenguaje reconocible para diseminarla entre la audiencia dispuesta a pagar por ella. Ni los medios, ni mucho menos sus periodistas, son responsables de esos eventos, ya sea un terremoto, un caso de corrupción política, un resultado de fútbol o las decisiones del gobierno. . Ellos «informan de lo que sucede» (no hace falta entrar ahora en las necesarias matizaciones de esta frase).

Por tanto, su responsabilidad respecto a la forma como transmiten estos acontecimientos surge casi exclusivamente de una apuesta corporativa frente a sus audiencias y a la competencia con otros medios en el mercado. Para decirlo de otra manera, esa responsabilidad no se basa en la relación existente entre los medios y quienes los consumen, porque ambos son ajenos a la materia sobre la que se informa (lo cual no quiere decir que les afecte o que puntualmente sean «materia noticiosa»).

Este es un aspecto fundamental, puesto de relevancia sobre todo por Internet como veremos en las próximas semanas, porque la cultura de los medios de comunicación tradicionales y, por tanto, la suma de conocimientos y experiencias que se han formalizado para capacitar a los periodistas que desarrollan ese periodismo, tiene que ver con esa «externalidad» de la información y la lógica ausencia de una responsabilidad entre emisores y receptores. Las técnicas periodísticas se corresponden con la forma como el periodista acopia información, la prepara y la emite en el contexto periodístico del medio en cuestión, sin que la audiencia (lectores, sujetos de la información, etc.) tenga mucho que decir al respecto. Por esta razón, entre otras, ha sido necesario (y sigue siendo necesario) acordar códigos deontológicos para la profesión periodística a los que se someten voluntariamente los medios y sus periodistas, cada uno en sus respectivas esferas de interés. Y por esta razón, entre otras, la autorregulación sigue siendo la única forma de gobernar esta forma de producir noticias.

Los lectores, pues, no tienen muchas posibilidades de intervenir en la política editorial de los medios, por más códigos deontológicos que se acepten, o defensores del lector que se nombren. Las dos únicas vías abiertas para influir en la política editorial son las cartas al director o la posibilidad de abstenerse de consumir el medio con el que no se está de acuerdo. Ninguna de las dos garantiza lo que verdaderamente interesa al lector: modificar algunos aspectos de la política editorial de un medio del cual le interesa, en términos globales, la visión que le ofrece de la sociedad en la que vive. De hecho, todos sabemos que esta es una aspiración irrealizable: en un contexto de producción de información masificada para audiencias masificadas es de todo punto imposible satisfacer las aspiraciones individuales. En caso de conflicto, la preeminencia de los criterios periodísticos vigentes (y del periodista que los ejecuta) reina de manera incontestable.

En resumen, entre los rasgos más sobresalientes del proceso de producción de información en los medios de comunicación tradicionales cabe destacar:

Los medios poseen los recursos humanos y técnicos para acceder a la información que le interesa a la sociedad y ésta constituye la audiencia que la consume una vez es procesada y elaborada por los medios.

Este es un proceso altamente jerarquizado y vertical: unos pocos poseen los recursos y los instrumentos para acopiar y transmitir información a audiencias masivas, que, por definición, no tienen forma de alcanzar la información que necesitan por sus propios medios.

La noticias están ahí afuera. Los medios deben buscarlas, elaborarlas y diseminarlas entre sus respectivas audiencias. La aparición de grandes grupos de comunicación ha comenzado a «interiorizar» las noticias, a extraerlas de su propia política corporativa, pero sin afectar al modelo, ni en la forma de obtenerlas y procesarlas, ni en lo que se refiere a su relación con la audiencia. (Véase editorial de la semana pasada).

No hay una responsabilidad directa entre ese mundo de las noticias y los medios (y los periodistas). Estos las elaboran de acuerdo a los criterios imperantes en el mercado en cada momento.

No hay una responsabilidad directa del medio ante los lectores por la forma como aquel produce y elabora la información. Existen mecanismos colaterales de control que no afectan al fondo de la línea editorial (cartas al director y la opción de no consumir o no comprar el medio en cuestión).

El modelo está homologado a nivel mundial. Lo mismo ocurre con la capacitación de los periodistas para que puedan acceder al mercado laboral que se deriva de este modelo periodístico. Sus técnicas y herramientas tienen que ver con las formas y usos definidos por la industria para obtener y difundir información en el mapa de la comunicación propuesto por los medios de comunicación tradicionales.

En los próximos artículos veremos hasta qué punto Internet ha sacudido este mapa y el modelo que lo inspira, llevándolo de la mano, sin pausa y sin cesar, hacia una crisis de proporciones. Una crisis que afecta, por supuesto, no sólo a una forma histórica de producir información (¿dónde están ahora las noticias?), sino también a quienes la han protagonizado en el marco de lo que era el periodismo de la Revolución Industrial (¿dónde están ahora el periodismo y los periodistas).

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