Nadie sabe para quién trabaja

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
13 febrero, 2018
Editorial: 176
Fecha de publicación original: 13 julio, 1999

En arca abierta,el justo peca

Apenas un lustro después de la WWW, el interfaz que ha popularizado el uso de Internet a una velocidad de vértigo, la Red ya se merece un papel protagonista en el Informe sobre Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). La conclusión de este trabajo apunta a una dirección inequívoca: Internet actúa como un multiplicador de las diferencias entre ricos y pobres. Como si del huracán Mitch se tratara, la lectura del informe transmite la impresión de que allí por donde emerge el ciberespacio, las simas entre unos y otros se ahondan sin remedio y deja tras de sí un paisaje de tierra calcinada. Según el trabajo del PNUD, Internet incrementa, a un ritmo sin precedentes, las desigualdades entre países pobres y ricos, entre capas sociales favorecidas y marginadas, entre grupos étnicos y minorías dominantes y dominadas. Ante este panorama, cabría preguntarse qué sucedía en el mundo antes de que la Red fuera prácticamente desconocida en todo el mundo, menos en EEUU, hasta bien entrada esta década.

Internet no actúa en un vacío político, social y económico. Desde 1990, los 10 consecutivos informes del PNUD sobre desarrollo humano trazan una tendencia constante y no precisamente muy reciente. Una minoría de la población mundial, el 20%, consume el 86% de todos los recursos del planeta. La segunda cifra se ha ido incrementando sin pausa a lo largo de la década, sin que la desaparición de uno de los imperios y el fin de la guerra fría haya logrado atemperar la codicia de esta quinta parte de la humanidad. En este aspecto, no ha habido ninguna «política humanitaria» por parte de los países industrializados destinada a paliar las consecuencias de semejante precipicio. Y si la ha habido, ni nos hemos enterado nosotros, ni tampoco el informe del PNUD. Javier Solana, secretario general de la OTAN debería hacer algo al respecto.

Internet, en principio, es uno de estos recursos que se concentran en manos de la minoría pudiente. A medida que la información y el conocimiento se conviertan en los ejes vertebradores de una nueva economía, su preponderancia será cada vez mayor. Por tanto, cabe esperar que, durante un tiempo, los típicos indicadores de la riqueza y la pobreza se manifiesten en toda su crudeza en el uso y disfrute de las redes. El informe del PNUD, por ejemplo, señala que el 20% más rico del planeta acapara el 93% de los accesos a la Red, entre los que se incluyen la densidad de teléfonos, ordenadores y equipamientos que, desde hace muchos años, manifiestan el acaparamiento de recursos en la punta de la pirámide humana.

Lo que el índice del PNUD no acierta a medir todavía es el impacto de lo que estos bienes canalizan: información y conocimiento a escala global. El informe, desde este punto de vista, me parece todavía prisionero del «síndrome de la revolución industrial», en el que era –es– más importante el acceso a bienes tangibles, que lo que se hace con ellos en relación con los demás. Y este es sin duda el cambio más notable que introduce Internet. Medir el impacto de la Red sólo a través de la densidad en el uso de teléfonos y ordenadores por habitante es claramente insuficiente para aquilatar el impacto de sus circuitos de diseminación de la información y el conocimiento. Ya decía en el editorial «Números macabros», con ocasión del informe del año pasado: «Aunque no forme parte todavía de los índices del informe, Internet se convertirá, sin duda, en los próximos años, en un factor importante para medir el desarrollo humano, algo que no depende necesariamente de la evolución del comercio electrónico o la explotación económica de la Red. Esto último sería abundar en más de lo mismo y, casi seguramente, con resultados peores cada año».

Por otra parte, el informe parece expedir un certificado de nacimiento de la Red (no se había medido su incidencia en el desarrollo humano en los informes previos), pero, al mismo tiempo, la examina desde una perspectiva de madurez suficiente como para proyectar su sombra a escala planetaria. Sin embargo, a pesar de lo acostumbrado que nos tiene la ONU a estas piruetas estadísticas, el salto es arriesgado. Internet apenas tiene todavía 200 millones de usuarios en los cálculos más optimistas. A nivel popular, salió del huevo hace cuatro años. Su penetración en las variables básicas con las que se confecciona el Indice de Desarrollo Humano (IDH) es todavía insignificante. Las rentas, la esperanza de vida, el nivel de analfabetismo, la salud, la educación, el acceso al conocimiento, etc., son parámetros económico-sociales donde la Red apenas está construyendo su presencia. Sin ir más lejos, el próximo mes de septiembre casi todas las universidades de los países industrializados –y muchísimas de los países menos desarrollado, inaugurarán versiones todavía poco pulidas de «educación digital». No hay nada parecido en los escalones inferiores del sistema educativo, a pesar de las promesas de diferentes gobiernos.

No obstante, a pesar del reducido número de usuarios de la Red en relación con la población mundial, nadie duda de que Internet está rompiendo las barreras de precio, espacio y tiempo en las comunicaciones. Y, por primera vez desde la Revolución Industrial, la información llega hasta puntos del mapa de la pobreza que, hasta ahora, o han permanecido «secos» de conocimientos, o la inversión necesaria para hacerse con estos suponía verdaderos destrozos en el tejido social y humano. Estos aspectos son a los que deberemos estar atentos en los próximos años. El impacto que puede tener el progresivo acceso a centros de información y conocimiento que no están sólo en los países pobres, sino fundamentalmente en los ricos, plantea un giro copernicano en nuestra forma de apreciar las distancias entre unos y otros.

El índice de desarrollo humano tendrá que medir el próximo siglo quién está trabajando para quién a través de las redes y el impacto de este trasvase global de capital humano, laboral e intelectual. Esto no solucionará, desde luego, los gravísimos problemas que afronta la humanidad. Al respecto, el informe del PNUD nos recuerda que los activos de las tres personas más ricas del mundo valen más que el Producto Interior Bruto de todos los países menos desarrollados, donde viven 600 millones de personas, más de tres veces el número actual de conectados a Internet.

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