Las universidades de Internet

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
12 junio, 2018
Editorial: 209
Fecha de publicación original: 4 abril, 2000

Al hombre obtuso, hácele agudo el uso

¿Quién investiga hoy sobre los sistemas de comunicación, de información o de formación en las redes? ¿De dónde ha salido esa explosión de innovación que arrasa en Internet? Desde luego, no desde donde emergió la propia Internet, de las universidades. Por irónico que parezca, el avance de Internet ha puesto a la defensiva a la universidad en el mundo occidental. De la Comunicación Mediada por Computadoras (CMC) les ha quedado la segunda parte, la M y la C, la investigación de las grandes aplicaciones, de las infraestructuras. Pero la comunicación en red, que es la actividad organizadora de la Sociedad de la Información, se está cocinando en el trabajo cotidiano en la propia Red y la investigación está en manos de multitud de empresas y de individuos que trabajan de manera colectiva, a través de una inteligencia distribuida como ni siquiera se consiguió en la época dorada de ArpaNet en el seno de los centros de investigación de EEUU. Y esto está dibujando un nuevo panorama de indudables repercusiones sociales: las universidades, por ahora, están llegando tarde y mal a los procesos que están configurando la Sociedad de la Información.

¿Hay margen para la recuperación del terreno perdido? ¿Estamos ante un desfase coyuntural o está emergiendo un problema de fondo respecto a la formación y la investigación en la era de las redes? Josep Maria Bricall, ex-rector de la Universidad de Barcelona, presentó el 24 de marzo el informe que le solicitó la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE) sobre los cambios que necesita la enseñanza superior para modernizarse. Su lectura es una asignatura obligada para comprender algunas de las lacras que ha venido acumulando –y paralizando a– la universidad en las últimas décadas. Pero, sobre todo, expone con crudeza las enormes dificultades que se avecinan ante la penetración de las tecnologías informacionales y su papel de «parteras» de nuevas áreas de conocimiento. En el trasfondo del informe se adivinan los trazos nítidos del desajuste creciente entre la oferta universitaria y la demanda social.

En una entrevista concedida esta semana a un diario de circulación nacional, Bricall afirmaba:»Si los gobiernos no reforman la universidad, lo harán los mercados». ¿Y que están haciendo los mercados? Pues, por el momento, asumiendo las funciones que no encuentran en las universidades: la formación y la investigación orientadas hacia la Sociedad de la Información. En esto, como en otros aspectos, es donde EEUU exhibe los rasgos de su ventaja en el uso de las redes y, sin duda, constituye uno de los ingredientes de sus alabados resultados económicos. Frente a la universidad tradicional, las empresas están creando las universidades corporativas, departamentos internos que se encargan de la formación de los empleados, de promocionar la innovación y de diseminar sus resultados. El fenómeno no es esporádico ni pasajero. Según el informe «Direcciones futuras de la Universidad Corporativa, 1999» (sólo en inglés), publicado por la consultora Corporate University Xchange (CUX), en 1988 había 400 universidades corporativas en el mundo y hoy ya superan las 1.600. Si sigue esta evolución, sostiene el informe, en el 2010 habrá más universidades corporativas que tradicionales.

La dualidad entre universidades tradicionales/corporativas se atribuyó, en un principio, a un cierto reparto de papeles. En aquella se impartía capacidad de reflexión, conocimientos y análisis. En ésta, conocimientos técnicos adaptados a las necesidades estratégicas de las empresas. Esta frontera comienza a difuminarse. En el mundo de hoy, el conocimiento convertido en organización social, política o empresarial es la palanca más poderosa del bienestar material y moral de la sociedad, lo cual coloca en un peldaño preponderante al aprendizaje a todos los niveles, la investigación y la formación profesional continua. Y este es el substrato cultural de las universidades corporativas que, según el informe del CUX, ya imparten titulaciones en dirección de empresas, ingeniería, carreras técnicas, informática, finanzas y otras disciplinas no directamente relacionadas en sentido estricto con el funcionamiento de la empresa.

Las universidades corporativas no sólo asumen necesidades de formación no satisfechas adecuadamente por la universidad tradicional, sino que también incorporan el hecho de que una parte abrumadora de la I+D relacionada directamente con el desarrollo de sistemas de información y de funcionalidad de las redes está saliendo de las empresas y no de los centros académicos habituales. Una muestra la tenemos en que un 80% de las universidades corporativas son en realidad centros virtuales que imparten su enseñanza a través de la web. Y aunque la inversión global en estas universidades es todavía netamente inferior a la que reciben las tradicionales, un 25% de las universidades corporativas sostienen en parte sus actividades a través de la venta de sus productos de formación. En otras palabras: el conocimiento no sólo organiza el mercado, sino que el mercado, por su parte, organiza la elaboración y distribución de conocimiento.

El fenómeno de las universidades corporativas está más extendido en EEUU que en Europa, diferencia que se atribuía a las características del sistema universitario a ambas orillas del Atlántico. Allí predomina el sistema privado, mientras que aquí la universidad pública es una institución totémica. Pero si la universidad corporativa comienza a ser una respuesta directa a la ventaja adquirida por las empresas en la innovación, el desarrollo de nuevas áreas del conocimiento y su capacidad para diseminar los resultados de esta innovación, a las diferencias clásicas entre los sistemas universitarios habría que empezar a añadirle otras propias de la sociedad de redes.

Desde esta perspectiva, se ve quizá con mayor claridad la dimensión del desafío planteado por los dirigentes de la Unión Europea en la pasada cumbre de Lisboa. Está muy bien poner ordenadores en los colegios o trasladar servicios públicos a Internet. Pero si la formación a todas las edades, la innovación y la investigación que se realiza en Internet no encuentra un cauce adecuado que equilibre las necesidades de las empresas con la amplitud del conocimiento necesario para la cohesión de la organización social, seguirán abriéndose las diferencias con respecto a EEUU. Y la tentación de imitar el modelo estadounidense, que ya se puso en marcha en la capital portuguesa, incluirá la conversión del conocimiento en una mercancía determinada por el funcionamiento del mercado. Y eso sí que será una caída ruidosa del tótem de la universidad en cuanto la institución emblemática del conocimiento.

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