Las lenguas del contenido digital

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
2 octubre, 2018
Editorial: 242
Fecha de publicación original: 21 noviembre, 2000

El que no entra a nadar, no se ahoga en el mar

La UE tiene un plan para contrarrestar la dominación actual de EEUU en el mundo de las redes. Y espera ponerlo en marcha en marzo del 2001. Se trata del programa eContent de la Dirección General de la Sociedad de la Información para que las empresas de los diferentes países miembros puedan superar, en primer lugar, la barrera de sus respectivos idiomas. En otras palabras, que conviertan en locales sus contenidos en cada país. El desafío no es menor, tal y como ya apuntamos en el editorial 222 del 4/7/00: “Ni inglés, ni latín: EuroNet”. El multilingüismo y, por tanto, la capacidad tecnológica para operar simultáneamente en varios idiomas, es una parte –bastante cara– del problema. El otro, y de mucho mayor calado, es la adaptación cultural de esos contenidos preservando su diversidad y resistiendo la tentación de la homogeneización.

La Comisión Europea tiene ahora datos que confirman una tendencia previsible: la tasa de crecimiento del mercado en inglés en todas las áreas de negocio por la Red comienza a experimentar un frenazo. Las recientes oleadas de población nueva conectada a Internet ha ido bajando el umbral de quienes se manejan en Internet en inglés como si fuera su lengua nativa. No se trata tan sólo de un cambio sociológico. La exigencia de contenidos en los idiomas locales ha experimentado lógicamente un crecimiento considerable en el último año. Pero, a diferencia de EEUU, la respuesta a esta demanda mediante iniciativas locales no ha logrado convertirse en una respuesta de dimensión europea, a pesar del potencial que, en teoría, representa su mercado único siempre que se logre atravesar con éxito el tamiz del multilingüismo y la diversidad cultural.

Los estudios de la DG de la Sociedad de la Información señalan, en este sentido, algunas tendencias claras y los puntos débiles del mundo de la cultura y los negocios de la Internet europea. Según el informe «Global Reach», en estos momentos el 50% de los usuarios de la Red proceden de países donde el inglés es nativo. Y el mayor crecimiento se está registrando entre los países «no-ingleses» (78%/año y 45%/a, respectivamente). En Europa hay unos 80 millones de páginas web de carácter comercial (en esta categoría se incluye educación, entretenimiento, etc., y las puramente de negocio), pero sólo 8.5 millones tienen contenido local (la mayoría sólo en inglés además de su lengua nativa). Esta situación se da de cabeza con los mejores trabajos sobre el comportamiento de los usuarios en las webs de contenidos: permanecen en ellas el doble de tiempo si están en su lengua nativa y la posibilidad de que consuman algo de lo que ofrecen se multiplica por tres.

Por otra parte, el contenido digital es tan sólo la materia prima: en realidad, se trata de un recurso reutilizable tantas veces como lenguas o culturas lo demanden. En el marco europeo, y en el área de influencia de muchos de sus países (América Latina, África francófona , Brasil, etc.) este es un aspecto del valor del contenido todavía por explotar. Mientras el contenido digital no se deja aprisionar por consideraciones del medio y es cada vez más móvil y personalizado, resulta que apenas logra trascender las rejas de su lengua de origen. Como máximo, se fuga hacia el inglés en la esperanza de alcanzar las redes globales, sin que sus autores perciban claramente la inmediata vecindad de lo global en un contexto socio cultural mucho más reconocible e inmediato, aunque plagado de complejidades y dificultades.

Ese es el desafío al que quiere hacer frente la Comisión con el nuevo programa eContent, que desea convertir en la piedra angular de su política sobre la Sociedad de la Información. Tras una serie de reuniones urgentes en estos dos últimos meses con numerosas empresas e instituciones europeas, la presidencia italiana, que acaba su mandato el último día de este siglo, ha dejado el borrador listo para su aprobación en la reunión ministerial del 22 de diciembre. A partir de ahí, si las cosas ruedan según lo previsto, habrá tres meses para presentar propuestas. Será una prueba de fuego para el mercado único, que todavía no ha ejercitado sus armas en la Sociedad de la Información. A su favor tiene una larga tradición en el campo de la edición y la generación de contenidos, una diversidad cultural y lingüística todavía no explotada en el trasvase de mercados digitales y una probada experiencia en la publicación de material en varias lenguas. Pero no está claro que esto sea un bagaje suficiente en la era de las redes.

EEUU dispone del mayor mercado doméstico del mundo, más o menos monolingüe, que genera suficiente beneficios como para intentar la expansión exterior. Para los generadores de contenido europeos la situación es precisamente la inversa. Para aprovechar la ventaja de un mercado integrado europeo necesitan una estrategia viable para hacer local «internamente» ese contenido. Las experiencias más interesantes se han registrado allí donde ya existía una larga tradición al respecto, como en la industria editorial, pero no en campos nuevos como los de la educación o la venta de contenidos digitales de un claro valor local.

Como apunta la propia Comisión Europea en su documentación, la principal barrera es cultural: la percepción de la dimensión europea todavía no ha penetrado claramente en la estrategia de la Sociedad de la Información. La fuerte presencia de EEUU reduce los esfuerzos de localizar los contenidos a su traducción al inglés. Aquí aparece el segundo obstáculo: los altos costos de manejarse en varias lenguas. En tercer lugar, el mercado laboral todavía no ha generado los perfiles profesionales capaces de satisfacer la demanda en este sector. La adaptación cultural del contenido a las exigencias locales requiere de una nueva hornada de profesionales capaces de aplicar un conocimiento de nuevo cuño, así como de una batería de herramientas tecnológicas imprescindibles para sostener esta actividad.

Por si la fragmentación lingüística y cultural no fueran dificultades suficientes, a la lista hay que añadir la política de precios de las operadoras de telecomunicación, la problemática de los derechos de autor y la protección de la privacidad. Y, en un ámbito más amplio pero fundamental, la despreocupación (por calificarlo de alguna manera) del mundo académico por este aspecto clave de la sociedad de la información. La investigación en lo que se ha venido a denominar la «Internet social», por contraposición a la basada en las infraestructuras y el equipamiento (banda ancha, vídeo, multimedia, etc.), es todavía una asignatura pendiente de las universidades europeas. Y de estas investigaciones deberían salir muchas de las ideas seminales que alimenten este proceso de hacer local el contenido digital europeo en un contexto global.

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