La resaca eterna

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
8 agosto, 2017
Editorial: 121
Fecha de publicación original: 26 mayo, 1998

Quien quiere ordeñar la vaca sin alimentarla, sácale la sangre y la mata

Todavía tocado seriamente por la resaca física y espiritual del I Congreso Internacional de la Publicación Electrónica, con unas ganas desesperantes de descansar unos días tras la paliza pre y post-congresual –los días de Congreso fueron de disfrute frenético y lamentablemente se pasaron volando– y atusando los mimbres de algunas de las conclusiones de Maig’98, en particular la creación de un Centro (¿europeo, internacional, mundial?) de la publicación electrónica, quisiera socializar algunas ideas para abrir un debate que, como decía Cassius Clay antes de apellidarse Alí, debería ser de trazo inesperado y al mentón. Creo que el congreso de Barcelona ha puesto sobre el tapete algunos hechos de gran trascendencia y que debieran formar parte de nuestra comprensión de lo que está sucediendo en la Red. Como dije en el discurso de clausura de Maig’98, a veces discutimos apoyándonos en parámetros reconocibles, pero no necesariamente relacionados con lo que está pasando, con lo que nos está pasando y, a veces, ni siquiera con lo que nosotros mismos estamos haciendo.

La presencia de 400 personas en la Universitat Politècnica de Catalunya durante un viernes, un sábado y un domingo (un precioso domingo de la primavera barcelonesa, que no es broma, aunque ese día, claro, «apenas» éramos 120 congresistas) atestigua el dinamismo del sector de la publicación electrónica en el más amplio sentido de la palabra. Tanto por sus contenidos, como por sus herramientas, por sus protagonistas y por el sector social y económico que cubre. El Directorio Internacional de la Publicación Electrónica debería poner esto en claro, pero el propio congreso demostró el vigor de esta nueva plataforma que está surgiendo en Internet. Ya no se trata de que la Red sea un medio de comunicación, sino que estamos construyendo la «capa» donde los nuevos medios de comunicación se desenvuelven. Comienzan a aparecer aplicaciones que están directamente relacionadas con los contenidos y no con el funcionamiento de Internet. El congreso mismo ha funcionado, desde este punto de vista, no sólo como un congreso de conclusiones, sino como un congreso de contenidos y la prueba se la llevó cada uno a su casa en el libro de ponencias. Muchos de los trabajos de ese volumen muestran el amplio y rico repertorio de publicaciones electrónicas, así como el cuerpo doctrinal que está comenzando a generar.

El segundo aspecto es que el congreso fue fiel a la publicación electrónica en red. Cada vez que se mencionan las publicaciones electrónicas pareciera que tuviéramos que hacer una genuflexión ante las versiones online de los grandes medios de comunicación y que sólo podemos hablar de dichas publicaciones si tomamos como referencia estas versiones. El congreso barrió con ese prurito de un plumazo. Los medios tradicionales –nunca más apropiado el término– apenas hicieron acto de presencia y, cuando tomaron la palabra, los ejes de su discurso tenían más que ver con el de las publicaciones electrónicas tal y como se estaba discutiendo en los seminarios y talleres, que con la pleitesía al poder que se les supone a dichos medios en Internet. Este me parece un aspecto crucial, porque muestra un punto de inflexión respecto a los flujos de comunicación del ciberespacio y la creación de zonas específicas donde dichos flujos se encuentran, desprovistos de la mitomanía propia de los grandes hacedores de la opinión pública. Creo que es el primer paso para empezar a reflexionar sobre cómo actuarán las distintas culturas en Internet y el papel que jugarán las publicaciones electrónicas en este sentido.

El Aula Abierta fue una acertada síntesis de todo esto. La dinámica del debate congresual no nos permitió, desgraciadamente, prestarle toda la atención que se merecía. Pero allí se presentaron, ante pequeñas audiencias (como sucede en la Red), proyectos estupendos de publicaciones electrónicas, verdaderas vástagos de una imaginación y espíritu innovador desbordantes. La mayoría de ellos construidos con cuatro palos digitales, pero de una consistencia admirable. Autores y oyentes se enzarzaron en intercambios de opiniones y pareceres que, frecuentemente, desbordaban por la izquierda a lo que estaba sucediendo en los debates congresuales. Allí aparecían los verdaderos empresarios de Internet, los que todavía no ganan dinero con el sudor de sus bits, pero que con su esfuerzo, valentía e innovación están haciendo realidad el surgimiento de este nuevo sector de la comunicación. Desde aquí emplazo a Sílvia Llombart para que algún día nos cuente a los lectores de en.red.ando lo que sucedió en aquella sala.

Y esto me lleva a otro punto que no ha sido suficientemente destacado todavía. De los 10 coordinadores de talleres, cinco eran mujeres. Y en la organización del congreso, salvo un par de excepciones, todas eran mujeres. Sin ellas, Maig’98 simplemente no habría sucedido. Y no me refiero tan sólo a su enorme capacidad para empujar el congreso hasta la UPC y convertirlo en ese sorprendente milagro donde hasta los patos del estanque parecían querer participar de la alegría del ambiente. Me refiero a la pericia y sabiduría con que manejaron Internet para aprovechar todos sus recursos con el objetivo de estimular la discusión, sacar ponentes de debajo de los pliegues digitales, mantener el flujo de comunicación abierto incluso en los momentos más delicados y, encima, infundirle a toda la empresa ese toque peculiar del que sólo las mujeres son capaces en las circunstancias adversas (ya no digamos en las favorables). Mientras las estadísticas nos siguen diciendo que las mujeres son minoría en Internet, que sólo la usan para esto o para aquello, que su relación con la tecnología es así o asá, nosotros hemos vivido la naturalidad con que han desplegado una visión universalista de extraordinaria riqueza y ejercida con una percepción que ya quisiéramos muchos de los que nos consideramos avezados internautas. Estoy seguro que ahí se encierran muchas lecciones que debiéramos investigar y aprender de ellas.

Estas son algunas de las conclusiones, planteadas a vuelapluma, que nos dejó el congreso de Barcelona. Creo que son de suficiente entidad como para convertirlas en parte de un proyecto de largo alcance cuyo objetivo a medio plazo debiera ser la constitución de un Centro abierto de la Publicación Electrónica, interrelacionado con lugares semejantes en Europa y abierto hacia América Latina. Y los tres pilares sobre los que debiera edificarse los hemos ido mencionando en estas apretadas líneas: formación, investigación y creación y orientación empresarial, todo ello en la perspectiva de desarrollar tecnologías de contenidos, como sucedió en la amalgama de la fase online y la fase presencial de Maig’98.

Esto es sólo el comienzo. Seguro que Barcelona inspiró más ideas y proyectos y nos gustaría conocerlos y trabajar sobre ellos.

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