La Información de la Sociedad

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
7 noviembre, 2017
Editorial: 148
Fecha de publicación original: 29 diciembre, 1998

Mejor es perder los cuernos que la vaca

Aunque sabemos que las fechas muchas veces no significan nada, llega el fin de año y parece obligado dedicar unos minutos a la meditación, cuando no al pronóstico sobre lo que nos deparará 1.999. A este tema ya dedicamos un editorial este mismo mes. Me parece más interesante abordar ahora qué nos falta en este incipiente proceso de reflexión sobre la Red que está emergiendo por doquier. Estamos en un momento de evidente ebullición digital, tanto desde los ámbitos más personales y empresariales –a pesar de Telefónica y otros operadores empeñados en dificultarnos bastante la vida–, como de los del sector público. Hoy día, por ejemplo, pareciera que no hay gobierno nacional, regional o local digno de llevar cualquiera de estos nombres si no dispone de una comisión de la Sociedad de la Información. Hace un año, tan sólo un año, esto nos habría parecido una meta digna del siglo próximo. Pues, como muchas otras, ya está aquí. Otra cosa es qué resultados vamos a obtener.

En la misma línea de fuego se sitúan cuestiones que hace unos meses parecían insuperables. En primera lugar y a pecho descubierto, la famosa amenaza de la saturación de información. Era un problema, lo sigue siendo y lo será cada vez más. Pero, como he sostenido en otras ocasiones, esa queja la entiendo en boca de internautas que proceden de cualquier campo, menos del periodístico. Exceso de información significa una extraordinaria oportunidad para hacer el trabajo que les corresponde a los periodistas, lo sean de profesión o de adopción. De estos últimos cada vez hay más, es cierto, pero si la información digital padece el mismo síndrome de nuestro universo, que no sólo se expande, sino que lo hace mediante una misteriosa aceleración, resulta barato pronosticar que habrá trabajo y, de paso, nuevos problemas, para todos. Una cosa va con lo otro.

Quizá esto explique el surgimiento de iniciativas como los portales, en los que se trata de darle una solución al exceso de información y, de paso, extraer un beneficio comercial del intento. Los portales han corrido en los últimos meses casi tanto como la ciencia, una barbaridad. De los megalugares promocionados por empresas con vastos recursos generalistas a su disposición –Yahoo! y sucedáneos– estamos viendo ahora cómo aparecen portalitos cada vez más segmentados, más sectoriales, más dedicados a temas próximos a sus promotores. Hoy, hasta el más despistado ejerce de portero. Le basta atinar con el viejo directorio, aderezarle con una buena (o mediocre) selección de noticias, y ya tiene un portal que cuidar. Es otra forma de ordenar la información y de plantar las estructuras que nos permitan orientarnos en la selva de bits. La jungla, a fin de cuentas, siempre ha recibido ese nombre de parte de quien la visitaba. Para Tarzán, por poner un ejemplo, era su casa y se conocía a todos sus habitantes por el nombre y, en algunas ocasiones, el apellido. No hemos alcanzado todavía ese grado de intimidad con el ciberespacio, pero si surgen suficientes nuevos medios vamos en esa dirección.

¿Bastará? Por supuesto que no. Internet nos ha planteado un dilema nuevo. Todo sucede simultáneamente. En el caso de la Sociedad de la Información, las dos han aparecido al mismo tiempo, la sociedad y la información. Y como sucede siempre, la segunda ha corrido más que la primera. Pero los medios de comunicación no preceden a la formación de comunidades humanas, sino que son consecuencias de estas. Me parece que esta es todavía la pata coja de todo este entramado. Tenemos muchos nuevos medios de comunicación que proliferan en los prados de la información digital, pero no tantos en las relaciones humanas que promueven, generan y requieren esa información. Las estructuras sociales del ciberespacio constituyen todavía un andamiaje de inquietante solidez, más cerca del flan que de un buen filete de carne. Su asignatura pendiente, a mi entender, son las redes ciudadanas, las organizaciones comunitarias en red que debieran apuntar a la ciudad digital. Ni siquiera estas redes –las ciudadanas– han comenzado todavía a negociar el espacio que les pertenece con los propios ciudadanos y con la administración. Sobre todo, con los primeros.

La creación de servicios por ciudadanos enredados para ciudadanos enredados es un objetivo todavía contaminado –entre otras cosas– por la larga sombra de administraciones locales que, al parecer, consideran que ellas son las únicas y legítimas proveedoras de dichos servicios. Falta aquí la necesaria reflexión que aclare los campos, no sólo sobre el contenido y características de dichos servicios, sino sobre las oportunidades que representan en la escala de las relaciones sociales, económicas y políticas del nuevo urbanismo. Muchas de estas administraciones proclaman que la clave del éxito reside en promover la competitividad de las empresas que operan en el marco de las redes ciudadanas, pero antes de pestañear ya están cediendo a la tentación de encargarse ellas de procurar las actividades que deberían suministrar dichas empresas.

Los nuevos medios no pueden ser ajenos a esta discusión que, indefectiblemente, les atañe. De lo contrario, por más que funcionen en el ciberespacio, se verán impelidos a trasladar al ámbito digital formas de trabajo propias de la sociedad industrial: si bien su «leit motiv» reside en el procesamiento de información, al no establecer una relación íntima y directa con la comunidad digital a la que dicen servir, acaban por convertir a la información en un fin en sí mismo. Pero no por procesar mucha información se está más cerca de la sociedad de la información. Como máximo se está más cerca de la información. Para aproximarse a la nueva sociedad de la que se reclaman arte y parte, es necesario que tanto su contenido, como la forma de procurárselo y diseminarlo, constituyan un ejercicio dinámico de construcción de redes humanas sin parangón posible en el mundo físico. No por gusto, sino simplemente porque no podrían hacerlo aunque lo intentaran. No tendrían los recursos, las posibilidades o las oportunidades de crear el entramado social que justificara su existencia. Por esta razón –y no sólo por ella– me parece que sólo se puede entender el destino de los nuevos medios en el ciberespacio en función de las redes ciudadanas a las que deben servir, y viceversa. En esta relación mutua tiene sentido hablar de comunicación digital como un producto específico de la Sociedad de la Información.

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