La Carta de Quilmes (y III)

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
21 noviembre, 2017
Editorial: 151
Fecha de publicación original: 19 enero, 1999

Nunca digas que llueve, hasta que truene

Cuando se habla del futuro que aguarda a los países en desarrollo en la Sociedad de la Información, no sólo se suele trazar un único camino unidireccional para salir de la pobreza o el atraso de acuerdo a los criterios establecidos por la Sociedad Industrial (véase el editorial De las TIC a las TSI), sino que lo mismo sucede sobre la evolución de la Sociedad de la Información. Cuando queremos verificar cuál es el estado en que ésta progresa en diferentes partes del mundo, el primer dato significativo que se solicita es el de cuántas personas se conectan a Internet. Y eso implica la existencia de líneas telefónicas, ordenadores, módem, una cierta alfabetización digital y el desarrollo de una incipiente industria de la comunicación y la información. Además, por ese orden. Sin embargo, tampoco hay nada escrito sobre que estos sean los pasos ineludibles y válidos que nos lleven hasta la Sociedad de la Información. No, por lo menos, para todos.

Si seguimos el criterio ortodoxo, América Latina se halla sumergida en una sima informacional muy seria. En estos momentos, el continente de los 300 millones de hispanoparlantes cuenta con 7 millones de internautas, según un estudio reciente de una filial peruana de la transnacional Saatchi&Saatchi (datos, por otra parte, nada fiables). Aunque se prevé un espectacular crecimiento regional muy superior a la media mundial –34 millones de usuarios para el año 2000– (cosa que ya ha sucedido desde 1995, cuando se estimaban en 800.000 los usuarios de Internet), esta cifra apenas representa el 10% del total de la población. Pero los números tan sólo explican una parte de la fotografía. Entre el blanco y el negro hay una riquísima paleta de grises que, a la postre, serán determinantes para configurar la imagen resultante.

A principios de diciembre, se celebraron en Buenos Aires las «II Jornadas sobre ciudad y redes informáticas: la ciudad en.RED.ada», organizadas por el Centro de Estudios e Investigaciones de la Universidad Nacional de Quilmes y el Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Allí se plantearon con vigor algunas de la cuestiones que estamos debatiendo en estos editoriales, en particular el de los requerimientos imprescindibles para acceder a la Sociedad de la Información. Curiosamente, la frontera entre las concepciones procedentes de la Sociedad Industrial, plagadas de intuiciones «imposibilistas» sobre el desarrollo de los países denominados periféricos en la Era de la Información, y las que eran más propias de esta última, estaba marcada no sólo por el hecho de poseer o no un ordenador conectado (por más importante que fuera este hecho en la perspectiva de la Sociedad de la Información), sino por la asfixiante pinza que Gobierno y empresas de telecomunicación (Telefónica y France Telecom) han ceñido alrededor del cuello de los internautas.

Pero el debate acerca de la política oficial sobre el desarrollo de las redes, así como la impenitente condena de la tradicional codicia de la corporaciones telefónicas, no puede ni debe obligar a recorrer el mapa usual sobre el crecimiento de Internet. En el caso particular de Argentina (pero también en el de Bangladesh o la India, aunque por otras vías), la Sociedad de la Información está llegando a los hogares antes que los modem y que los ordenadores, e incluso, que los teléfonos. En Argentina, por ejemplo, la penetración del cable es superior al de líneas telefónicas. Casi el 90% de las viviendas recibe el primero, mientras que apenas el 70% tiene línea telefónica.

En otras palabras, en la vasta mayoría de los hogares hay un enchufe de datos que en estos momentos tan sólo escupe –literalmente– 60 canales de televisión. El tendido suele ser de fibra óptica y con llegada coaxial hasta la vivienda. Sólo la política del gobierno, que en estos momentos favorece abiertamente a las compañías de telecomunicación con las que ha firmado acuerdos para el desarrollo de la telefonía fija y móvil, impide que las operadoras de cable suministren acceso telefónico y de datos en condiciones competitivas. Pero la telefonía y los datos aguardan su momento detrás de prácticamente cada televisor del país. Esto es algo que sólo sucede en unas pocas ciudades de Europa y en casi ninguna de EEUU.

¿Necesitará Argentina un parque de ordenadores como el de Finlandia o Gran Bretaña para acceder a la Sociedad de la Información en condiciones avanzadas? ¿Serán necesarios tantos teléfonos por habitante para construir uno de esos famosos índices de riqueza (o pobreza)? ¿Necesitará invertir miles de millones de dólares –que no posee– en la adquisición de soft propietario cuando éste puede estar accesible desde la red? Y cuando se habla de instalar los recursos en red, desde programas hasta las herramientas avanzadas para navegar por Internet mediante la integración televisor-ordenador, o los famosos NC (ordenadores de red) ¿qué países son los que en estos momentos tienen ventaja desde el punto de vista de las infraestructuras?

Algo parecido puede decirse de los propios recursos de información y conocimiento de la sociedad global. Como se demostró en «La Ciudad enREDada», las iniciativas que comienzan a poblar el ciberespacio argentino llevan camino de convertirse en un verdadero «chupadero de conocimiento a escala global». Por mencionar tan sólo un ejemplo, la biblioteca popular de la Asociación Mariano Moreno de Bernal ha desarrollado un proyecto de biblioteca digital cuyo potencial, tanto para usuarios adultos, como para las escuelas, abre un campo extraordinario para acceder a obras fuera de catálogo mediante el uso de tecnologías baratas y eficaces. Resultaba curioso comprobar que, mientras se presentaban estas y otras iniciativas en la sesión de trabajos prácticos de las Jornadas, muchas de ellas basadas en su conexión con recursos educativos disponibles en red desde otros países, los grandes medios de comunicación consideraban que «todo esto de Internet y la Sociedad de la Información está creando falsas expectativas».

Ni ellos, los medios, ni muchos de los expertos presentes en los debates, podían admitir que las redes de información y la acción ciudadana están dando al traste con la concepción secular de las metrópolis capitalistas. Antes, estas encarnaban la polarización global del conocimiento. Allí se erigían las grandes bibliotecas, las mejores universidades y, por tanto, funcionaban como «aspiradoras de cerebros» de la periferia, que no tenían más remedio que acudir a la metrópolis para enchufarse a los flujos del saber. Hoy, esto no es necesario. Incluso, puede ser que las antiguas metrópolis, se queden atrás ante el nuevo proceso de globalización, como le está sucediendo, por ejemplo, a París. El conocimiento, ayer estático y atesorado en grandes infraestructuras físicas, hoy circula libremente por redes de alcance insospechado. El diseño de la ciudad de ataño, caracterizado precisamente por la acumulación de recursos económicos, tecnológicos y físicos, cede su lugar hoy a ciudades digitales determinadas por la riqueza del intercambio humano (a pesar de su pobreza en recursos tecnológicos) y su capacidad para insertarse en un esquema global. Y estas ciudades no son –ni tienen por qué ser– las que sirvieron para bautizar al resto como periferia, sino todo lo contrario.

Las Jornadas de «La ciudad enREDada» plasmaron fielmente esta visión en sus conclusiones, recogidas en la Carta de Quilmes. En ella se dice: «Concluimos en la necesidad de aunar esfuerzos para trabajar conjuntamente. Nuestro fin es contribuir a superar la dicotomía que amenaza instalarse en nuestra sociedad: globalidad para las organizaciones multinacionales, localidad para los ciudadanos. En tiempos en que Internet produce un aporte diferencial, en el sentido de que actúa como factor de creación de comunidades, resulta indispensable estudiar estos procesos a medida que se producen, para aplicar las conclusiones a la fundamentación de políticas, planes y estrategias que tengan como objetivo dar respuesta a los nuevos modos de exclusión social y que contribuyan a evitar la marginación de la Argentina y Latinoamérica de la Sociedad de la Información.»

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