La calle no es suficiente

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
15 agosto, 2017
Editorial: 123
Fecha de publicación original: 9 junio, 1998

Sabio en latín y tonto en castellano, estudio vano

A William Gibson se le atribuye un dicho más viejo que Rinconete y Cortadillo: «La calle encuentra sus propios usos para las cosas». Esta verdad halla en Internet quizá una de sus mejores hormas. Sobre todo desde que la WWW desmanteló el laberinto que conducía a uno de los espacios más propios y protegidos de la ciencia y la investigación en Occidente. Tres años después, vivimos en una turbulencia callejera propia de vísperas de Navidad. La Red, que fue pergeñada por ingenieros de telecomunicaciones para los militares, explotada por científicos y tecnólogos y conquistada por los esquineros del barrio, ha generado un batiburrillo de experiencias y conocimientos que han conmocionado a todos estos sectores, desde las ingenierías y las ciencias exactas, hasta las ciencias humanas y numerosas actividades profesionales, sin que todavía hayan aparecido los nuevos espacios donde se acometa de manera sistemática la reflexión sobre esta encrucijada y su proyección en la Sociedad de la Información.

Como dejó patente Maig’98: I Congreso Internacional de la Publicación Electrónica, celebrado en Barcelona el mes pasado, las instituciones de educación superior y de investigación, tanto en España como en América Latina (y por lo explicado por algunos ponentes europeos, la situación no es muy diferente en la UE), no han abierto todavía plenamente sus puertas para recibir los aires de cambio y cumplir con su función de avizorar y preparar ese futuro, tan presente, donde viviremos con un pie en el ciberespacio y el otro teletransportado no sé sabe adónde. Al reclamo de que en Internet hay mucha información y no hay forma de saber cómo separar el polvo de la paja, se contrapone el reto de diseñar sistemas organizadores de la información, sistemas capaces de hacer comprender al usuario su propio entorno. Y esta es una tarea que reclama no sólo el ingenio y la intuición de la calle, sino la conjunción de disciplinas, metodologías y sistemas que preparen las condiciones para realizarla. No se trata tan sólo de aprender a «seleccionar información», sino de comprender el mundo actual, de descubrir sus interconexiones más profundas y de prepararnos para trabajar con las múltiples interrelaciones que lo convierten en un sistema complejo y dinámico.

Si miramos a las universidades y los centros de investigación, enseguida descubriremos que las necesidades que están emergiendo desde la Sociedad de la Información no tienen una clara representación en sus programas docentes y de investigación. Una de las razones puede ser que la irrupción de las formas más características de esta era de cambios (Internet, interactividad, nuevos sistemas de distribución y organización del conocimiento, modificaciones en los perfiles profesionales, etc.) se ha masificado e implantado a tal velocidad que les ha pillado con la guardia baja. A fin de cuentas, la WWW no estaba en la agenda de nadie y mucho menos las repercusiones de su veloz incursión sobre diferentes ámbitos del saber. No obstante, sospecho que existen también razones más profundas que la mera sorpresa para explicar el desajuste actual.

Nuestras universidades e institutos tecnológicos, tanto en la vertiente educativa como en la de investigación, están organizados por líneas disciplinarias con territorios claramente demarcados. Cada uno de ellas ha generado sus propias escuelas, su cultura, sus ritos y, por supuesto, sus apóstoles. Por supuesto, este no es el resultado de un diseño perverso, aunque haya parido sus propias perversiones. Nuestros sistemas para valorar la excelencia académica están estrechamente relacionados con estas disciplinas. Todo el entramado de departamentos, titulaciones, sociedades profesionales, etc., se basan en dichos sistemas. Estos, sin embargo, comienzan a chirriar cuando se ven asaltados desde «el exterior» (la calle) y sus fundamentos comienzan a perder sentido. Las primeras reacciones ante estos embates suelen ser soluciones ad-hoc. Es el caso de los másters, la usual fuga hacia delante para cortar a través de la maraña de disciplinas y crear la ilusión de que se está respondiendo a un demanda real. Pero sus pies huelen a barro: la investigación que debería sustentarlos suele llevar el apellido de interdisciplinaria, pero rara vez fomenta seriamente los esfuerzos cooperativos entre diferentes áreas (y representantes) del saber. Los resultados, por tanto, derivan con demasiada frecuencia hacia un cierto tipo de charlatanería respaldada por un título, lo cual emborrona aún más el horizonte.

La solución debiera estar a la altura de la proclamada complejidad del mundo en que vivimos. La Sociedad de la Información ha roto las compuertas del conocimiento y ha vertido parte de su contenido directamente a la calle, y la calle está usándolo. En el campo del periodismo y la comunicación, por citar una de las áreas más prominentes del ciberespacio, vemos cómo han aparecido nuevos actores casi de la noche a la mañana, cómo los ingenieros de telecomunicaciones (y de software, y de hardware) han comenzado a encontrarse en su trabajo cotidiano con comunicadores, historiadores, antropólogos, empresarios, investigadores, etc., con quienes tienen que negociar, definir y diseñar los nuevos sistemas de información en soporte digital. Unos y otros descubren rápidamente que no existen pasarelas prefabricadas para establecer las interconexiones adecuadas entre sus respectivas disciplinas. De hecho, descubren rápidamente la necesidad de redefinir sus propias áreas de conocimiento y el sentido del término multidisciplinareidad, en cuanto forma de enfocar e integrar las parcelas del saber en la era de la información y plasmarla en resultados diseminables (hacia la calle, por supuesto). Durante las sesiones de Maig’98 vimos cómo los estudiantes, los profesionales de los más diversos campos y los investigadores, participaban activamente en debates que, en muchos casos, ya deberían haberse producido en las aulas de las universidades, y escuchaban a gente que posiblemente nunca se planteó el llevar su experiencia y conocimientos hasta dichas aulas. Creo que ese encorsetamiento es el que debemos romper.

Esta es, hasta cierto punto, la idea matriz del centro europeo de la comunicación digital y la publicación electrónica que estamos diseñando de acuerdo a las propias conclusiones del congreso. Su objetivo es superar la rígida compartimentación del saber, aunar los esfuerzos de departamentos y centros de diferentes universidades, atraer a profesores e investigadores para que colaboren entre ellos y con especialistas de campos distintos y encadenar tres eslabones fundamentales: la investigación, la formación y el traslado de los resultados de ambas fases a la creación y orientación de empresas de la información y el conocimiento. Cataluña tiene suficientes recursos humanos y educativos para abordar esta tarea, cuenta con una nutrida y muy activa población internauta puede desempeñar un papel pionero al prefigurar a través de un centro de este tipo –europeo y abierto a la cooperación con América Latina– cómo será la institución futura de la Sociedad de la Información que asumirá el desarrollo del campo de los nuevos medios y las publicaciones electrónicas.

Crear esta institución planteará desafíos muy interesantes. Las instituciones participantes (universidades, administraciones, colegios profesionales, empresas) tendrán que refrenar sus naturales impulsos a montarse sobre uno de los fragmentos de la Sociedad de la Información y cabalgar sobre él como si fuera un espacio propio y único. Un centro como el mencionado requiere un elevado grado de cooperación entre universidades, institutos de investigación y los mejores especialistas en un amplio abanico de materias (desde la historia y la antropología, a la ingeniería y la informática, pasando por la pedagogía, la psicología social, la demografía, la ecología, la biología, la comunicación social, los estudios empresariales o la economía). Actuar en el ciberespacio mediante publicaciones electrónicas, a través de estas plataformas de información y conocimiento, exigirá de sus protagonistas un serio esfuerzo de síntesis para desvelar las conexiones cruciales más discretas, y no sólo las más aparentes, de un mundo capturado en una red de comportamiento incierto y proyecciones no necesariamente muy risueñas. La institución capaz de ofrecer esta visión no existe todavía. Pero podemos seguir pensando sobre ella y cómo construirla.

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