La boda del siglo

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
11 abril, 2017
Editorial: 87
Fecha de publicación original: 30 septiembre, 1997

La fortuna es ciega y no sabe con quien pega

Dentro de cuatro días se celebra un importante acontecimiento de dimensiones globales. No, tranquilos, no me refiero a la principesca boda en la Catedral de Barcelona, aunque también tiene mucho que ver con ello. Una mañana del 4 de octubre de 1957, hace ahora 40 años, los habitantes de este planeta se despertaron con el ahora famoso bip-bip del Sputnik danzando sobre sus cabezas. El lanzamiento del primer satélite artificial dedicado a la meteorología y las comunicaciones, cuya posibilidad ya había pronosticado el escritor de ciencia-ficción Arthur Clark tan sólo una década antes, conmocionó en aquel entonces a un mundo dividido en dos bloques. Poco imaginaban soviéticos y norteamericanos, que siguieron rápidamente la estela de los Sputnik para lanzar la carrera espacial, que aquellos artefactos estaban cavando la fosa de la guerra fría y abriendo, de paso, un camino de insospechadas posibilidades que conducía hacia el fin de la confrontación entre los imperios y el principio de la sociedad de la información. Aquel satélite soviético y la subsiguiente carrera espacial de la URSS, ensalzada como el máximo logro de una sociedad hermética, férreamente jerarquizada, autoritaria e impermeable, se convirtió al cabo de 30 años en la metáfora más nítida de la incapacidad del régimen para asumir en todas sus dimensiones sociales, políticas y económicas las consecuencias de su propio desarrollo tecnológico. El precio que pagó por ello es parte de nuestra historia inmediata.

¿Y cuáles fueron estas consecuencias? La pléyade de satélites que desde aquel 1957 comenzaron a orbitar la Tierra convirtieron el espacio exterior en los cimientos de un nuevo edificio sustentado en una variable hasta entonces –y todavía por mucho tiempo después– apenas percibida como un factor clave del cambio económico y social: la comunicación. Quizá ayudó a ello el que, como ha sucedido en toda la historia de la comunicación moderna, no fue el mercado, el sacrosanto mercado, el factótum de este alumbramiento. Los satélites, como las redes telemáticas y las tecnologías de la información que ellos prohijaron, las cuales crearon las condiciones, entre otras cosas, de Internet en EEUU y la debacle política en la URSS, fueron el producto de una bipolarización del escenario político mundial en el que las fuerzas armadas de las dos superpotencias desempeñaron el papel de discretas parteras.

Las repercusiones de la apropiación del espacio exterior, aunque en un principio benefició fundamentalmente a las dos superpotencias, fueron globales. El 11 de julio 1962 se unieron por primera vez los receptores de Europa y EEUU en un histórico programa de TV. Gracias al satélite Telstar, puesto en órbita por EEUU, las imágenes del vicepresidente Johnson y de funcionarios de la compañía constructora, así como las notas del himno de EEUU, llegaron nítidamente a los receptores a ambos lados del Atlántico después de un viaje de 4.800 kilómetros Tierra-satélite-Tierra. Una estación de escucha en la costa bretona aseguró que las imágenes recibidas en Francia eran de tal calidad que parecía que la emisora estaba a 40 km. Dos semanas después, el 29 de julio 1962, a las diez menos cuarto de la noche, el teniente alcalde de Bilbao, Emilio Ybarra, conversaba por teléfono con el alcalde de Pittsburgh, la primera vez que se establecía este tipo de comunicación con EEUU desde España a través del Telstar. Un par de horas más tarde le tocó el turno al alcalde de Toledo, quien mantuvo una conversación con su colega del otro Toledo, ciudad de Ohio, EEUU. Digo esto sólo para mostrar que, aunque seguía en pie la barrera física y espiritual de los Pirineos, España no era ajena a estos balbuceos de la mundialización de la sutil mano de las comunicaciones.

Siguiendo la estela del Sputnik, en los 80 nos encontramos con otro acontecimiento que fue valorado fundamentalmente desde el punto de vista político, pero cuyo impacto fue demoledor sobre el edificio de la comunicación: La guerra de las galaxias. EEUU, con Ronald Reagan en el poder, da una vuelta de tuerca a la guerra fría y, de paso, a su postura política de los años 60 y 70. Para la Casa Blanca (ese lobby integrado por los sectores más poderosos de la política y la industria civil y bélica, según Eisenhower, uno de sus presidentes), la cuestión ya no era retener una cierta capacidad de respuesta a un ataque nuclear (origen del sistema de telecomunicación que derivó en Internet), sino directamente impedirlo. La guerra de las galaxias se proponía destruir en vuelo los misiles nucleares intercontinentales procedentes de la Unión Soviética. Para ello era necesario desarrollar un mecanismo complejo y multicomando capaz de detectar el disparo de misiles enemigos, calcular su trayectoria, preparar la respuesta y lanzarla al espacio, discriminar durante el vuelo los señuelos de las bombas verdaderas, apuntar hacia los objetivos las armas especialmente diseñadas para esta tarea (láser, microondas, impacto directo guiado por radar o sensores de diferentes tipos, etc.) y destruir absolutamente a todos los proyectiles enemigos en la alta atmósfera.

Estas funciones había que cumplirlas entre el minuto cero y el minuto 7 a 10 desde el momento del disparo en la URSS (o en cualquier punto del océano). No había más tiempo para detectar, verificar, calcular, disparar, interceptar, discriminar y destruir el arsenal enemigo antes de que este cayera sobre las cabezas de los norteamericanos. Dicho en otras palabras, no había mente humana capaz de procesar en ese tiempo toda la información necesaria para tomar las decisiones correctas en cada fase. La única salida era la automatización de cabo a rabo de todo el proceso. Era necesario, por tanto, crear un dispositivo de comunicación inexistente hasta entonces en el que se condensara toda la capacidad y poderío alcanzado por los tres desarrollos vertebrales de la futura sociedad de la información: satélites, ordenadores y redes de telecomunicación.

La guerra de las galaxias no produjo ni una sola arma digna del apellido galáctico. Fue una estrepitosa fanfarronada. Pero desde el punto de vista de la automatización de las telecomunicaciones, de la ampliación de la capacidad operativa de los satélites y, sobre todo, del funcionamiento y proliferación de las redes de telecomunicación, su impacto fue definitivo. Prácticamente, la investigación medular de las guerras de las galaxias se condujo a través de ArpaNet que, a su vez, se benefició directamente de los avances que se registraron sobre todo en lo que afectaba a la propia funcionalidad de las redes telemáticas. ArpaNet canalizó las comunicaciones entre los centros de investigación e incrementó hasta límites inéditos el giro de la producción científica y tecnológica. Incluso transmitió la sensación de que efectivamente los objetivos de la guerra de las galaxias eran alcanzables. ArpaNet tuvo un impacto decisivo sobre la economía de EEUU desde mediados de los años 80 hasta el final de la década.

La URSS trató de mantener el ritmo, pero le fue materialmente imposible. Un país donde el uso no autorizado de la fotocopiadora podía acabar con el infractor en la cárcel o el destierro, trataba de parar a su gigantesco enemigo tirándole garbanzos con la mano. La tensión que impuso la necesidad de mejorar la comunicación de su propio sistema para no perderle el paso a EEUU acabó derribándolo. Como anotó Popov, uno de los asesores más cercanos a Gorbachov en los primeros momentos de la perestroika, «ni una sola de las estructuras sociales, económicas y políticas de la URSS estaba preparada para soportar una comunicación más fluida y mejorar su funcionamiento. Apenas se abría ligeramente la compuerta, el cambio era tan profundo que la estructura se caía como un castillo de naipes.» Finalmente, casi de un día para otro, lo que se cayó fue todo el imperio. El proceso de globalización entraba en una nueva fase sostenido y vehiculado por las redes de telecomunicación. Desde principios de los 90, con el muro de Berlín ya por los suelos, ArpaNet se convirtió en Internet.

Merece la pena no olvidar que fue precisamente aquel modesto Sputnik de 1957 el que dio el pistoletazo de salida más importantes hacia este mundo que habitamos hoy. Sin aquel cacharrito emitiendo su bip-bip, hoy, por ejemplo, no habría cientos de millones de personas cuyas posaderas ya hormiguean de inquietud por sentarse ante el televisor para ver otra boda del siglo *. La de la tecnología con la comunicación.

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* El 4/10/1997, se casaron en la Catedral de Barcelona la Infanta Cristina e Iñaki Undargarín.

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