Redes de conocimiento

Nuevo periodismo y redes de conocimiento. La revista en.red.ando.

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
15 octubre, 2015
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Esta historia arranca aproximadamente en 1993-94, cuando, en vez de disfrutar del ir y venir de correos electrónicos y de las maravillas que ofrecía la comunicación por Internet, como hacía la vasta mayoría de internautas, y que por ello les convertía en seres extraordinarios en un mundo fascinante, comencé a experimentar en algo que me parecía diferente: la organización de procesos de comunicación digital, el diseño de flujos de información y, por tanto, la creación de medios digitales, frecuentemente buscando metas desconocidas. Esto suponía extraer el poso de mezclar mi experiencia con el diseño, por basto que fuera a la luz de lo que ha sucedido en los años siguientes, de esta naturaleza artificial, virtual, que crecía diariamente ante mis ojos. En ocasiones me movía en territorios bien cartografiados, en los que buscaba resultados específicos a partir de lo que más tarde se denominarían arquitecturas digitales: la construcción de espacios virtuales específicos, gestionados mediante una metodología para que sucediera algo que superara a la mera generación de información y desembocara en la generación y gestión de resultados, producidos entre todos los involucrados. Resultados, además, que fueran “operativos”. Es decir, que podían utilizarse para hacer o conseguir lo que se buscaba.

Esto escapaba al periodismo tradicional, a pesar de que los espacios virtuales de aquella época no estaban concebidos para ir más allá de la frontera de la generación e intercambio de información. Las listas de correo y los newsgroups ponían en contacto a gente de diferentes partes del mundo, quienes intercambiaba información muy diversa, sin mayores explicaciones sobre los sustratos sociales, económicos, políticos, raciales, religiosos, culturales, o geográficos de donde procedían. Algo nunca visto, lo más parecido a vivir una revolución en vivo y en directo, sin pedirla, ni entenderla.

Para estas experiencias que inicié en 1993-94 utilicé varias redes: GreenNet, que pertenecía a la Association for Progressive Communications (APC, actualmente tiene página en castellano) y la plataforma Compuserve, entre otras de menor dimensión y alcance. En ellas empecé  a detectar una verdad de perogrullo ante el batiburrillo humano con el que convivía: si no había contexto, el valor de la información que se intercambiaba era más bien magro, a menos que tratara de incrementarlo ya fuera añadiéndoselo o buscándolo en su origen, en su fuente. Frecuentemente, ese proceso de “creación” se mezclaba con la fascinación por el medio, lo cual apuntaba en dos direcciones curiosas y peligrosas: por una parte, si dicha fascinación se aposentaba como un canon, la superficialidad de la información que se intercambiaba se convertiría en un factor dominante, a la que se le insuflaría un elevado valor simplemente por la facilidad de consulta o de intercambio, o por el prestigio de la plataforma que lo distribuyera. Por la otra, para contrarrestar esta tendencia y generar información sustancial y significativa, había que añadir el factor de la “gestión”, capaz de crear contextos que modificaran y enriquecieran el proceso de intercambio.

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