Redes de conocimiento

Los sedimentos del ciberespacio

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
15 diciembre, 2011
Página 2 de 3

La Historia de la Red, con mayúsculas, y casi todas las historias que la componen, han madurado en barricas difíciles de localizar actualmente, en muchos casos incluso se han perdido quizá para siempre. El agujero negro digital se las ha tragado tras cada convulsión que ha sacudido al ciberespacio. Sucedió con el tránsito hacia la web a partir de 1994, cuya aparición estelar en Internet de la mano de los navegadores y de páginas llenas de colores, bellas tipografías, imágenes estáticas o móviles, audio y la promesa de una cascada de maravillas encapsuladas en aquel código, liquidó una parte todavía incalculable de la información, conocimiento, experiencias, experimentos, iniciativas, etc., que habían generado sobre todo decenas de miles de  comunidades virtuales desde finales de los años 80 del siglo pasado, ya fuera a través de BBS, listas de distribución, plataformas tecnológicas públicas de discusión o de elaboración y ejecución de proyectos, como USENET o APC, o privadas, como Compuserve, AOL o TCN. Los internautas de aquella época, cuando las pantallas de los ordenadores eran oscuras, mudas y estáticas,  literalmente no tuvieron tiempo (ni ganas, ni recursos) para trasladar cantidades ingentes de información a la cada vez más predominante y omnipresente estructura digital en Internet, la World Wide Web. Aquel naufragio fue catastrófico, pero alegremente asumido porque un nuevo amanecer iluminaba el ciberespacio y los nuevos que venían a disfrutarlo no sabían qué se habían perdido.

Otro tanto, pero con diferentes características, volvió a ocurrir tras el meteorito bursátil que destrozó la burbuja de las puntocom. Y cuando todo el mundo parecía feliz y contento con las potentes herramientas de publicación personal que emergieron tras esa hecatombe, como los blogs y las wikis, ¡zás!, aparecieron las plataformas de medios sociales (social media), como MySpace, Second Life o Facebook, por mencionar sólo a algunas de las más populares, y la historia de Internet volvió a reescribirse y, otra vez, una parte de su información y conocimiento se fue por ese famoso agujero negro digital que algunos estudiosos sostienen que se ha engullido ya a 4/5 parte de todo lo publicado en la Red desde su creación. Unas veces motivado por cambios espectaculares, como el de la web, otras porque la continuidad y sostenibilidad de los proyectos no son precisamente las virtudes más cultivadas en el jardín digital.

Contra esa poderosa tendencia del “Game Over” es que se publica esta Historia Viva de Internet. Es apenas una píldora, o un remedio casero, sí, pero viene desde adentro y es una forma de combatir a ese desaguadero de experiencias, ilusiones, inteligencia, talento, visiones y, muchas veces, desastres personales, colectivos o corporativos, que han tenido como único escenario Internet y como protagonistas a sus usuarios.

La historia que aquí presentamos no está escrita, como suele ser habitual, después de los acontecimientos, sino durante. Es una de las extrañas ventajas que proporciona la Red. Tras diversas experiencias como internauta en El Periódico de Cataluña y en diversas redes, como GreenNet o Compuserve, entre otras, me pareció que la aparición del ciberespacio suponía la discreta e invisible conformación de un nuevo universo que venía cargado de  promesas, riesgos, relaciones insospechadas, reformulaciones y visiones que requerían una reflexión más sistemática y profunda que la espasmódica o superficial que, por aquel entonces, admitían los medios de comunicación. En la Red ya había millones de personas que se afanaban en un abanico inabarcable de actividades, pero no había análisis y reflexión sobre lo que esto estaba suponiendo, sobre el impacto individual y colectivo de la progresiva e insidiosa penetración de Internet.

En esas circunstancias, el martes 9 de enero de 1996 publiqué en el ciberespacio “La torre de Babel inteligible”, un editorial bajo el genérico nombre de en.red.ando. Ya estábamos en “época web” y poco podía imaginar en aquel momento que ese ejercicio lo repetiría desde entonces cada martes hasta el 27 de julio de 2004, salvo durante un par de periodos de vacaciones estivales en los que Karma Peiró e Ibán García Casal me reemplazaron. En total, 434 editoriales que se publicaron desde el principio en castellano e inglés, a cuyas lenguas se añadió después el catalán y el gallego. Los textos los anunciaba como una reflexión y análisis de lo que sucedía en Internet, con especial énfasis en el impacto social, económico, cultural, político, científico, etc., que iba produciendo a medida que la Red se desplegaba e incorporaba a más y más aspectos del quehacer de nuestras sociedades.

print

Páginas: 1 2 3