Irak: plato único

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
2 mayo, 2017
Editorial: 94
Fecha de publicación original: 18 noviembre, 1997

Ir contra la corriente no es de hombre prudente

Mientras dentro y fuera de la Red se debate cómo discriminar la información fidedigna de la falsa, cómo certificar lo genuino frente al camelo, cómo distinguir al interlocutor deseado del impostor infiltrado, ahí tenemos de nuevo a EEUU vendiéndonos cuanta basura su Departamento de Defensa es capaz de vomitar. No se quedará en el vertedero. Una buena parte del mundo biempensante está dispuesto a tragársela sin pensárselo dos veces. La mercancía, otra vez, es Irak. Y la prueba que refrenda las mentiras de la Casa Blanca procede –¡cómo no!– de la tecnología. Ahora son los U-2, los aviones espías que saltaron a la fama cuando un cañonazo soviético bajó del cielo a Gary Power (muchos lectores tendrán que escudriñar en las hemerotecas para los detalles). Es extraordinario lo que consiguen estos aviones de la CIA. Después de 6 años de bombardear, desmantelar, inspeccionar, revisar y controlar toda la infraestructura industrial civil y militar iraquí, todavía consiguen detectar con una claridad meridiana fábricas de armas bacteriológicas o químicas, arsenales de misiles cargados con cabezas de destrucción masiva e instalaciones militares donde se cocinan las amenazas del mañana para Nueva York y Dallas. Alguien debería decirle a Saddam Hussein que deje de poner letreros luminosos en los tejados de sus factorías bélicas: los U-2 babean fotos de precisión milimétrica cada vez que los enciende por la noche para alegrar la vida de sus conciudadanos. Y, después, ya sabemos lo que pasa. La comunidad internacional se espeluzna cuando le dicen que «hay fotos» (que nunca ve) y se le escurren los portaaviones hacia el Golfo que es un contento.

Mientras todo esto sucede, la única verdad con la que nos quedamos en las manos son las mentiras del Pentágono. Resulta cuando menos curioso comprobar cómo tanta gente de pro preocupada por la inseguridad de las redes, está dispuesta a creer a pie juntillas historias imposibles de comprobar que tan sólo generan una mayor inseguridad a escala de la tan llevada y traída comunidad internacional. No sólo a creer, sino a dar apoyo a las hazañas bélicas de represalia por parte de la única superpotencia que queda por el mundo.

La guerra de Irak fue el último aldabonazo de una forma de manejar los asuntos de las naciones a partir del secuestro de la información. Y todavía no somos capaces de reaccionar a los sarpullidos primaverales de EEUU cada vez que el dictador iraquí pega un zapatazo en el suelo y dice ¡basta! Entonces nos ponemos todos muy gallitos porque eso no se puede tolerar, a pesar de que no dispongamos de una sola brizna de información que nos permita aproximarnos a los acontecimientos con algunos elementos plausibles para elaborar un juicio. Por suerte para Clinton, Irak es una comunidad excluida de las redes. No hay forma de obtener información contrastada de la propia población iraquí. Y eso quiere decir, sin duda, que seguramente no están tramando nada bueno.

Sin embargo, haberla, hayla, la información. Por ejemplo, la malnutrición es un problema que afecta ahora a todos los sectores de la población iraquí y no sólo a la infantil, como era el caso hasta hace tres años. La sociedad más avanzada de Oriente Medio después de la israelí fue devuelta a la edad media gracias al bombardeo sistemático de objetivos civiles durante la guerra, como denunció el propio informe de la ONU elaborado tres semanas después de acabado el conflicto bélico. Puentes, plantas potabilizadoras, depósitos de agua, plantas hidroeléctricas, canalizaciones de riego, pantanos, granjas experimentales, concentraciones de ganado, etc., fueron barridos por un verdadero bosque de fuego que no quisimos ver tras los arbolitos de los misiles inteligentes que entraban por una ventana y mataban sólo a quien llevara más de tres estrellas en las hombreras.

Lo mismo sucedió con la infraestructura militar. La basta argucia de la «tecnología de doble uso» –civil y militar– le permitió a EEUU establecer una vigilancia permanente sobre el único país árabe (aparte de Irán cuando se pensaba que iba a ser la potencia pro-estadounidense de la región) que invertía los excedentes del petróleo en desarrollo económico en vez de apuntalar castas reales, por más que el sistema político resultante no recibiera la vitola de aprobación de la escuela de Her Majesty. Durante siete años, cualquier industria que produjera bienes para el ejército, desde pantalones a leche pasteurizada, ingresaba automáticamente en la lista de instalaciones militares susceptible de permanecer vigilada y, por tanto, de no introducir mejoras so pena de sufrir represalias. Uno de los sectores que más ha sufrido esta política ha sido, lógicamente, el de refrigeradores. Las neveras son vitales para mantener en buen estado los alimentos, eso lo sabemos todos. Pero el motor de una nevera es también una pieza clave en un coche, una camioneta o un avión. Y ya sabemos cómo las gasta Hussein cuando tiene estos cacharros a mano. Sobre todo los aviones. Por tanto, no puede tener fábricas de neveras so pena de acusación de estar incrementando el arsenal militar.

Cuando la Unicef y la FAO alertaron (tarde, como siempre) del grave problema de malnutrición que se extendía como una mancha de aceite por Irak, la Resolución 986 del Consejo de Seguridad de la ONU aceptó intercambiar «petróleo por alimentos» en diciembre de 1996. A pesar de la prórroga de este acuerdo en junio de este año, las agencias de Naciones Unidas aseguran que la malnutrición está pasando una elevada factura en muertes y discapacitaciones de todo tipo, entre niños y adultos. La misión de la FAO que visitó recientemente el país y emitió un informe el mes pasado, explicó que «entre 1991 y 1997 se pudo evitar una catástrofe nutricional gracias a las raciones de alimentos suministradas en el centro y sur de Iraq por el Gobierno y, en el norte, por el Programa Mundial de Alimentos y muchas ONG». Exactamente qué significa «evitar una catástrofe nutricional» no queda claro del informe, cuando en diferentes partes asegura que la desnutrición sigue siendo un grave problema en todo el país y los hospitales, en particular los pediátricos, atienden fundamentalmente casos de malnutrición para los que no hay medicina que cure lo que un buen plato de arroz con pollo. La FAO, con ese lenguaje tan propio de burócratas con inmunidad diplomática, asegura que «es difícil determinar todo el impacto nutricional de la RCS 986, ya que la primera distribución de harina de trigo se hizo en abril y sólo en agosto se comenzó a entregar a la población una ración completa».

Aparte de esta ayuda, los técnicos de la agencia de la ONU para la alimentación y la agricultura verificaron que las cosechas son escasas «debido a la mala preparación de la tierra por falta de maquinaria e insumos, el empeoramiento de la calidad del suelo y los sistemas de riego y las plagas y enfermedades de los cultivos. La producción de los principales cereales totalizó 2.200 millones de toneladas en 1997, el volumen más bajo desde 1991». Lo que no dice la misión de la FAO es que Irak no puede fabricar los fertilizantes que necesita porque EEUU ha decidido que esas instalaciones son de doble uso. Al parecer, por la mañana, cuando los U-2 pueden fotografiar bien, Saddam se dedica a manufacturar productos nitrogenados para el campo. Por la noche, sobre todo cuando no hay Luna y el cielo está nublado, prepara las cargas químicas para la próxima guerra. En realidad, EEUU tiene razón: así es como ellos mismos fabrican sus armas de este tipo, por eso saben lo que da de sí una planta de fertilizantes. Cuando ya no quede ninguna en Irak en aras de la paz de la comunidad internacional, entonces levantarán el embargo de ese sector y obligarán a los iraquíes a comprar todo lo que necesitan en el exterior. O sea, a ellos, o a los alemanes, a los ingleses e incluso a los españoles, que para algo su Gobierno siempre estuvo dispuestos a ceder desinteresadamente sus bases militares para un buen bombardeo, siempre que fuera, eso sí, para cumplir con los elevados objetivos de la comunidad internacional.

Irak, y no las vicisitudes anecdóticas de la Red, muestra a las claras el peligro de que la información que sirve para tomar decisiones dependa exclusivamente de una única fuente sin contrastar. Irak enseña que los contenidos en Internet deben llegar hasta sectores sociales de tal entidad como para extraer de ellos información que rete la visión del mundo de los lobbies político-industriales-militares. Irak, en fin, es un descarnado ejemplo de cuán lejos estamos todavía de hacer conexiones significativas entre nuestros «tremendos» problemas provincianos y los «triviales» acontecimientos mundiales. Desde este punto de vista, la globalidad no es más que una broma estúpida.

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