Internet y el medio ambiente

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
24 julio, 2016
Editorial: 16
Fecha de publicación original: 23 abril, 1996

Fecha de publicación: 23/04/96. Editorial 016.

El más grande árbol, fue antes arbolillo 

Las praderas del ciberespacio están edificadas sobre bosques en pie. Los bits, por ahora, y aunque estemos lejos todavía de un cacharrito que nos permita leer la información en cualquier situación y con la flexibilidad que exija la situación, llevan en su código genético la posibilidad de dejar los árboles donde están. Necesitaremos papel, desde luego, pero no en la forma como ahora lo consumimos. Sin bits de por medio, la demanda de pulpa de papel está destinada a crecer considerablemente en un futuro próximo, según indican las tendencias actuales. En principio, los sistemas de distribución de información en red podrían atemperar estas proyecciones confeccionadas para un mundo cada vez mas alfabetizado que sacia su sed de información y conocimientos fundamentalmente a través del soporte de papel.

La crisis de los precios del papel de los últimos años apuntan en una dirección inequívoca: el costo del papel aumenta constantemente. Y este costo, término medio, representa ya más del 20% de la cuenta de gastos de los medios de comunicación escritos. La espiral alcista descansa en muchas razones. Pero hay un ramillete de ellas que son de particular interés para la polarización que está cuajando entre la información transmitida por medio de átomos o de bits. Cada día crece el número de personas que lee en todo el mundo. Los países en desarrollo asocian justamente la distribución de la información con la elevación cultural de sus pueblos para afrontar los nuevos desafíos que plantea el mercado mundial. En los países ricos, sucede lo mismo pero, además de en términos de cantidad, también en densidad: la información en papel se diversifica constantemente en publicaciones de distinta índole que profundizan o se especializan en un amplísimo abanico de temas. El crecimiento del consumo de papel está asegurado por este lado durante bastantes años, con el consiguiente impacto en la materia prima: los bosques.

Y es aquí donde se perfila un horizonte frente al que la sociedad de la información tendrá que tomar una decisión. Por una parte, no hay suficiente madera para satisfacer la demanda. La agricultura forestal está esencialmente en manos de las propias compañías productoras de
papel de los países ricos; una relación industrial que posiblemente cambie en los próximos años con la aparición de nuevos centros productores en otros países menos desarrollados. Pero tanto la tala de bosques para la producción de papel, como el propio proceso industrial de su fabricación, plantean problemas medioambientales sobradamente conocidos y de límites previsibles.

No sería raro que a la vuelta de la esquina nos encontremos con el siguiente escenario: el impacto medioambiental de la deforestación y la dificultad de reforestar al ritmo de que impone la demanda de papel, encarecerá este por encima de los límites soportables por laspropias empresas de medios de comunicación. Por otra parte, la propia opinión pública podría “castigar” la abundancia de papel impreso y sus  ineludibles consecuencias sobre el medio ambiente. La deforestación y las industrias contaminantes no serán los temas más adorados por la sociedad del próximo siglo, que se verá abocada a solventar la factura del cambio climático y la contaminación global. En estas circunstancias, parte de esta cuenta podría traducirse en un retraimiento general del público hacia los medios que distribuyen su información en un soporte cada vez más caro y, a la vez, directamente relacionado con la problemática ambiental.

En esta encrucijada, el dibujar los escenarios emergentes pertenece al territorio de la especulación y la adivinación. De todas maneras, no podremos saltarnos a la torera la competencia que plantearán sistemas electrónicos cada vez más baratos de distribución de información a través de redes y de equipos “amistosos” con el usuario y con el medio ambiente. Por contra, los periódicos de papel tenderán a encarecerse, se verán obligados a reducir el número de páginas y, a cambio, no tendrán más remedio que ofrecer una información mucho más selectiva y depurada que la actual. Su privilegiada experiencia profesional se volcará en nutrir al público con lo que tantas veces han prometidos y en tan
escasas ocasiones han cumplido: una dieta basada en análisis e interpretación de los acontecimientos cotidianos. O sea, serán bienes de consumo de categoría (¿de lujo?).

La cuestión es si llegarán a tiempo a este cambio y reestructurarán sus productos para interactuar adecuadamente con los que ya están tomando la delantera en Internet. Tienen razón los medios de comunicación de la era atómica, desde luego, cuando defienden la vigencia del soporte de papel durante muchos años. Pero este soporte no llegará a nuestras manos en la misma cantidad y calidad de hoy. Y, en este caso, la cuestión no estriba en saber si el papel perdurará, sino qué empresas edificadas sobre la tala de árboles se mantendrán cuando las sierras se vean obligadas a apagar sus motores. El factor medioambiental puede dejar a muchas de ellas en la cuneta.

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