Hogar-Net

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
4 octubre, 2016
Editorial: 35
Fecha de publicación original: 3 septiembre, 1996

Fecha de publicación: 3/9/1996. Editorial 035.

Por la casa se conoce el dueño

Una de las imprevisiones más clamorosas de la Declaración de de los Derechos del Hombre fue que no incluyera el teléfono y el televisor como dos derechos básicos del individuo moderno. Pero la Revolución Francesa no podía estar en todo. Ni siquiera mencionó el coche, ese paradigma de la libertad individual que cualquier legislador postindustrial de una Carta Magna no hubiera dejado ni para más allá del tercer derecho inalienable. Afortunadamente, la burguesía tomó buena nota de esas lagunas y confió al capitalismo moderno su debida reparación. Hoy, todo hogar bendecido por la mano visible del neoliberalismo disfruta de tantos televisores y teléfonos como miembros adultos (y adolescentes) componen la familia. La multiplicación de coches anda por el mismo rumbo en EEUU (alguna enmienda de la Constitución debe amparar el derecho a ir sobre cuatro ruedas incluso hasta al retrete), para envidia de otros ricos con menor cobertura legal y rodada, como Europa y Japón.

¿Sucederá lo mismo con Internet? ¿Tendremos la Red en el hogar con la suficiente ubicuidad como para cubrir todas las necesidades posibles, desde las del enano que recién empieza a visitar el jardín infantil hasta las del abuelo adicto a “Canas-Net”? (alguien inventará, más pronto que tarde, esta imprescindible versión nuestra de SeniorNet). Si la entrada de Internet en el ámbito doméstico es por vía del televisor, como prometen varios operadores de televisión, por lo menos ya existe un buen parque de receptores como para evitar las fricciones más previsibles entre los miembros de la familia por asegurarse una jugosa “cuota de pantalla”. Aún así, todo apunta a que ésta será una solución transitoria. Internet por TV tardará mucho tiempo en gozar de los rasgos más sobresalientes que ofrece el ordenador (potencia, diversidad de funciones, memoria, velocidad de procesamiento, etc.). Y un híbrido televisor-ordenador nos devolvería a la época de la Declaración de los Derechos del Hombre: estaríamos a cero kilómetros de nuevo y con la obligación de comprar tantos aparatos como voraces consumidores integran la familia (y que nadie se engañe: el televisor-ordenador no será un chisme barato durante bastantes años).

Si Internet debe entrar en la casa –y parece evidente que este es un paso ineludible para que la Red desarrolle todo su potencial social–, por ahora el milagro parece depender de la multiplicación de los ordenadores. Una familia conectada está abocada a sufrir embotellamientos peligrosos para la salud colectiva cuando coincidan las ganas del padre de revisar su correo electrónico, las de los niños de jugar con el CD-ROM, aprender a navegar por la web o hacer sus tareas escolares consultando bases de datos, y las de la madre de comunicarse con otros miembros de FeminiNet (otra red en busca de un creador). El pequeño problema es que comprarle un ordenador a cada uno, a 200.000 pelas por cabeza de media, eleva la broma como mínimo a las dimensiones de un viaje a Disneylandia (independientemente de la parte del mundo donde se origine el viaje y del lugar donde se encuentre el parque de atracciones) para una familia de 4 por una semana. Algo que no está al alcance ni siquiera de una cifra significativa de hogares de los países ricos.

La solución parece que vendrá no por el lado de los aparatos (ordenador o televisor-ordenador), sino del cableado. A finales de este año comenzará a probarse en EEUU una nueva tecnología desarrollada por Wyse Technology consistente en una combinación de cables y cacharritos que convierten a un PC en múltiples ordenadores, todos interconectados. Cada dispositivo, aunque no es en realidad un ordenador de sobremesa –pero dispone de pantalla de colores, lector de CD-ROM y gigabytes de memoria a un costo de unos 500 dólares– funciona como un segundo, tercero, o cuarto (hasta diez, por ahora) terminal de Windows, conectados todos a un único PC, con el que comparten todos los programas, incluida la conexión a Internet. La triquiñuela está en el cableado que incorpora los rasgos de los flamantes Ordenadores en Red (Network Computers –NC–). Desde cada terminal se pueden hacer cosas distintas al mismo tiempo. Y los padres preocupados por lo que hacen sus hijos (que los hay), siempre podrán echar un vistazo desde el ordenador principal a las actividades de los pequeños mientras navegan por la web. Es lo que los físicos calificarían como una única solución elegante a un múltiple problema espinoso.

Sin embargo, estos nuevos desarrollos no sólo abren la puerta del hogar a Internet, sino que también, al mismo tiempo, jerarquizan de manera discreta, pero poderosa, el mercado de las redes, mucho más que las cacareadas y, por ahora, temidas intervenciones de las grandes corporaciones o de los gobiernos. El hogar cableado representa la pirámide del desarrollo tecnológico no sólo de un país, sino, sobre todo, de sus sectores sociales con mayores ingresos y abundancia de recursos de todo tipo. El NC aplicado al ámbito doméstico puede alumbrar un mercado nuevo, poderoso, que reclame el desarrollo de aplicaciones propias para satisfacer la multiplicidad de intereses familiares sujetos a elevados niveles de renta. Si este tipo de Hogar-Net fructifica, todo indica que durante los años próximos la “American Family Way of Life” puede dejar una profunda huella en los contenidos de Internet. Sobre todo en los campos de la educación y el ocio, los dos sectores de mayor potencial en la Red. Tema en el que las entidades preocupadas por la dimensión social de Internet tendrán que invertir una buena parte de su inventiva para proteger la diversidad cultural de las comunidades internautas.

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