HAL habita entre nosotros

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
6 diciembre, 2016
Editorial: 54
Fecha de publicación original: 14 enero, 1997

Fecha de publicación: 14/1/1997. Editorial 54.

Secreto de tres, secreto no es

El aniversario ficticio de HAL 9000, la máquina concebida por Arthur Clarke y Stanley Kubrick para controlar la nave Discovery en su odisea del 2001 y que «debía comenzar a funcionar el 12 de enero de 1997», ha estimulado una nueva ola revisionista del mundo de la computación, en general, y de los postulados de la inteligencia artificial, en particular. Sólo que, en esta ocasión, sorprendentemente, la inmensa mayoría de los comentaristas de turno no se han atrevido a violar el marco de aquella ficción, a pesar de moverse hoy en un paisaje profundamente modificado con respecto al de hace casi 30 años (el libro The Sentinel y la película aparecieron en 1968). Cuando la cinta se estrenó y dejó boquiabierto a todo el mundo, el hombre no había pisado la Luna (aunque fuera de EEUU ambas cosas, el estreno y el vuelo de la Apollo XI, se fundieron en un solo acontecimiento), el PC no existía (el primer prototipo «strictu sensu» acompañó a Armstrong en su histórica misión) y el 99,999999% de los espectadores jamás había entrado en contacto físico con un ordenador. Estas máquinas eran entonces inmensos armatostes manejadas por mentes privilegiadas que se dedicaban, entre otras cosas extraordinarias, precisamente a eso, a lanzar naves al espacio o calcular eventos tan esotéricos que necesariamente sólo podían tener uso militar. Ningún mortal de a pie le había pasado la mano por el lomo a un ordenador, ni estaba tal acontecimiento entre sus expectativas de vida, ni maldita falta que le hacía. Por tanto, HAL 9000 era pura fascinación.

Hoy, las cosas han cambiado una barbaridad. Tanto, que resulta chistosa la perspectiva de quienes han utilizado el aniversario de la máquina parlanchina y rebelde para reafirmar su «humanidad» frente al mundo descarnado que proponía la computación y la inteligencia artificial hace 30 años. En estos días hemos escuchado cientos de veces la pregunta del millón: ¿cuán cerca –o lejos– estamos de un ordenador como HAL, capaz de expresar sentimientos con un lenguaje florido y de intentar gobernar sus acciones incluso por encima de la voluntad del hombre? La unanimidad ha sido prácticamente total: estamos lejísimos. Los cacharros de hoy han mejorado mucho en las últimas décadas, desde luego, pero apenas pueden balbucear unas cuantas frases previamente aprendidas, ni siquiera son capaces de cumplir cabalmente con el simple oficio de tomar notas al dictado.

En cuanto a la capacidad de reflexionar, qué vamos a decir, será más fácil que llegue el día en que dejemos de usar voluntariamente el coche en las ciudades antes de que un ordenador sea capaz de componer un sólo verso (lo cual me recuerda un excelente chiste de Chumy Chúmez en PCWeek: una mujer le muestra a un hombre las excelencias de su ordenador y el individuo, celoso de su entusiasmo, le espeta: «Sí, muy listo, pero no puede escribir El Quijote», «Toma, ni tú tampoco», le responde ella). El único mueble que molesta esta visión idílica de la supremacía del hombre sobre su propia creación cibernética es el ajedrez. Apenas queda ya un reducido manojo de grandes maestros que mantiene en alto el pabellón biológico. Pero, sospecho, que como Deep Blue le pegue un buen revolcón a Kasparov en cualquiera de los combates previstos hasta el 2001, esa espina se va a convertir en una peligrosa estaca en la autoestima de más de uno.

En estos análisis, el árbol de HAL no ha dejado ver el bosque que hay detrás de él. Hoy costaría encontrar al 0,0001% de la población que todavía mantiene su virginidad digital. Desde la generación Nintendo hasta el agricultor, pasando por todas las escalas del mercado laboral –empleado o no–, vivimos en contacto casi permanente con el mundo del ordenador, ya sea a través del microondas, el equipo de música, las tarjetas magnéticas, el cajero automático, el código de barras en el supermercado, el tablero con las constantes vitales del coche, las operaciones bancarias, los satélites que soportan este edificio, etc. Y, en algunos casos, el cacharro incluso asume la forma convencional de un ordenador, con pantalla y teclado. Para mayor abuso, está interconectado a redes. Este mundo, ni estaba ni se traslucía en la obra de Clarke-Kubrick. Allí, el ordenador era una máquina fenomenal, casi tan grande como la propia nave. Y el astronauta no era precisamente la explosión de la interacción. Hoy no sería imaginable un escenario como aquel ni siquiera en el salón de una vivienda de clase medio-baja.

Pero, para no traspasar el umbral de la odisea espacial, tampoco sería pensable en la exploración actual del universo. Todo se ha reducido físicamente, pero se ha expandido psíquicamente. La nave Deep Space One (DS1), del programa New Millennium de la NASA, apenas pesa 500 kilos, pero su ordenador «Agente Remoto» será capaz de gobernarla casi sin asistencia humana cuando se active en julio de 1998. Lo interesante es que no se trata de una forma de Inteligencia Artificial, sino de un sistema con la suficiente capacidad de razonamiento lógico como para controlar todos los parámetros de la nave y considerar todas las consecuencias de sus acciones. Una secuela de su capacidad de «raciocinio» es que el centro de control en tierra será casi de «bolsillo», a pesar de que irá al encuentro de un asteroide, un cometa y finalmente Marte. En la línea de montaje de estos programas ya están los que interactúan con el entorno, lo analizan y, si descubren algo nuevo se lo comunican inmediatamente (esperemos) a los científicos. Para llegar a una conclusión de este tipo, estarán conectados a multitud de diferentes bases de datos a través de las redes, que explorarán exhaustivamente aunque se encuentren a millones de kilómetros de distancia de la Tierra.

Hoy, y esto no debería habérsele escapado a quienes han trazado el dibujo del mundo gobernado por los ordenadores con el pretexto de HAL, la inteligencia artificial quizá haya que rebautizarla como la inteligencia de la Red. Este es un fenómeno mucho más complejo del que no se escapa ni siquiera el cuerpo humano. Una de las derivaciones de la inteligencia artificial, las redes neuronales, trataba (y trata) de imitar el hipotético funcionamiento del sistema nervioso central del ser humano. Quizá ya hemos comenzado a traspasar este umbral de la máquina para caminar hacia una simbiosis «indolora y no invasiva» del propio SNC. A diferencia del cyborg, mitad hombre y mitad máquina (o las cuotas respectivas que correspondan), de la mano de las redes hemos comenzado a utilizar las corrientes eléctricas internas del propio cuerpo. El primer paso lo ha dado Tom Zimmerman, quien otrora fabricó el «guante de datos» que permitía manejar los juegos Nintendo con el simple movimiento de la mano enguantada en el aire. Ahora, nos trae la «red de área personal» (PAN), una serie de mecanismos que aprovechan las propiedades eléctricas de nuestro cuerpo para establecer una red de datos que, a su vez, como es lógico, está conectada a las redes ‘exobióticas», como Internet. Así, cuando uno da la mano a alguien, le traspasa a la otra persona toda la información necesaria en esos casos: nombre, empresa, IP, correo electrónico, URL, teléfono y cualquier otro dato que considere necesario.

Por ahora, esa información se puede almacenar en el tacón del zapato antes de pasarla al PC. ¿Cuánto tardará en guardarse en algún pliegue de la huella digital (la del dedo) para leerla más tarde mediante el simple expediente de apretar el dedo contra una superficie térmica? ¿Podrán los ordenadores en el «impromptu» del momento discriminar qué información deberán traspasar según quién sea el interlocutor o, por el contrario, «hackearlo» y extraerle los datos que almacene en su flujo eléctrico corporal? ¿Quién tomará esa decisión, el individuo o la máquina. En realidad, ¿qué será un individuo y qué una máquina en esas circunstancias? Nada de esto es un ocioso ejercicio de ciencia-ficción. Los militares de EEUU llevan ensayando dispositivos de este tipo desde hace un par de años en sus «ciberguerreros» y en guerras montadas sobre entornos virtuales. Aunque algunas de estas innovaciones tarden en «saltar» hacia el sector civil, sin duda HAL habita entre nosotros, pero los tiempos le han cambiado el rostro una barbaridad. Ya no es más aquel ordenador ingenuo y psicodélico de los años 60. El liberalismo y el pensamiento único le han endurecido las facciones… y las funciones.

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