Estrategias de papel

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
25 septiembre, 2017
Editorial: 135
Fecha de publicación original: 29 septiembre, 1998

Quien no se aventura no pasa la mar

La Unión Europea está preocupada por el destino de la prensa de papel (que algunos denominan incorrectamente «prensa escrita») ante «el nuevo entorno creado por las tecnologías de la información y, en particular, la llamada Sociedad de la Información». Esta preocupación la expresaron personalmente algunos miembros del Parlamento Europeo y de la DG-X de la UE en una reunión que se celebró la semana pasada en la coqueta ciudad holandesa de Maastricht. Hasta allí llegamos editores y directores de periódicos nacionales y locales de diferentes países europeos, responsables de centros de formación en distintos institutos y universidades, así como algunos colegas de EEUU de semejante rango. En la lista de participantes yo destacaba simplemente por mi categoría única: frente a tanto responsable de los destinos de medios con cabeceras históricas –como Le Monde, The Irish Times, El País, Rheinische Post o USA Today–, mi nombre figuraba calificado como «periodista de Internet». Una curiosidad. Lo digo porque igual me podrían haber puesto algo así como «director de en.red.ando, publicación electrónica o nuevo medio de Internet». Pero, como he dicho al principio, el objetivo de la reunión estaba muy claro: examinar qué diablos va a suceder con la prensa de papel ante tanto nuevo medio de bits.

A la Unión Europea no le embarga una simple inquietud antropológica por la prensa tradicional, como explicó claramente la periodista y parlamentaria europea Katerina Daskalaki. En septiembre de 1997, el Parlamento Europeo recibió el «Informe sobre el Impacto de las Nuevas Tecnologías sobre la prensa en Europa», presentado por Daskalaki en cuanto portavoz del Comité de Cultura, Juventud, Educación y Medios, en el cual se hacía hincapié en los cambios que estaban sacudiendo al paisaje mediático y cómo estos podrían afectar a los diarios europeos y, de paso, a la propia democracia. En la estela de este estudio, el Centro Europeo de Periodismo (EJC, sito en Maastricht y organizador de la reunión que comentamos) le pidió a la especialista Monique van Dusseldorp un informe sobre «El futuro de la prensa de papel», que se ha debatido durante algunos meses en la Red. Daskalaki presentó ambos trabajos y nos aseguró que estaba completamente de acuerdo con los programas de la Comisión de apoyar las inversiones de la prensa tradicional en sus ediciones electrónicas, política que justificó como una defensa de la información democrática. En ningún momento se mencionó una política semejante para los nuevos medios nacidos como publicaciones electrónicas, lo cual me parece un claro indicador del camino que todavía queda por recorrer en el seno de la propia UE.

De todas maneras, el encuentro permitió comprobar las diversas estrategias que en estos momentos están siguiendo los grandes diarios europeos –nacionales y locales– ante un acontecimiento como Internet que les sigue llenando de perplejidad. La mejor muestra de este estado de ánimo fue la constante apelación al «problema» del exceso de información creado por la Red, cuando uno pensaría que en boca de un periodista y, sobre todo, de un medio de comunicación, esto debería traducirse como la «oportunidad» de desarrollar criterios de orden, organización y reconducción del flujo informativo, algo para lo que se supone que la profesión periodística está especialmente preparada. No obstante, lo llamativo fue la dificultad para contemplar Internet como un espacio creado a partir de relaciones sociales entabladas por individuos, entidades, empresas, instituciones, asociaciones, agrupaciones humanas de diverso tipo (rurales, urbanas, locales, regionales, globales), administraciones públicas y privadas, etc., que en conjunto configuran un territorio social nuevo sustentado por el proceso de la comunicación. Y como tal, es ahí donde están surgiendo las mejores oportunidades para inventarlo, promoverlo y consolidarlo.

Esta «deficiencia óptica» produce algunas consecuencias curiosas:

– Cuando se habla de prensa relacionada con las nuevas tecnologías, el análisis se reduce al impacto de estas sobre los medios tradicionales, lo que deforma considerablemente el paisaje y no permite ver hasta qué punto la relación entre democracia e información está experimentando un vuelco sustancial. La problemática de los nuevos medios y las publicaciones electrónicas –cuya trascendencia quedó patente, entre tantas otras instancias, en eventos como el I Congreso Internacional de la Publicación Electrónica, celebrado en Barcelona hace tan sólo cuatro meses– aparece tan sólo como un incremento del ruido informativo y no como un aspecto nuevo y revulsivo de dicha relación entre democracia e información.
– Mientras, por una parte, se acepta la crisis de una cierta forma de entender el periodismo y la necesidad de imprimir un giro hacia una prensa más analítica o, al menos, más interpretativa de los acontecimientos (un reconocimiento elíptico de la redundancia informativa creada por los medios tradicionales tanto en el mundo real como en la Red), por la otra, esta conclusión no se emparenta con lo que ya está sucediendo en Internet con medios capaces de satisfacer una demanda de información local, segmentada, cortada a gusto del lector.

– Ante la dificultad de encontrar materia periodística en los nuevos eventos que suceden en la Red o en la innovadora propuesta de comunicación que plantea Internet, prevalece una estrategia escapista. En Maastricht, casi todos los medios se mostraron de acuerdo en este aspecto, aunque algunos reconocieron públicamente su incomodidad ante el nuevo escenario. No debe ser fácil, desde luego, combinar el discurso del baluarte de la información democrática, por una parte, y, por la otra, ofrecer como valor añadido a su presencia en Internet la venta de aceite de producción local o de coches, como explicaron sendos diarios de Italia y Alemania, respectivamente.

– El discurso sobre Internet está construido a partir de la presencia de los medios y no de la existencia de una comunidad reconocible donde dichos medios puedan actuar. Por consiguiente, la relación entre los medios tradicionales y lo que podríamos llamar su «base natural» –las poblaciones de donde surgen– prácticamente no existe. En otras palabras, no hay ninguna estrategia que alimente la existencia de lectores organizados alrededor de las propuestas de dichos medios. Ni siquiera la UE se plantea una política de este tipo. No se entiende, pues, cómo se puede defender el papel democrático de la información suministrado a través de cierto tipo de medios si no hay gente que participe en dicho proceso. Acceso universal, correo electrónico para todos, tarifa plana, acceso a Internet desde cualquier país, etc., son cuestiones que permanecen ajenas a un discurso que debería elaborarse a partir de estos mimbres.

– De lo anterior se deduce la dificultad para explicarse acontecimientos puntuales (pero fundamentales para el imaginario de la prensa tradicional) como que el fiscal Starr haya barrido de un plumazo con el protagonismo de los periódicos –y los periodistas– ante ciertos eventos. El «caso Clinton» ha pivotado constantemente alrededor de la Red y The Washington Post y compañía apenas han tenido la oportunidad de aportar elementos jugosos para la secuela de «Todos los hombres del presidente».

– Ahora toca estudiar qué haremos con un contexto nuevo donde Internet es el canal por donde discurren miles de nuevos medios que, aislados o combinados, representan el nuevo potencial informativo de la democracia. No tiene sentido, pues, examinar este escenario a partir de credenciales concedidas a priori a un tipo de formato mediático (prensa de papel), justo cuando el periodismo de calidad está emergiendo como un quehacer asociado a un entorno mucho más complejo determinado, entre otras cosas, por la interactividad entre medios y lectores (nuevos medios y nuevos lectores) y por la capacidad de ambos de crear redes que propicien su encuentro.

print