Eramos pocos y parió Telefónica

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
30 enero, 2017
Editorial: 68
Fecha de publicación original: 22 abril, 1997

Fecha de publicación: 22/4/1997. Editorial 68.

Quien mucho quiere saltar, de lejos lo ha de tomar

¡Albricias, nuestra única transnacional ya se codea con las grandes! Telefónica ha metido la cabeza (junto con Portugal Telecom) en el consorcio Concert, donde British Telecom y MCI comparten 27,3 millones de líneas telefónicas y una facturación de seis billones de pesetas. Ahora, las cuatro (mejor no llamarlas hermanas, algunos colectivos se enojarían con razón) integran el segundo grupo mundial de telecomunicaciones por volumen de facturación. Apenas se difundió la noticia este fin de semana, dos avecillas sobrevolaron mi memoria. Una me recordó un desayuno durante Inet’96 en Montreal hace apenas un año. Vinton Cerf, uno de los creadores de Internet, nos dio una estupenda y divertida conferencia de prensa sobre el futuro de la Red. Cerf, un verdadero encantador de serpientes, no nos hablaba sólo como arquitecto del ciberespacio, sino, sobre todo, como Vicepresidente para Internet de la primera corporación de cable del mundo y, por aquel entonces, una potencia en construcción en telefonía: MCI. Esta empresa es, además, una de las columnas vertebrales de la Red pues es suya una parte del entramado troncal de datos de EEUU, el famoso «backbone» de Internet.

Cerf nos contó que precisamente esa era una de sus preocupaciones: construir la estructura troncal mundial de Internet para evitar que todo el mundo tuviera que pasar necesariamente por EEUU con los problemas asociados que esto estaba creando para las comunicaciones telefónicas en aquel país. Cerf se extendió sobre las implicaciones de este «backbone» global, el cual supondría el principio de la especialización de los servicios dentro de Internet y, posiblemente, su desglose en tarifas de acuerdo a sus características. El internauta podría escoger diferentes velocidades, tipos de actividad (telefonía, vídeo, etc.) e incluso la modalidad de visita a ciertas webs recargadas con toda la parafernalia del multimedia. En conclusión, nos dijo Cerf con una amable sonrisa: «Dentro de poco, Internet será de pago, pero no por la conexión, sino porque cada uno deberá costear sus servicios preferidos en la Red».

El otro golpe de memoria es mucho más reciente y menos seductor en su presentación: El decreto del gobierno español del 27/3/97 por el que autorizó a Telefónica a incrementar las tarifas urbanas en un 10%. Nuestros agudos comentaristas «presenciales» del panorama de las telecomunicaciones (que, a tenor de sus sesudos análisis, me apuesto lo que sea que no que no se conectan ni a través de un pariente) se han dedicado los últimas semanas a divagar sobre las implicaciones de este nuevo aumento tarifario. En casi ningún lugar he leído una somera referencia a la repercusión que tendrá en la comunidad cibernauta española. Porque, que nadie lo dude, el nuevo tarifazo va dirigido fundamentalmente a ella. Las llamadas urbanas representan el 80% de la facturación total de Telefónica. O sea, que cuando nuestra compañía más emblemática nos asegura que el uso promedio de cada línea no supera los 9 minutos por día, se está refiriendo fundamentalmente al índice de ocupación de estas llamadas. Pues bien, en el último año, este índice subió a más de 10 minutos, un salto espectacular si tomamos en cuenta que esto representa, entre otras cosas, que 215.000 usuarios (la compañía esperaba 42.000) han hecho un total de 36 millones de llamadas «nuevas» (esperaba 5,4 millones) y un total de 10 millones de horas de conexión (calculaba 2,2 millones). Estos son los datos oficiales del uso de Infovía durante su primer año de vida.

Dicho en otras palabras, y para no extenderme demasiado porque, por suerte, los lectores de esta columna son excelentes entendedores en este tema, Telefónica consiguió un incremento del coste de las llamadas urbanas con el ojo puesto en el sector de mayor crecimiento: los usuarios de Internet. Uno podría pensar que, en el fondo, y como siempre, lo único que pretende la compañía es rascar al máximo el bolsillo del cliente. Pero, como este es un supuesto constante en su orientación estratégica, uno, que no está presente en las reuniones del Consejo de Administración de la empresa y, además, tiene un cierto placer por las teorías conspiratorias, en general, y por las de Telefónica, en particular, cree que la medida puede basarse también otras hipótesis. Por ejemplo, que a Telefónica no le interesa tanto que se dispare la población internauta del país. O, por lo menos, que no se dispare tanto en el uso de Internet y que se reconduzca hacia el propio espacio de Infovía, donde bancos, grandes superficies comerciales, policías y gobiernos tienen un interés creado por la posibilidad de desarrollar el prometido comercio electrónico en lo que ellos consideran un «entorno seguro», donde siempre se sepa quién es quién. Una vez que estos servicios estén creados y aposentados, se podría hablar de tarifas diferentes para acceder a Infovía en cuanto red alternativa propietaria o en cuanto vía de paso hacia Internet, o sea la red troncal del amigo Cerf. Si esta hipótesis fuera aproximadamente cierta, uno podría entender los bandazos que da Telefónica, en los que unos pocos días parece dispuesta a preparar el despegue definitivo del ciberespacio hispano y, todos los demás, obstruye con medidas irritantes las iniciativas de miles de usuarios que ven con desesperación cómo pierden tiempo, dinero e imaginación a través de esas prácticas monopolistas tan finamente ejercidas por la compañía en el nombre del libre mercado.

Habrá que estar al tanto de lo que sucede ahora en el próximo Consejo de Administración donde se sienten el señor Juan Villalonga, presidente de Telefónica, y el etéreo Vinton Cerf. Aunque, me temo, tendremos que volver a imaginarnos por qué nos dan el palo que con toda seguridad nos anunciarán con la más amistosa de las sonrisas. La diferencia ahora es que toda América Latina tendrá que mantenerse ojo avizor, porque el nuevo consorcio tiene, como dijo un portavoz de Telefónica, una «firme vocación panamericana». La cuestión es: nosotros, aparte de usar el teléfono como psicópatas del auricular, ¿qué les hemos hecho?

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