El Tercer Hombre

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
17 julio, 2018
Editorial: 220
Fecha de publicación original: 20 junio, 2000

 Los que miden el oro por celemines suelen ser los más ruines

La información basura sigue creciendo a un ritmo exponencial y descontrolado. Información reiterativa, redundante, excesiva, hiperabundante y que, encima, en contra de lo que asegura tanto gurú, no tiene a Internet como su terreno preferido. Miremos a la TV y los medios tradicionales. Desde hace un tiempo, ha aparecido un nuevo personaje en televisión que, evidentemente, ha venido a quedarse. La familia de los telediarios estaba compuesta tradicionalmente por el o los locutores de turno que nos contaban las noticias. Ahora se ha incorporado otro individuo con plaza estable que nos cuenta las noticias deportivas o, más concretamente, todo –todo, como siempre, significa un poquito– lo que tenga que ver con el fútbol de élite . En los telediarios de la mañana, mediodía, tarde y noche, en todas las cadenas de televisión y en una sección especial, incluso patrocinada por alguna gran empresa. Por su amplitud, intensidad y recursos dedicados, es por ahora un fenómeno específicamente español, aunque van apareciendo imitadores por todas partes.

El resto de los medios de comunicación, sobre todo los de papel, que ya venían dedicando una buena porción de su espacio al tema, se han sumado con alegría indisimulada al festín. La tan sobada apuesta de los medios tradicionales por la información de calidad, con el énfasis en los aspectos analíticos, como una forma de rescatar las mejores esencias del periodismo y combatir la competencia de Internet, está alcanzando cimas insospechadas en estas sobredosis de fútbol.

Estamos ante un giro en la comunicación relativamente nuevo, aunque de gran calado. No se trata de la aparición de canales temáticos deportivos, ni de un incremento de las emisiones deportivas o de las páginas dedicadas al tema, algo ya tan inevitable como el gran terremoto que separará a California del resto de EEUU. Ni tampoco de algo coyuntural vinculado con la Eurocopa de fútbol que se disputa actualmente en Bélgica y Holanda. Estamos ante la creación de un área de información con presencia autónoma en los servicios informativos con un rango incluso superior al del resto de la información. Por lo tanto, como es natural, comienza a consolidarse como una parte inherente de la visión del mundo que proyectan los informativos de TV («Así ha sucedido y así se lo hemos contado»).

Hablar de fútbol tres veces al día, sobre todo cuando el acontecimiento crucial, el partido, está a varios días de distancia, genera situaciones que bordean, o caen de lleno en, el ridículo más espantoso, lo cual no parece preocupar mucho a quienes confeccionan los telediarios. Total, la gente traga lo que le echen, esa parece ser su filosofía. Los periodistas se ven obligados (¡compiten incluso!) a inflar las esperas con todo tipo de recursos. Y cuando digo todo tipo de recursos, me refiero hasta aquellos de los que nunca nadie imaginó que podían formar parte de la pedagogía de la comunicación.

«Pepito tiene una ligera inflamación del gemelo derecho y no se sabe si podrá entrenar mañana». Ya ni es noticia si jugará, sino simplemente si entrenará. «Antoñito tiene un poco de estreñimiento y será duda para la sesión de masaje del viernes». Lógicamente, la noticia se acompaña con las imágenes de un señor armado con un micrófono revestido con el logotipo de la correspondiente cadena de TV a la puerta de un retrete. «Aquí dentro está Antoñito, a quién acompañan los médicos del club para ver si puede solucionar su problema antes del partido del domingo». Hace unos días, a raíz del debut de la selección española en la Eurocopa, un periódico nacional dedicaba media página a informar, con gráficos, infografía y enfoques ampliados de cada imagen, sobre la textura de la camiseta de los jugadores, su capacidad de absorción de sudor y sus propiedades termo-eléctricas-dispersivas-cuánticas. Es decir, eran de algodón y poliéster. En otro dibujo se nos mostraba una ficha redonda de dos colores. Era la que usaba el árbitro para sortear el campo.

Por este camino se llega a lugares del saber insospechados. Como la aproximación al «tema» del césped por vía compartida de la botánica y la psicología social. El otro día, en el informativo de las 8 de la noche de una televisión de cobertura nacional, nos informaron de que la hierba de un estadio, donde iba a jugar la selección española tres días después, estaba «seca y un poquito alta». Tras una serie de disquisiciones sobre esta impertinente tendencia de la hierba a crecer, se nos perpetró una entrevista con un psicólogo quien disertó sobre el «temor a la percepción distorsionada», mal que atacaba a los futbolistas que no se acostumbraban a una hierba de «una cierta altura» y medían mal, sistemáticamente, las distancias o la fuerza que debían aplicar para golpear la pelota. Esto, por supuesto, ocasionaba una erosión importante de su autoestima, lo cual resultaba fatal para el rendimiento. El periodista dispuso de un segundo de lucidez y tuvo tiempo de decir antes de que le cortaran: «Con lo que cobran….».

¿Qué nos está pasando? ¿qué justifica esta inmersión en babosidades seudoperiodísticas inyectadas a millones de personas? No digo esto desde una posición purista o de persona a la que no le interesa en absoluto el fútbol, en particular, o los deportes, en general. Al contrario. He ejercido –y disfrutado– el periodismo deportivo durante mucho tiempo, si puedo veo los partidos de fútbol por TV que me interesan y pienso que Maradona es un genio en pantalón corto. De ahí a hacerme tragar que el mundo se reduce a la redondez de la pelota y a la cuadratura de quienes la convierten en metanoticia hay una distancia considerable.

Hay quienes quieren justificar esta inversión en tiempo –precisamente en tiempo, en esta era en la que, supuestamente, el tiempo es lo que más necesitamos– y espacio informativo útil de los medios de comunicación dedicados al fútbol por la importancia económica de «este sector». Dejando aparte la grosería de considerar al dinero como el único pilar para sostener nuestra necesidad de saber lo que ocurre en el mundo, además, en este caso, es una soberana tontería. Según un estudio que publicaba el periódico de Barcelona La Vanguardia el domingo 18 de junio, el fútbol profesional mueve en España medio billón de pesetas al año, aproximadamente un 0,6% del PIB. De acuerdo a este criterio, junto al especialista de deportes que nos ataca en cada telediario debería sentarse el especialista en ciencia (0,9% del PIB), salud, finanzas (cualquier banco se merienda en una semana lo que el fútbol genera en un año), telecomunicaciones, asuntos militares, etc.

Es curioso que estas variables –como el grado de la presencia del deporte en la información generalista– no participen casi nunca del discurso de quienes tratan de renovar a los medios de comunicación tradicionales en estos tiempos tan intensos. El 53º Congreso Mundial de Periódicos, que se celebró hace unas semanas en Río de Janeiro (sobre el que volveremos en un próximo editorial) bajo el lema «Volver a inventar la compañía periodística: estrategias y aciertos» (un titular un tanto peculiar, sobre todo viniendo de gente de la profesión periodística), así como otros eventos similares, suelen dedicar una buena parte de los debates a la necesidad de «reforzar la información de calidad».

Uno supone –lo cual no tiene por qué ser sinónimo de «individuo raro»– que esta información tiene que ver, entre otras cosas, con el tiempo y espacio que se le dedica a los temas que van conformando la sociedad en la que vivimos, como, por ejemplo, el impacto socio-cultural de la inmigración, el alcance de las cosas que podemos o no podemos hacer en tantos campos de la acción social, las contradicciones entre las tendencias del consumo y nuestra percepción del medio ambiente, la trascendencia de ciertas líneas de investigación, en particular las referidas a la salud, etc., etc., etc. Por supuesto, ninguno de estos capítulos está representado por un redactor especializado sentado ante las cámaras (o con sección propia en un diario) para contarnos cómo nos ha ido el día en cada uno de ellos.

Lo único que puede explicar el incremento exponencial de esta basura informativa reiterativa, redundante y superflua, con una esperanza de vida no mayor de dos minutos en la mente de cualquiera, es si recurrimos a las mejores teorías conspirativas. Al menos así se justificaría que alguien pretende algo de nosotros y tiene un plan al respecto. De lo contrario, resulta difícil entender tanta bajeza profesional en un mundo tan complicado y fascinante como el que vivimos.

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