El salto de la rana

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
28 marzo, 2017
Editorial: 84
Fecha de publicación original: 9 septiembre, 1997

Antes de hacello, dormir sobre ello

7º en una serie de artículos sobre el impacto de las telecomunicaciones en los países en desarrollo.

A finales del julio, un grupo de países firmó el primer acuerdo de entendimiento sobre las comunicaciones personales móviles por satélite de ámbito global (GMPCS). Estos sistemas representan la nueva ola de la telefonía personal y prometen vehicular voz, fax móvil, mensajería, datos y conectividad multimedia de banda ancha en todo el mundo mediante terminales telefónicos de mano y ordenadores portátiles. Es una infraestructura telefónica construida al revés. En vez de basarse en redes terrestres, los cimientos son constelaciones de satélites de órbita baja. Según la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), en cuya sede se firmó el acuerdo, la mayoría de estos sistemas nuevos estarán funcionando en los próximos cinco años con cobertura mundial.

Este es el primer paso hacia lo que los expertos denominan el «salto de la rana» en las telecomunicaciones: los países con infraestructuras telefónicas deficitarias, anticuadas o no existentes, podrán ahora brincar hacia la Sociedad de la Información sin necesidad de recorrer el camino clásico: el tendido previo de líneas terrestres, algo que para muchas de estas naciones quedaría claramente fuera de sus presupuestos durante muchos años y que, de paso, amenaza con dejarlas fuera de todo. La telefonía global por satélite les permitirá gozar de redes mundiales y aprovechar de las ventajas de las telecomunicaciones para sus planes de desarrollo. Este es el impecable dibujo sobre el papel. El paisaje real, sin embargo, por ahora tiene más espinas que rosas, aunque al menos éstas han aparecido y pueden llegar incluso a florecer.

Los dos primeros obstáculos son los precios de estos sistemas y las relaciones con sus operadores. Iridium, una de estas constelaciones de satélites (cuyo número total desciende a medida que aumenta la capacidad de transmisión de cada nueva generación de satélites), costará finalmente unos 3.400 millones de dólares. Las llamadas no serán baratas: alrededor de 3 dólares por minuto. Y aunque los costos operativos bajan continuamente y, previsiblemente, también lo harán las tarifas, éstas se mantienen alejadas del poder adquisitivo de la gran mayoría de la población en los países en desarrollo. Por ahora, sólo las grandes urbes –sobre todo la de países que ya gozan un alto grado de industrialización, como Sudáfrica o Brasil– podrán subsanar sus lagunas en las redes terrestres mediante la telefonía móvil de banda ancha.

El «salto de la rana» necesario para recuperar terreno dejará en titiritones los ejercicios de Bubka con la pértiga, incluso si comparamos a éste con el resto de los mortales. En estos momentos, 3/4 de los teléfonos del mundo se encuentran en 8 países industrializados, mientras que el 80% de la población del planeta no tiene acceso a los servicios que promete la telefonía de banda ancha. Incluso aquellos que tienen los medios para procurarse dichos servicios en los países menos desarrollados, se encuentran en listas de espera que oscilan entre los 3 y los 21 años. Esta minoría recibirá los GMPCS como maná del cielo, nunca mejor dicho. Y, de acuerdo a los expertos, ellos, por lo general clase empresarial o profesional, junto con los centros educativos superiores, serán quienes den el tirón del batracio. Según un informe de la revista The Economist (18 de mayo 1996), la telefonía móvil superará los 300 millones de suscriptores en los países en desarrollo dentro de tres años. Lo que no dice este medio, es si se trata de segundos o terceros usuarios, o nuevos.

Para que estos últimos formen una parte significativa de la cifra, tendrían que tejerse verdaderas redes crediticias y productivas en los sectores menos favorecidos, cosa que, por ahora, las grandes operadoras no parecen muy decididas a incluir en su agenda de los próximos años. No sólo en las naciones más atrasadas, sino ni siquiera en los países industrializados (España es un ejemplo de lo que se avecina con la liberación de los servicios de acceso a la información, que deja a partes del país sometidas al rigor de las escalas tarifarias de larga distancia con respecto a la situación favorable de las grandes capitales. Después los gobernantes lloran lágrimas de cocodrilo por los desequilibrios ambientales que produce la migración del campo a la ciudad). Este es el cuello de botella que unió en octubre pasado a Bangladesh, Pakistán, India y China contra el memorando de entendimiento que permitía actuar en sus países a los operadores de GMPCS. Su rechazo se basaba en el intrincado sistema tarifario que estos habían diseñado, al que se unía la dificultad de controlar las llamadas telefónicas de los nuevos sistemas, las cuales serían cobradas directamente por las corporaciones mediante complejos mecanismos de prorrateo («roaming»).

Curiosamente, la resistencia de los países en desarrollo a quedar en manos de estas empresas parece estimular el impulso innovador de éstas. A fin de reducir los costos de las llamadas, uno de los sistemas de satélites que entrará en operaciones antes del fin de siglo funcionará a través de cabinas telefónicas alimentadas con energía solar, que podrán instalarse sobre todo en las zonas rurales. Estas redes, junto con las celulares, constituirán posiblemente el armazón de la Sociedad de la Información en los países en desarrollo, siempre y cuando su «diseño» dependa, en gran medida, de las propias organizaciones locales involucradas en proyectos orientados hacia un desarrollo sostenible. Uno de los mejores ejemplos lo ofrece el Grameen Bank, que suministra créditos blandos a agricultores de Bangladesh. Esta entidad ha conseguido una licencia como operadora de telefonía móvil GSM-900 y proyecta dar servicio a más de 100 millones de personas de áreas rurales en los próximos cuatro años, a fin de que sus clientes se mantengan al tanto de los mercados agrícolas, de las innovaciones desarrolladas por sus propios centros de investigación o en el exterior y, en general, para pavimentar el camino hacia una diversificación de las iniciativas empresariales. El banco mantiene una red crediticia que cubre más de la mitad de los 68.000 poblados rurales del país. Todos los países vecinos están observando atentamente qué tipo de alianza emergerá finalmente entre una entidad de este tipo y las grandes operadoras internacionales. Para muchos expertos, son estos casos los que darán la verdadera medida del valor del «salto de rana» en las telecomunicaciones.

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Serie de editoriales sobre el impacto de las telecomunicaciones en los países en desarrollo:

Teléfono rico, teléfono pobre

Redes sostenibles

De cumbres y valles

La teledensidad, un nuevo criterio para medir la riqueza

Ponga un vigilante en su compañía telefónica

El legado del apartheid

El salto de la rana

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